7. Abril: María Madre y Corredentora

Don Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la redención alcanza su culminación en el calvario, donde Cristo “a si mismo se ofreció inmaculado a Dios” (Heb 9, 14) y donde María estuvo junto a la cruz (cfr. Jn 19, 15) “sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, adhiriéndose con ánimo materno a su sacrificio, uniéndose amorosamente a la inmolación de la Víctima por Ella engendrada” y ofreciéndola Ella misma al Padre Eterno. Para perpetuar en los siglos el Sacrificio de la Cruz, el Salvador instituyó el Sacrificio Eucarístico, memorial de su muerte y resurrección, y lo confió a la Iglesia su Esposa, la cual, sobre todo el domingo, convoca a los fieles para celebrar la Pascua del Señor hasta que El venga: lo que cumple la Iglesia en comunión con los Santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen María, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable. (Marialis Cultus n. 20).

  1. El “Camino de María”.

María es el camino por el que Dios se presenta a nosotros y con el que nosotros podemos llegar a Él. La Madre, en efecto, no solo engendra y da a luz al Hijo de Dios, sino que lo acompaña en todo su camino: “Madre del Hijo consustancial al Padre y compañera generosa en la obra de la redención” (Redemptoris Mater n. 38). En la redención Ella es mediadora de los hombres ante el Mediador Jesús, y además de ser Madre de Cristo, es madre de la Iglesia y de la humanidad que está engendrando continuamente.
El “Camino de María” nos recuerda lo fundamental que es un acompañamiento en la vida que, partiendo de una mirada amorosa sobre nosotros y sobre la realidad que nos rodea, nos proyecte hacia un gozo y un amor cada vez más grande, que no teme el sacrificio ni la entrega de sí mismo.
Y entonces el abandono a una voluntad más grande resulta algo natural, como un niño que, sintiéndose profundamente amado y comprendido, lee en la mirada de su padre la manera de vivir las diversas situaciones de la vida. Cuando entramos en este camino, en la escuela de María, la fe va creciendo poco a poco, fiándose cada vez más de esta mirada. El primer paso es aceptar nuestra pequeñez de creaturas, como María, con profunda humildad. Este es el núcleo auténtico de la fe: Dios salva mediante los pequeños y los humildes y a ellos dirige su mirada, apartándola de los soberbios y duros de mente y de corazón. El evento del Calvario nos dice que para acoger el gran amor de Jesús Crucificado, necesitamos una Madre que nos lo haga comprender: Ella es el camino para ir a Cristo y por el que Cristo viene a nuestro encuentro para atraernos a sí. Con el pecado original la existencia humana ha sido trastornada por la pretensión orgullosa y prepotente del demonio de sustituir a Dios. Cristo ha vencido al demonio, asociándonos a su victoria: se ha encarnado gracias al “sí” de una mujer que se ha entregado totalmente a la voluntad de Dios.
Por eso lo ha vencido mediante Ella y con Ella. Es por lo menos humillante para el antagonista de Dios ser derrotado por una criatura frágil pero fuerte en su humildad.

  1. María al pie de la Cruz y presente en la celebración eucarística

Expresión sacramental del misterio de la Cruz es el Sacrificio de la Misa que perpetúa y actualiza el único sacrificio redentor de Cristo, como muy bien recuerda la Plegaria Eucarística III, que expresa con intensa súplica el deseo de los orantes de compartir con la Madre la herencia de los hijos: “Que Él nos transforme en ofrenda permanente para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Madre de Dios”. Esta memoria cotidiana, por su colocación en el corazón del divino sacrificio, debe ser considerada forma particularmente expresiva del culto que la Iglesia tributa a la Bendecida por el Altísimo” (cfr. Lc 1,28).

  1. María perseverante en la noche de la fe

A la muerte del Hijo abandonado en la cruz, sigue un tiempo de oscuridad, el sábado santo de la postración y de la espera, en el que la tradición cristiana ha reconocido un papel único a María, la Virgen Madre de Jesús, como dice el título de “Sancta Maria in Sabbato”. Mientras el Hijo yace muerto en el sepulcro, la Madre guarda la fe, abandonada en las manos de Dios fiel que cumplirá sus promesas. Por eso es una antigua costumbre litúrgica consagrar el sábado a la Virgen, en memoria de aquel “gran sábado” en el que Ella guardó en su persona toda la fe de la Iglesia y de la humanidad, esperando trepidante la resurrección. El sábado santo de María nos habla de modo elocuente a nosotros peregrinos en el gran sábado del tiempo, que desembocará en el domingo sin ocaso, en el que Dios será todo en todos y el mundo entero será la patria de Dios. La cruz, sobre todo los cansancios y padecimientos que soportamos para vivir el sacramento del amor y el camino de la justicia, es fuente de maduración y santificación.
En el tiempo del silencio de Dios, en el estupor doloroso ante el Dios crucificado y abandonado, viene bien preguntarnos a ejemplo y con la intercesión de María: ¿Creo verdaderamente en el amor que Dios me tiene? ¿Me pongo a la escucha dócil y perseverante de su proyecto de amor sobre mí? ¿Vivo la alegría de saberme amado por Cristo y en Él por el Padre, también en el tiempo de la prueba y del silencio de Dios? ¿Muestro esa satisfacción? ¿Trato de agradar siempre y solo a Dios en todos mis gestos, sin buscar las apariencias o ponerme máscaras de defensa o evasión?

Que la Virgen Madre nos ayude a responder a estos interrogantes y a vivir como Ella ha vivido el primado del amor y de la fe en el largo sábado del tiempo, del que el sábado santo es figura y profecía, hasta que llegue el domingo sin ocaso, en el que María ya ha entrado, anticipando el destino de cuantos han creído en su Hijo, amando y esperando con la ayuda de su gracia.

  1. Don Bosco, testimonio de la resurrección

También el carisma de Don Bosco tiene su centro en el misterio pascual del Señor: Don Bosco ha sido signo y portador del amor de Dios a los jóvenes, guiándoles a la fuente de la redención realizada en la Pascua del Señor y celebrada en los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. El oratorio de Don Bosco se inició el 12 de abril de 1846, Pascua de Resurrección, y Don Bosco fue canonizado el día de Pascua del Año Santo de la redención (1 de abril de 1934). Estamos llamados a celebrar, anunciar vivir y trasmitir a las nuevas generaciones la gracia del Señor muerto y resucitado.

Cada acompañamiento es un modo de proponer la llamada a la alegría y, por lo tanto, puede convertirse el terreno apto para anunciar la buena noticia de la Pascua y favorecer el encuentro con Jesús muerto y resucitado: un kerygma «que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa» (EG 165). Al mismo tiempo, cada servicio de acompañamiento es una ocasión para crecer en la fe para quienes lo realizan y para la comunidad a la que pertenece. Por este motivo, el principal requisito del buen acompañante es haber gustado en primera persona “la alegría del amor”, que desenmascara la falsedad de las gratificaciones mundanas y colma el corazón del deseo de comunicarla a los demás (Instrumentum Laboris n. 173).

Teniendo en cuenta que «la fe tiene una estructura sacramental» (LF 40), algunas CE piden que se desarrolle el vínculo genético entre fe, sacramentos y liturgia en la planificación de los itinerarios de pastoral juvenil, a partir de la centralidad de la Eucaristía, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11) y «fuente y cima de toda la evangelización» (PO 5). Varias CE aseguran que, cuando la liturgia y el ars celebrandi, están bien preparadas hay siempre un número significativo de jóvenes activos y partícipes. Teniendo en cuenta que en la sensibilidad juvenil habla más la experiencia que los conceptos, las relaciones que las nociones, algunas CE observan que las celebraciones eucarísticas y otros momentos de celebración – a menudo considerados puntos de llegada – pueden llegar a ser lugar y oportunidad para un renovado primer anuncio a los jóvenes. Las CE de algunos países dan testimonio de la eficacia de la “pastoral de los ministrantes” para hacer gustar a los jóvenes el espíritu de la liturgia; sin embargo, será oportuno reflexionar sobre cómo ofrecer una formación litúrgica adecuada a todos los jóvenes. (Intrumentum Laboris n. 188).

Madre del Redentor, Virgen fecunda
puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar,
ven a librar al pueblo que tropieza
y quiere levantarse.

Ante la admiración de cielo y tierra, engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre virgen.
Recibe el saludo del ángel Gabriel
y ten piedad de nosotros, pecadores.

7. Aprile: Maria Madre e Socia del Redentore

Don Pierluigi Cameroni
Animatore spirituale mondiale

Questa unione della Madre con il Figlio nell’opera della Redenzione raggiunge il culmine sul Calvario, dove Cristo offrì se stesso quale vittima immacolata a Dio (Eb 9,14) e dove Maria stette presso la Croce (cfr Gv 19,25), soffrendo profondamente con il suo Unigenito e associandosi con animo materno al sacrificio di lui, amorosamente consenziente all’immolazione della vittima da lei generata e offrendola anch’ella all’eterno Padre. Per perpetuare nei secoli il sacrificio della Croce il divin Salvatore istituì il sacrificio eucaristico, memoriale della sua morte e risurrezione, e lo affidò alla Chiesa, sua sposa, la quale, soprattutto alla domenica, convoca i fedeli per celebrare la Pasqua del Signore, finché egli ritorni: il che la Chiesa compie in comunione con i Santi del Cielo e, prima di tutto, con la Beata Vergine, della quale imita la carità ardente e la fede incrollabile. (Marialis Cultus n. 20).

  1. La “Via di Maria”.

Maria è la strada con cui Dio si presenta a noi e con cui noi possiamo andare a Lui. La Madre, infatti, non solo genera e dà alla luce il Figlio di Dio, ma lo accompagna in tutto il suo cammino: “Madre del Figlio consostanziale al Padre e generosa compagna nell’opera della redenzione” (Redemptoris Mater n. 38). Nella redenzione lei è mediatrice degli uomini presso il mediatore Gesù e, oltre ad essere Madre di Cristo, è madre della Chiesa e dell’umanità che genera continuamente.
La “Via di Maria” ci ricorda come sia fondamentale un accompagnamento alla vita che, a partire da uno sguardo amorevole su di noi e sulla realtà attorno a noi, ci proietti verso una gioia e un amore sempre più grande, che non teme il sacrificio e la consegna di sé. Allora l’abbandono ad una volontà più grande diventa naturale come un bambino che, sentendosi profondamente amato e compreso, legge nello sguardo del papà la guida per vivere le diverse situazioni della vita. Quando entriamo in questo cammino, alla scuola di Maria, la fede cresce poco a poco, fidandosi sempre più di questo sguardo. Il primo passo è accogliere la nostra piccolezza di creatura, come Maria, con profonda umiltà. È questa il nucleo autentico della fede: Dio salva attraverso i piccoli e gli umili e a loro volge il suo sguardo, sottraendolo ai superbi e ai duri di mente e di cuore. L’evento del Calvario ci dice che, per accogliere il grande amore di Gesù crocifisso, abbiamo bisogno di una Madre che ce lo faccia comprendere: è lei la strada per andare a Cristo e con cui Cristo ci viene incontro per portarci a sé.
Con il peccato originale l’esistenza umana è stata sconvolta dalla volontà orgogliosa e prepotente del demonio di sostituirsi a Dio. Cristo ha vinto il demonio e lo ha fatto associandoci alla sua vittoria: si è incarnato grazie al sì di una donna che si è consegnata totalmente alla volontà di Dio. Perciò lo ha vinto attraverso di lei e con lei. È quantomeno umiliante per l’antagonista di Dio essere sconfitto da una creatura fragile ma forte della sua umiltà.

  1. Maria ai piedi della Croce e presente nella celebrazione eucaristica

Espressione sacramentale del mistero della Croce è il Sacrificio della Messa che perpetua e attualizza l’unico sacrificio redentore del Cristo, come bene ricorda così la Preghiera Eucaristica III, che esprime con intensa supplica il desiderio degli oranti di condividere con la Madre l’eredità di figli: Egli faccia di noi un sacrificio perenne a te (Padre) gradito, perché possiamo ottenere il regno promesso insieme con i tuoi eletti: con la beata Maria Vergine e Madre di Dio. Tale memoria quotidiana, per la sua collocazione nel cuore del divin Sacrificio, deve essere ritenuta forma particolarmente espressiva del culto che la Chiesa rende alla Benedetta dall’Altissimo (cfr Lc 1,28).

  1. Maria perseverante nella notte della fede

Alla morte del Figlio, abbandonato sulla Croce, segue un tempo oscuro, il sabato santo della prostrazione e dell’attesa, in cui la tradizione cristiana ha riconosciuto un ruolo unico a Maria, la Vergine Madre di Gesù, come attesta il titolo di “Sancta Maria in Sabbato”. Mentre il Figlio giace morto nel sepolcro, la Madre custodisce la fede, abbandonata nelle mani del Dio fedele che compirà le Sue promesse. È perciò antico uso liturgico consacrare il sabato alla Vergine, quale memoria di quel “grande sabato”, nel quale in Lei si raccolse tutta la fede della Chiesa e dell’umanità, nell’attesa trepida della risurrezione. Il sabato santo di Maria parla in modo eloquente a noi, pellegrini nel grande sabato del tempo, che sfocerà nella domenica senza tramonto, quando Dio sarà tutto in tutti e il mondo intero sarà la patria di Dio. La croce, soprattutto le stanchezze e i patimenti che sopportiamo per vivere il comandamento dell’amore e il cammino della giustizia, è fonte di maturazione e di santificazione.
Nel tempo del silenzio di Dio, nello stupore dolente davanti al Dio crocifisso e abbandonato, viene allora da chiederci sull’esempio e con l’intercessione di Maria: credo veramente nell’amore che Dio ha per me? Mi pongo in ascolto docile e perseverante del Suo progetto d’amore su di me? Vivo la gioia del sapermi amato con Cristo e in Lui dal Padre, anche nel tempo della prova e del silenzio di Dio? Irradio questa gioia? Cerco di piacere sempre e solo a Dio nell’eloquenza dei gesti, senza inseguire l’immagine o crearmi maschere di difesa o di evasione?
Possa la Vergine Madre aiutarci a rispondere con verità a questi interrogativi e a vivere, come lei l’ha vissuto, il primato dell’amore e della fede nel lungo sabato del tempo, di cui il sabato santo è figura e profezia, finché venga la domenica senza tramonto, nella quale Maria è già entrata, anticipando il destino di quanti avranno creduto nel suo Figlio, amando e sperando con l’aiuto della Sua grazia.

  1. Don Bosco testimone della resurrezione

Anche il carisma di don Bosco trova al suo centro il mistero pasquale del Signore Gesù Cristo: don Bosco è stato segno e portatore dell’amore di Dio ai giovani, conducendoli alla fonte della redenzione attuta nella Pasqua del Signore e celebrata nei sacramenti dell’Eucaristia e della Penitenza. L’oratorio di don Bosco è iniziato il 12 aprile 1846, Pasqua di resurrezione, e don Bosco è stato canonizzato il giorno di Pasqua dell’Anno Santo della redenzione (1° aprile 1934). È la grazia del Signore morto e risorto che siamo chiamati a celebrare, annunciare, vivere e trasmettere alle nuove generazioni.

Ogni accompagnamento è un modo di proporre la chiamata alla gioia e può così diventare il terreno adatto per annunciare la buona notizia della Pasqua e favorire l’incontro con Gesù morto e risorto: un kerygma «che esprima l’amore salvifico di Dio previo all’obbligazione morale e religiosa, che non imponga la verità e che faccia appello alla libertà, che possieda qualche nota di gioia, stimolo, vitalità, ed un’armoniosa completezza» (EG 165). Al tempo stesso, ogni servizio di accompagnamento è occasione di crescita nella fede per chi lo compie e per la comunità di cui fa parte. Per questo, il requisito principale del buon accompagnatore è aver gustato in prima persona “la gioia dell’amore”, che smaschera la falsità delle gratificazioni mondane e riempie il cuore del desiderio di comunicarla agli altri. (Instrumentum Laboris n. 173).

Tenendo conto che «la fede ha una struttura sacramentale» (LF 40), alcune CE chiedono che venga sviluppato il legame genetico tra fede, sacramenti e liturgia nella progettazione di percorsi di pastorale giovanile, a partire dalla centralità dell’Eucaristia, «fonte e culmine di tutta la vita cristiana» (LG 11) e «fonte e culmine di tutta l’evangelizzazione» (PO 5). Varie CE assicurano che dove la liturgia e l’ars celebrandi sono ben curate vi è sempre una presenza significativa di giovani attivi e partecipi. Considerando che nella sensibilità giovanile a parlare non sono tanto i concetti quanto le esperienze, non le nozioni quanto le relazioni, alcune CE osservano che le celebrazioni eucaristiche e altri momenti celebrativi – spesso considerati punti d’arrivo – possono diventare luogo e occasione per un rinnovato primo annuncio ai giovani. Le CE di alcuni Paesi testimoniano l’efficacia della “pastorale dei ministranti” per far gustare ai giovani lo spirito della liturgia; sarà comunque opportuno riflettere su come offrire un’adeguata formazione liturgica a tutti i giovani. (Intrumentum Laboris n. 188).

O santa Madre del Redentore,
porta dei cieli, stella del mare,
soccorri il tuo popolo
che anela a risorgere.
Tu che accogliendo il saluto dell’angelo,
nello stupore di tutto il creato,
hai generato il tuo Creatore,
madre sempre vergine,
pietà di noi peccatori.

7. April: Mary Mother of the Redeemer

Fr Pierluigi Cameroni
World Spiritual Animator

This union of the Mother and the Son in the work of redemption reaches its climax on Calvary, where Christ “offered himself as the perfect sacrifice to God” (Heb. 9:14) and where Mary stood by the cross (cf. Jn 19:25), “suffering grievously with her only-begotten Son. There she united herself with a maternal heart to His sacrifice, and lovingly consented to the immolation of this victim which she herself had brought forth” and also was offering to the eternal Father.” To perpetuate down the centuries the Sacrifice of the Cross, the divine Saviour instituted the Eucharistic sacrifice, the memorial of His death and resurrection, and entrusted it to His spouse the Church, which, especially on Sundays, calls the faithful together to celebrate the Passover of the Lord until He comes again. This the Church does in union with the saints in heaven and in particular with the Blessed Virgin, whose burning charity and unshakable faith she imitates.” (Marialis Cultus no. 20).

  1. The “Way of Mary”.

Mary is the way in which God presents himself to us and with whom we can go to him. The Mother, in fact, not only conceives and gives birth to the Son of God but accompanies him throughout his journey: “Mary is the earthly Mother of the Father’s consubstantial Son and his “generous companion” in the work of redemption.” (Redemptoris Mater no. 38). In redemption she is the mediatrix of men with the mediator Jesus and, besides being the Mother of Christ, she is the mother of the Church and of humanity that she continually generates.
The “Way of Mary” reminds us how essential is an accompaniment to life which, starts from a loving gaze on us and on the reality around us, and leads us towards an ever-greater joy and love, which does not fear sacrifice and the offering of oneself. Then the surrender to a greater will becomes as natural as for a child who, feeling deeply loved and understood, reads in his father’s eyes the guide to the different situations of life. When we begin this journey at the school of Mary, our faith grows little by little, as we trust more and more in her gaze. The first step is to accept our littleness as creatures, like Mary, with profound humility. This is the authentic core of faith: God saves through the small and the humble and turns his gaze on them, taking it away from the proud and hard of mind and heart. The event of Calvary tells us that, in order to welcome the great love of the crucified Jesus, we need a Mother who can make us understand it. She is the way to go to Christ and with whom Christ comes to us to bring us to him. With original sin, human existence was upset by the proud and overbearing will of the devil to replace God. Christ has conquered the devil and he did so by associating us with his victory. He became incarnate thanks to the ‘yes’ of a woman who surrendered totally to the will of God. He was victorious therefore through her and with her. It is humiliating for the enemy of God to be defeated by a fragile creature who is strong in her humility.

  1. Mary at the foot of the Cross and present in the Eucharistic celebration

The sacramental expression of the mystery of the Cross is the Sacrifice of the Mass which perpetuates and makes present the unique redeeming sacrifice of Christ, as Eucharistic Prayer III so well recalls, expressing with intense supplication the desire of the faithful to share with the Mother the legacy of sons: May he make us an eternal offering to you so that we may obtain an inheritance with your elect, especially with the Most Blessed Virgin Mary Mother of God. This daily remembrance at the heart of the divine Sacrifice, must be considered a particularly expressive form of the veneration that the Church renders to the One who enjoys God favour (cf. Lk 1:28).

  1. Mary persevering in the night of faith

After the death of her Son abandoned on the Cross, came a dark time, the holy Saturday of prostration and waiting. The Christian tradition recognized the unique role of Mary, the Virgin Mother of Jesus, in the title “Sancta Maria in Sabbato” (Saturday commemoration of Mary). While her Son lay dead in the tomb, his Mother guarded the faith, abandoned in the hands of the faithful God who will fulfil His promises. And so there is the ancient liturgical custom of dedicating Saturday to our Lady in memory of that “great Saturday” when all the faith of the Church and of humanity was gathered in her, in anxious expectation of the resurrection. Mary’s Holy Saturday speaks eloquently to us, pilgrims on the great Sabbath of time, which will end on a Sunday with no sunset, when God will be all in all and the whole world will be God’s homeland.
The cross, especially the weariness and sufferings that we endure to live the commandment of love and the path of justice, is a source of growth and sanctification.
In the time of God’s silence, in sorrowful awe before the crucified and abandoned God, we ask ourselves about Mary’s example and intercession: do I truly believe in the love God has for me? Do I listen with docility and perseverance to God’s plan of love for me? Do I experience the joy of knowing that I am loved by the Father with Christ and in him, even at the time of trial when God is silent? Do I radiate this joy? Do I always try to please God alone in my words and gestures, without creating masks of defence or evasion?
May the Virgin Mother help us to respond truthfully to these questions and to experience, as she did, the primacy of love and faith on that long Saturday which is remembered and relived on Holy Saturday until Sunday comes with unending light. Mary has already entered that unending light, anticipating the destiny of those who believe in her Son, loving and hoping with the help of his grace.

  1. Don Bosco as a witness of the resurrection

Don Bosco’s charism has the paschal mystery of the Lord Jesus Christ at its centre. Don Bosco was a sign and bearer of God’s love for young people, leading them to the source of the redemption that takes place in the Lord’s paschal mystery and is celebrated in the sacraments of the Eucharist and of Penance. Don Bosco’s oratory began on Easter Sunday 12 April 1846, and Don Bosco was canonized on Easter Sunday of the Holy Year of Redemption (1 April 1934). We are called to celebrate, proclaim, live and hand on to the new generations the grace of the Lord who is risen from the dead.

“All accompaniment is a way to introduce the call to joy and can thus become the appropriate place to proclaim the good news of Easter and foster the encounter with the risen Christ: a kerygma that «expresses God’s saving love which precedes any moral and religious obligation on our part; it should not impose the truth but appeal to freedom; it should be marked by joy, encouragement, liveliness and a harmonious balance» (EG 165). At the same time, every service of accompaniment is an opportunity to grow in faith, for those who provide it and for the community they belong to. For this reason, the main requirement for a good mentor is to have tasted “the joy of love” first-hand, which unmasks the ‘fake-ness’ of mundane gratifications and fills the heart with the wish to communicate it to others.” (Instrumentum Laboris no. 173).
“Considering that “faith itself possesses a sacramental structure” (LG 40), some Bishops’ Conferences are asking that the genetic bond between faith, sacraments and liturgy be developed further in planning pathways for youth pastoral care, starting from the centrality of the Eucharist, “which is the fount and apex of the whole Christian life” (LG 11) and “the source and the apex of the whole work of preaching the Gospel” (PO 5). Various Bishops’ Conferences observe that, wherever the liturgy and the ars celebrandi are well crafted, there is always a significant presence of active and engaged young people. Considering that young people are more sensitive to experiences rather than concepts, and to relationships rather than notions, some Bishops’ Conferences mention that eucharistic celebrations and other ceremonies – which are often considered as points of arrival – can provide a place and opportunity for a renewed initial proclamation to young people. Bishops’ Conferences in some countries testify to the effectiveness of the “pastoral care of altar servers”, for young people to savour the spirit of the liturgy; however, we must also think about how to provide an adequate liturgical formation for all young people.” (Intrumentum Laboris no. 188).

O holy Mother of the Redeemer,
Gate of Heaven and Star of the Sea,
help your people who yearn to rise again.
You who welcomed the angel’s greeting to the wonder of all creation
and gave birth to your Creator, Mother ever Virgin,
have mercy on us sinners.

7. Abril: Maria Mãe e Sócia do Redentor

Pe. Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

Esta união da Mãe com o Filho na obra da Redenção alcança o ponto culminante no Calvário, onde Cristo se ofereceu a si mesmo a Deus como vítima sem mancha” (Hb 9,14), e onde Maria esteve de pé, junto à Cruz (cf. Jo 19,25), “sofrendo profundamente com o seu Unigênito e associando-se com ânimo maternal ao seu sacrifício, consentindo amorosamente na imolação da vítima que ela havia gerado, e oferecendo-a também ela ao eterno Pai. Para perpetuar ao longo dos séculos o Sacrifício da Cruz, o divino Salvador instituiu o Sacrifício eucarístico, memorial da sua Morte e Ressurreição, e confiou-o à Igreja, sua Esposa, a qual sobretudo ao domingo, convoca os fiéis para celebrar a Páscoa do Senhor, até que Ele volte: o que a mesma Igreja faz em comunhão com os Santos do Céu e, em primeiro lugar, com a bem-aventurada Virgem Maria, de quem imita a caridade ardente e a fé inabalável. (Marialis Cultus n. 20)

  1. A “estrada de Maria”.

Maria é o caminho pelo qual Deus se apresenta a nós e pelo qual nós podemos ir a Ele. A Mãe, de fato, não apenas gera e dá à luz o Filho de Deus, mas o acompanha em todo o seu caminho: “Mãe do Filho consubstancial ao Pai e cooperadora generosa na obra da Redenção” (Redemptoris Mater n. 38). Na redenção, ela é mediadora dos homens junto ao mediador Jesus e, além de ser a Mãe de Cristo, é mãe da Igreja e da humanidade que gera continuamente.
A “Estrada de Maria” nos lembra de como é fundamental um acompanhamento à vida que, a partir de um olhar amoroso sobre nós e sobre a realidade à nossa volta, nos projeta para uma alegria e um amor cada vez maiores, que não temem o sacrifício e a entrega de si. Então o abandono para uma vontade maior torna-se tão natural quanto uma criança que, sentindo-se profundamente amada e compreendida, lê no olhar do pai o guia para viver as diferentes situações da vida. Quando entramos neste caminho, na escola de Maria, a fé cresce pouco a pouco, confiando cada vez mais neste olhar. O primeiro passo é acolher a nossa pequenez como criaturas, com profunda humildade, como Maria. É este o cerne autêntico da fé: Deus salva através dos pequenos e dos humildes, e a eles volve o seu olhar, remove do orgulhoso e dos duros de coração e mente. O evento do Calvário nos diz que, para acolher o grande amor do Jesus crucificado, precisamos de uma Mãe que possa nos fazer entender: ela é o caminho para ir a Cristo e com quem Cristo vem ao nosso encontro para nos levar a si mesmo.
Com o pecado original, a existência humana foi abalada pela vontade orgulhosa e prepotente do demônio de substituir Deus. Cristo venceu o demônio e o fez associando-nos à sua vitória: se encarnou graças ao sim de uma mulher que foi entregue totalmente à vontade de Deus. Por conseguinte o venceu através dela e com ela. É pelo menos humilhante que o antagonista de Deus seja derrotado por uma criatura frágil, mas forte em sua humildade.

  1. Maria aos pés da Cruz e presente na celebração eucarística

Expressão sacramental do mistério da Cruz é o Sacrifício da Missa que perpetua e atualiza o único sacrifício redentor de Cristo, como bem recorda também a Oração Eucarística III, que exprime com intensa súplica, o desejo dos orantes de partilharem com a Mãe, a hereditariedade de filhos: Ele faça de nós um sacrifício perene agradável a Ti (Pai), para que possamos obter o reino prometido junto aos teus eleitos: com a Bem-Aventurada Virgem Maria e Mãe de Deus. Tal memória cotidiana, pela sua colocação no coração do divino Sacrifício, deve ser considerada forma particularmente expressiva do culto que a Igreja presta à Bendita do Altíssimo (cf. Lc 1,28).

  1. Maria perseverante na noite da fé

Na morte do Filho, abandonado na Cruz, segue um tempo obscuro, o sábado santo da prostração e da espera, no qual a tradição cristã tem reconhecido um papel único de Maria, a Virgem Mãe de Jesus, como atesta o título de “Santa Maria no Sábado”. Enquanto o Filho jaz morto no sepulcro, a Mãe cuida da fé, abandonada nas mãos de Deus fiel, que cumprirá as suas promessas. Por conseguinte é antigo uso litúrgico, consagrar o sábado à Virgem, como memória daquele “grande sábado”, no qual, Nela se contém toda a fé da Igreja e da humanidade, na espera ansiosa da ressurreição. O sábado santo de Maria, fala de modo eloquente a nós, peregrinos no grande sábado do tempo, que resultará no domingo sem ocaso, quando Deus será tudo em todos e o mundo inteiro será a pátria de Deus. A cruz, sobretudo os cansaços e os sofrimentos que suportamos para viver o mandamento do amor e o caminho da justiça, é fonte de amadurecimento e santificação.
No tempo do silêncio de Deus, no pesaroso assombro diante de Deus crucificado e abandonado, nos perguntamos, então, no exemplo e com a intercessão de Maria: creio realmente no amor que Deus tem por mim? Coloco-me na escuta dócil e perseverante do Seu projeto de amor para mim? Vivo a alegria de saber-me amado com Cristo e Nele pelo Pai, também no tempo das provações e do silêncio de Deus? Irradio esta alegria? Procuro agradar só a Deus sempre, na eloquência dos gestos, sem correr atrás de imagem ou criar máscaras de defesa ou evasão?
Possa a Virgem Maria nos ajudar a responder com verdade a estas perguntas e a nos ajudar a viver como ela viveu, a primazia do amor e da fé no longo sábado do tempo, do qual o sábado santo é imagem e profecia, para que venha o domingo sem ocaso, no qual Maria já entrara, antecipando o destino de quantos têm fé em seu Filho, amando e esperando com a ajuda de Sua graça.

  1. Dom Bosco, testemunha da ressurreição

Também o carisma de Dom Bosco encontra o seu centro no mistério pascal do Senhor Jesus Cristo: Dom Bosco foi sinal e portador do amor de Deus aos jovens, conduzindo-os à fonte da redenção que ocorreu na Páscoa do Senhor e foi celebrada nos sacramentos da Eucaristia e da Penitência. O oratório de Dom Bosco foi iniciado em 12 de abril de 1846, Páscoa da ressurreição, e Dom Bosco foi canonizado no dia de Páscoa do Ano Santo da redenção (1º de abril de 1934). É a graça do Senhor morto e ressuscitado que somos chamados a celebrar, anunciar, viver e transmitir às novas gerações.

Cada acompanhamento é uma forma de propor a chamada à alegria e pode assim tornar-se o terreno adequado para anunciar a Boa Nova da Páscoa e promover o encontro com Jesus morto e ressuscitado: um querigma «que exprima o amor salvífico de Deus como prévio à obrigação moral e religiosa, que não imponha a verdade, mas faça apelo à liberdade, que seja pautado pela alegria, o estímulo, a vitalidade e uma integralidade harmoniosa» (EG 165). Ao mesmo tempo, todo serviço de acompanhamento é uma oportunidade de crescimento na fé para aqueles que o fazem e para a comunidade a que pertence. Por essa razão, o principal requisito de um bom acompanhador é ter experimentado pessoalmente “a alegria do amor”, que desmascara a falsidade das gratificações mundanas e preenche o coração com o desejo de comunicá-los aos outros.(Instrumentum Laboris n. 173).

Considerando que «a fé tem uma estrutura sacramental» (LF 40), algumas Conferências Episcopais pedem que se desenvolva o vínculo genético entre fé, sacramentos e liturgia na concepção de percursos das pastorais juvenis, a partir da centralidade da Eucaristia «fonte e centro de toda a vida cristã» (LG 11) e «fonte e coroa de toda a evangelização» (PO 5).
Tantas Conferências Episcopais garantem que onde a liturgia e a ars celebrandi são bem feitas há sempre uma presença significativa de jovens ativos e partícipes. Considerando que na sensibilidade juvenil não são os conceitos que falam, mas as experiências, não as noções, mas as relações, algumas Conferências Episcopais observam que as celebrações eucarísticas e outros momentos litúrgicos – frequentemente considerados pontos de chegada – podem se tornar um lugar e uma ocasião para um renovado primeiro anúncio aos jovens. As Conferências Episcopais de alguns países testemunham a eficácia da “pastoral dos ministrantes” para fazer com que os jovens experimentem o espírito da liturgia; contudo, será oportuno refletir sobre como oferecer uma adequada formação litúrgica a todos os jovens. (Instrumentum Laboris n. 188).

Ó santa Mãe do Redentor,
porta dos Céus, Estrela do mar,
Socorrei o vosso povo
que anseia renascer.
Vós, que acolhendo a saudação do anjo,
na admiração de toda a criação,
gerou o vosso Criador,
mãe sempre virgem,
piedade de nós, pecadores.