4. María, Maestra de vida espiritual

Don Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

Ejemplo para toda la Iglesia en el ejercicio del culto divino, María es también, evidentemente, maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos. Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en María para, como Ella, hacer de la propia vida un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Ya en el siglo IV, S. Ambrosio, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos estuviese el alma de María para glorificar a Dios: “Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios”. Pero María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios: doctrina antigua, perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando Ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical “Hágase tu voluntad” (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y el “sí” de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre, en camino y en medio de santificación propia. (Marialis Cultus n. 21).

  1. Caminar en el Espíritu y confiarse a María.

Los títulos de Madre y Maestra de vida espiritual que damos a María Santísima, resumen los rasgos esenciales de ser icono espiritual de la Iglesia y de cada uno de los fieles. Dos títulos caracterizados por una específica referencia a la espiritualidad, que proclaman el papel esencial de María en la vida espiritual del cristiano. En efecto, el culmen de la vida espiritual es la conformación con Jesucristo y María nos guía a conformarnos con su Hijo, a hacer que en nosotros se delinee el rostro del Maestro y se trasparente en la cotidianidad de nuestra vida. Para todo discípulo se trata de estar con el Maestro, escucharlo, aprender de Él, estar siempre aprendiendo. Tal discipulado se traduce en el hecho de hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios, en la obediencia filial a la voluntad de Dios y en el ejercicio de las obras de misericordia corporales y espirituales, en los modos que indique el Espíritu Santo, a través, también, de las mediaciones humanas (la esposa, el esposo, los padres, el director espiritual, los amigos en el Señor…).
También nosotros, a ejemplo de María, estamos llamados a ser educadores y acompañantes de los jóvenes en el camino de búsqueda y de adhesión a la voluntad de Dios.

En la fase de juventud, toma forma la construcción de la propia identidad. En este tiempo, marcado por la complejidad, la fragmentación y la incertidumbre del futuro, planificar la vida se vuelve difícil, si no imposible. En esta situación de crisis, el compromiso eclesial a menudo está orientado a sostener una buena planificación. En los casos más afortunados y cuando los jóvenes son más disponibles, este tipo de atención pastoral los ayuda a descubrir su vocación, que sigue siendo, en el fondo, una palabra para pocos elegidos y expresa la culminación de un proyecto. ¿Pero con este modo de proceder, no se corre el riesgo de reducir y comprometer la verdad plena del término “vocación”? En este sentido, es muy útil llamar la atención sobre el encuentro entre Jesús y el joven rico (cfr. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 10,25-28). Aquí vemos que el Maestro de Nazaret no apoya el proyecto de vida del joven ni propone su coronación; no recomienda un esfuerzo extra, ni tampoco, en el fondo, quiere colmar el vacío del joven, que le había preguntado: «¿qué me queda por hacer?» al menos, no quiere colmarlo confirmando la lógica de planificación del joven. Jesús no colma un vacío, sino que le pide al joven que se vacíe, que haga espacio a una nueva perspectiva orientada al don de sí a través de un nuevo enfoque de su vida generada por el encuentro con quien es el «Camino, la Verdad y la Vida» (cfr. Jn 14,6). De esta manera, a través de una verdadera desorientación, Jesús le pide al joven una reconfiguración de su existencia. Es una llamada al riesgo, a perder lo ya adquirido, a confiar. Es una provocación para romper con la mentalidad de planificar que, si es exasperada, conduce al narcisismo y a encerrarse en uno mismo. Jesús invita al joven a entrar en una lógica de fe, que pone en juego su vida en el seguimiento, precedida y acompañada por una intensa mirada de amor: «Jesús lo miró con amor y le dijo: sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» (Mc 10,21) (Instrumentum Laboris n. 84).

  1. María la maestra de don Bosco

Desde el sueño de los nueve años, se le indica y da a Juanito Bosco la Virgen María como la “maestra bajo cuya disciplina puede llegar a ser sabio y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad”. María es guía eficaz y ayuda segura para aprender y ejercitar la disponibilidad de escucha y para emprender un camino de fe y de discernimiento vocacional.

En la Biblia, sabio es el hombre que ha centrado el punto de mira de la vida, que pone en Dios su confianza, que construye su casa sobre la roca firme de la Palabra y de la voluntad de Dios. Y necio, el que se pone como centro de sí mismo, que depende del juicio de los hombres y no se pone bajo la mirada de Dios, como María, humilde esclava del Señor. La sabiduría da gusto y orientación a la vida; la necedad la vacía y la vuelve inútil. Al principio de todo auténtico camino de fe, de toda búsqueda vocacional está la consciencia del propio límite, de la propia incapacidad y pobreza, que solo el amor de Dios puede llenar. Se trata de recorrer un camino cuya meta se descorre solo desde el mismo seguimiento, en diálogo con el Maestro. Esa meta no puede delinearse nítida ante nosotros desde el principio, como si fuese la conclusión de un proyecto del que somos dueños y del que tenemos la clave, de tal modo que se pueden prever todos los detalles. Se perfila bajo la mirada de la fe que “«ve » en la medida en que camina, en que se adentra en el espacio abierto por la Palabra de Dios” (Lumen Fidei n. 9).

También Don Bosco comprenderá el sueño de los nueve años solo al final de su vida, cuando en la única misa celebrada en la Basílica del Sagrado Corazón de Roma, en el altar de María Auxiliadora, comprenderá el sentido de las palabras proféticas: “¡A su tiempo lo comprenderás!”. Y el santo de la alegría rompe en un largo e incontenible llanto de íntima emoción y reconocida gratitud, en la consciencia de la fidelidad al Dios de la promesa y en la disponibilidad a cantar su “Nunc dimittis”, porque los ojos de la fe han visto la salvación preparada para tantos jóvenes y tantas personas del pueblo a las que el Señor le había enviado.

  1. Una experiencia familiar de Iglesia

La familia desempeña un papel indispensable en el camino de la fe y en el discernimiento vocacional, que se hace fecundo sobre todo cuando los padres representan un modelo de fe, de entrega y fuente de inspiración: los padres son siempre los primeros testimonios. Por desgracia no faltan los ejemplos opuestos, es decir, cuando el énfasis que pone la familia en el éxito en términos económicos o de carrera, acaba por entorpecer la posibilidad de un serio camino en la fe. A veces el fracaso familiar, las dificultades, las divisiones y la fragilidad de las familias son fuente de sufrimiento para muchos jóvenes que les llevan a desilusionarse sobre la posibilidad de mirar al futuro en términos de esperanza a largo plazo. Los jóvenes, en fin, esperan ser acompañados no por jueces inflexibles, ni por padres temerosos e hiperprotectores que engendran dependencia, sino por alguien que no teme la propia debilidad y sabe hacer resplandecer el tesoro que, como en vasos de arcilla, protege la propia interioridad (cfr. 2Cor 4,7).

Uno de los resultados más fecundos que surgieron de la renovada atención pastoral a la familia vivida en los últimos años, fue el redescubrimiento del carácter familiar de la Iglesia. La afirmación que Iglesia y parroquia son «familia de familias» (cfr. AL 87.202) es fuerte y orientativa con respecto a su forma. Nos referimos a estilos relacionales, donde la familia actúa como matriz de la misma experiencia de la Iglesia; a modelos formativos de naturaleza espiritual que tocan los afectos, generan vínculos y convierten el corazón; a itinerarios educativos que comprometen en el difícil y entusiasmante arte del acompañamiento de las jóvenes generaciones y de las mismas familias; a la calificación de las celebraciones, porque en la liturgia se manifiesta el estilo de una Iglesia convocada por Dios para ser su familia… Una CE afirma que «en medio de una vida ruidosa y caótica, muchos jóvenes piden a la Iglesia que sea una casa espiritual». Ayudar a los jóvenes a unificar sus vidas continuamente amenazadas por la incertidumbre, por la fragmentación y por la fragilidad es hoy decisivo. Para muchos jóvenes que viven en familias frágiles y desfavorecidas, es importante que perciban a la Iglesia como una verdadera familia que puede “adoptarlos” como hijos propios (Instrumentum Laboris n. 178).

 

Oración a María, Madre y Maestra de vida espiritual
¡Oh Padre!
Te alabamos, te bendecimos, te glorificamos,
recordando a la Bienaventurada Virgen María, Madre y Maestra de vida espiritual.
Íntimamente asociada al misterio de Cristo redentor,
continúa engendrando con la Iglesia, nuevos hijos,
a quienes atrae con su ejemplo
y con la fuerza de su amor conduce a la caridad perfecta.
En su escuela redescubrimos el modelo de vida evangélica;
aprendemos a amarte sobre todas las cosas con su corazón
para servirte con la misma solicitud en los hermanos.
Haz que, iluminados por su ejemplo y protegidos con su auxilio,
seamos fieles a las promesas bautismales
y te sirvamos de todo corazón
para dar testimonio en el mundo de las maravillas de tu amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

4. Maria Maestra di vita spirituale

Don Pierluigi Cameroni
Animatore spirituale mondiale

Modello di tutta la Chiesa nell’esercizio del culto divino, Maria è anche, evidentemente, maestra di vita spirituale per i singoli cristiani. Ben presto i fedeli cominciarono a guardare a Maria per fare, come lei, della propria vita un culto a Dio e del loro culto un impegno di vita. Già nel IV secolo, sant’Ambrogio, parlando ai fedeli, auspicava che in ognuno di essi fosse l’anima di Maria per glorificare Dio: Dev’essere in ciascuno l’anima di Maria per magnificare il Signore, dev’essere in ciascuno il suo spirito per esultare in Dio. Maria, però, è soprattutto modello di quel culto che consiste nel fare della propria vita un’offerta a Dio: dottrina antica, perenne, che ognuno può riascoltare, ponendo mente all’insegnamento della Chiesa, ma anche porgendo l’orecchio alla voce stessa della Vergine, allorché essa, anticipando in sé la stupenda domanda della preghiera del Signore: Sia fatta la tua volontà (Mt 6,10), rispose al messaggero di Dio: Ecco la serva del Signore: sia fatto di me secondo la tua parola (Lc 1,38). E il «sì» di Maria è per tutti i cristiani lezione ed esempio per fare dell’obbedienza alla volontà del Padre la via e il mezzo della propria santificazione. (Marialis Cultus n. 21).

  1. Camminare nello Spirito e affidarsi a Maria.

I titoli di Madre e Maestra di vita spirituale riferiti a Maria Santissima, riassumono tratti essenziali del suo essere icona spirituale della Chiesa e di ogni singolo fedele. Due titoli connotati da uno specifico riferimento alla spiritualità, che dicono il ruolo essenziale di Maria per la vita spirituale dei cristiani. Infatti il vertice della vita spirituale è la conformazione a Gesù Cristo e Maria ci guida a conformarci al Figlio suo, a far sì che in noi si delinei il volto del Maestro, che lo facciamo trasparire nella quotidianità della nostra vita. Si tratta per ogni discepolo di stare con il Maestro, ascoltarlo, imparare da Lui, imparare sempre. Tale discepolato si traduce nel fare della propria vita un’offerta gradita a Dio, nell’obbedienza filiale alla volontà di Dio e nell’esercizio delle opere di misericordia corporali e spirituali, nei modi che lo Spirito Santo indicherà, anche attraverso le mediazioni umane (la sposa, lo sposo, i genitori, il direttore spirituale, gli amici nel Signore…).
Anche noi, sull’esempio di Maria, siamo chiamati ad essere educatori e accompagnatori dei giovani nel cammino di ricerca e di adesione alla volontà di Dio.

Nella fase della giovinezza prende corpo la costruzione della propria identità. In questo tempo, segnato da complessità, frammentazione e incertezza per il futuro, progettare la vita diventa faticoso, se non impossibile. In questa situazione di crisi, l’impegno ecclesiale è molte volte orientato a sostenere una buona progettualità. Nei casi più fortunati e laddove i giovani sono più disponibili, questo tipo di pastorale li aiuta a scoprire la loro vocazione, che rimane, in fondo, una parola per pochi eletti e dice il culmine di un progetto. Ma questo modo di procedere non rischia di ridurre e compromettere la verità piena del termine “vocazione”?
A questo proposito è molto utile richiamare alla nostra attenzione l’incontro tra Gesù e il giovane ricco (Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 10,25-28). Qui vediamo che il Maestro di Nazareth non sostiene il progetto di vita del giovane e nemmeno ne propone il coronamento; non consiglia un impegno in più e nemmeno, in fondo, vuole colmare un vuoto del giovane, che pure aveva chiesto: «Che altro mi manca?»; perlomeno, non vuole colmarlo confermando la logica progettuale del giovane. Gesù non riempie un vuoto, ma chiede al giovane di svuotarsi, di fare spazio ad una nuova prospettiva orientata al dono di sé attraverso una nuova impostazione della propria vita generata dall’incontro con colui che è «la via, la verità e la vita» (cfr. Gv 14,6). In tal modo, attraverso un vero e proprio disorientamento, Gesù chiede al giovane una riconfigurazione della propria esistenza. È una chiamata al rischio, a perdere il già acquisito, alla fiducia. È provocazione a rompere con la mentalità progettuale che, se esasperata, porta al narcisismo e alla chiusura in se stessi. Gesù invita il giovane a entrare in una logica di fede, che mette in gioco la propria vita nella sequela, preceduta e accompagnata da un intenso sguardo d’amore: «Gesù fissò lo sguardo su di lui, lo amò e gli disse: “Una cosa sola ti manca: va’, vendi quello che hai e dallo ai poveri, e avrai un tesoro in cielo; e vieni! Seguimi”» (Mc 10,21). (Instrumentum Laboris n. 84).

  1. Maria la maestra di don Bosco

Fin dal sogno dei nove anni, la Vergine Maria viene indicata e data a Giovannino Bosco come la “maestra sotto la cui disciplina puoi diventare sapiente e senza la quale ogni sapienza diviene stoltezza”. Maria è guida efficace e aiuto sicuro nell’apprendere ed esercitare la disponibilità all’ascolto e ad intraprendere un cammino di fede e di discernimento vocazionale.

Nella Bibbia, sapiente è l’uomo che ha centrato il bersaglio della vita, che pone in Dio la sua fiducia, che fonda la sua casa sulla salda roccia della Parola e della volontà di Dio. Stolto è l’uomo che pone al centro se stesso, che dipende dal giudizio degli uomini e non si mette sotto lo sguardo di Dio, come Maria, umile ancella del Signore. La sapienza dà gusto e orientamento alla vita, la stoltezza la svuota, la rende insulsa. All’inizio di ogni autentico cammino di fede, di ogni ricerca vocazionale c’è la consapevolezza del proprio limite, della propria inadeguatezza e povertà, che solo l’amore di Dio può colmare. Si tratta di percorrere un cammino la cui meta si dischiude solo dall’interno della sequela, in dialogo e rapporto con il Maestro. Essa non può stagliarsi davanti nitida fin dall’inizio, quasi fosse l’esito di un progetto di cui siamo padroni e di cui possediamo la chiave, così da poterne prevedere tutti i dettagli. Essa si profila allo sguardo della fede che, «“vede” nella misura in cui cammina, in cui entra nello spazio aperto dalla Parola di Dio» (Lumen Fidei n. 9).

Anche don Bosco comprenderà il sogno dei nove anni solo alla fine della sua vita, quando nell’unica messa celebrata nella Basilica del S. Cuore in Roma all’altare di Maria Ausiliatrice, coglierà il senso delle parole profetiche: “A suo tempo tutto comprenderai!”. E il santo della gioia si scioglie in un lungo e irrefrenabile pianto di intima commozione, di riconoscente gratitudine, nella consapevolezza della fedeltà del Dio della promessa e nella disponibilità a cantare il suo “Nunc dimittis”, perché gli occhi della fede hanno visto la salvezza preparata per tanti giovani e tante persone del popolo a cui il Signore lo aveva mandato.

  1. Un’esperienza familiare di Chiesa

La famiglia svolge un ruolo indispensabile nel cammino della fede e nel discernimento vocazionale, che diventa fecondo soprattutto quando i genitori rappresentano un modello di fede e di dedizione e fonte di ispirazione: i genitori sono sempre i primi testimoni. Purtroppo non mancano i casi opposti, quando cioè l’enfasi che la famiglia pone sul successo in termini economici o di carriera finisce per ostacolare la possibilità di un serio cammino nella fede. Talvolta il fallimento familiare, le difficoltà, le divisioni e le fragilità delle famiglie sono fonte di sofferenza per tanti giovani e li portano a disilludersi sulla possibilità di guardare il futuro in termini di speranza a lungo termine. I giovani infine si aspettano di essere accompagnati non da giudici inflessibili, né da genitori timorosi e iperprotettivi che generano dipendenza, ma da qualcuno che non ha timore della propria debolezza e sa far risplendere il tesoro che, come vaso di creta, custodisce al proprio interno (cfr. 2Cor 4,7).

Uno degli esiti più fecondi emersi dalla rinnovata attenzione pastorale alla famiglia vissuta in questi ultimi anni è stata la riscoperta dell’indole familiare della Chiesa. L’ affermazione che Chiesa e parrocchia sono «famiglia di famiglie» (cfr. AL 87.202) è forte e orientativa rispetto alla sua forma. Ci si riferisce a stili relazionali, dove la famiglia fa da matrice all’esperienza stessa della Chiesa; a modelli formativi di natura spirituale che toccano gli affetti, generano legami e convertono il cuore; a percorsi educativi che impegnano nella difficile ed entusiasmante arte dell’accompagnamento delle giovani generazioni e delle famiglie stesse; alla qualificazione delle celebrazioni, perché nella liturgia si manifesta lo stile di una Chiesa convocata da Dio per essere sua famiglia… Una CE afferma che «nel bel mezzo della vita rumorosa e caotica molti giovani chiedono alla Chiesa di essere una casa spirituale». Aiutare i giovani a unificare la loro vita continuamente minacciata dall’incertezza, dalla frammentazione e dalla fragilità è oggi decisivo. Per molti giovani che vivono in famiglie fragili e disagiate, è importante che essi percepiscano la Chiesa come una vera famiglia in grado di “adottarli” come figli propri. (Instrumentum Laboris n. 178).

 

Preghiera a Maria Madre e Maestra di vita spirituale
O Padre, noi ti lodiamo, ti benediciamo, ti glorifichiamo,
nel ricordo della Beata sempre Vergine Maria, Madre e Maestra di vita spirituale.
Intimamente associata al mistero di Cristo redentore,
continua a generare con la Chiesa nuovi figli,
che attira a te con il suo esempio
e con la forza del suo amore conduce alla carità perfetta.
Alla sua scuola riscopriamo il modello della vita evangelica;
impariamo ad amarti sopra ogni cosa con il suo cuore
per servirlo con la stessa sollecitudine nei fratelli.
Fa’ che illuminati dal suo esempio e protetti dal suo aiuto,
siamo fedeli agli impegni del Battesimo
e serviamo te con tutto il cuore,
per testimoniare al mondo le meraviglie del tuo amore.
Per Cristo nostro Signore.
Amen!

 

4. Mary, Teacher of the Spiritual life

Don Pierluigi Cameroni
World spiritual animator

Mary is not only an example for the whole Church in the exercise of divine worship but is also, clearly, a teacher of the spiritual life for individual Christians. The faithful at a very early date began to look to Mary and to imitate her in making their lives an act of worship of God and making their worship a commitment of their lives. As early as the fourth century, St. Ambrose, speaking to the people, expressed the hope that each of them would have the spirit of Mary in order to glorify God. May the heart of Mary be in each Christian to proclaim the greatness of the Lord; may her spirit be in everyone to exult in God.”(63) But Mary is above all the example of that worship that consists in making one’s life an offering to God. This is an ancient and ever new doctrine that each individual can hear again by heeding the Church’s teaching, but also by heeding the voice of the Virgin herself. Anticipating the wonderful petition of the Lord’s Prayer – “Your will be done” (Mt. 6:10) – she replied to God’s messenger: “I am the handmaid of the Lord. Let what you have said be done to me” (Lk. 1:38). And Mary’s “yes” is for all Christians a lesson and example of obedience to the will of the Father, which is the way and the means of one’s own sanctification. (Marialis Cultus No. 21).

  1. To walk in the Spirit and to entrust oneself to Mary.

The titles of Mother and Teacher of Spiritual life, summarize the essential features of Mary as a spiritual icon of the Church and of every single believer. Both titles contain a specific reference to spirituality and they indicate the essential role of Mary in the spiritual life of Christians. In fact, the summit of the spiritual life is conformation to Jesus Christ. Mary shows us how to conform ourselves to her Son, to ensure that the face of the Master is delineated in us, so that we make him visible in our daily lives. It is a question of every disciple being with the Master, listening to him and learning from him always. This discipleship translates into making one’s life an offering pleasing to God, in filial obedience to the will of God and in the exercise of the corporal and spiritual works of mercy, in the ways that the Holy Spirit indicates, as well as through human mediations (husband and wife, parents, spiritual director, and friends in the Lord …).
We too, following the example of Mary, are called to be educators and companions of the young on the journey of searching and adhering to the will of God.

During the period of youth, identity is forged. At this time, marked by complexity, fragmentation and uncertainty about the future, forming a life plan is difficult, if not impossible. In this crisis situation, the contribution offered by the Church is often focused on supporting good life choices. In the most fortunate cases, and wherever young people are more receptive, this kind of pastoral care helps them discover their vocation which, at the end of the day, is a term that can be applied only to a few fortunate individuals and it marks the culmination of a project. But does not this way of doing things risk reducing and undermining the full truth of the term “vocation”?
In this respect, it is helpful to recall the encounter between Jesus and the rich young man (cf. Mt 19:16-22; Mk 10:17-22; Lk 10:25-28). There, we see that the Teacher from Nazareth does not endorse the young man’s life plan, nor does he suggest how to achieve it; he does not recommend additional commitments, nor does he want to fill the emptiness of the young man who asked him: ‘What do I still lack?’; at least, he does not want to fill this emptiness by endorsing the young man’s ideas for his future. Jesus does not fill his emptiness, but rather asks the young man to empty himself and make room for a new vision that is directed towards self-giving through a new approach to life, generated by the encounter with Him who is ‘the way, the truth and the life’ (Jn 14:6). In this way, through a real loss of direction, Jesus asks the young man to reconfigure his entire life. It is a call to embrace risk, to lose what has already been acquired, to trust. It is a provocation to break with the planning mindset which, if it becomes extreme, leads to narcissism and withdrawal. Jesus invites the young man to step into a mindset of faith, that challenges his life once he follows Christ, preceded and accompanied by an intense loving gaze: “Jesus looked at him and loved him. ‘One thing you lack,’ he said. ‘Go, sell everything you have and give to the poor, and you will have treasure in heaven. Then come, follow me.’” (Mk 10:21) (Instrumentum Laboris No. 84).

  1. Mary, Don Bosco’s teacher

In the dream at nine years of age, young John Bosco was entrusted to the guidance of the Virgin Mary. “I will give you a teacher. Under her guidance you can become wise. Without her, all wisdom is foolishness.” Mary was an effective guide and a sure help in learning and exercising willingness to listen and to undertake a journey of faith and vocational discernment.
In the Bible, the wise person is the one who has hit the mark in life, who puts his trust in God, who builds his house on the firm rock of the Word and of the will of God. The fool is the one who places himself in the centre, who depends on the judgment of men instead of placing himself under the gaze of God, as did Mary the humble servant of the Lord. Wisdom gives taste and a sense of direction to life. Foolishness drains life and renders it bland. At the beginning of every authentic journey of faith and of every vocational search there is the awareness of one’s limitations, of one’s own inadequacy and poverty, which only God’s love can fill. It is a question of following a path towards a goal which is discovered only within the following of Christ, in dialogue and relationship with the Master. It is not clear from the beginning, as if it were the result of a project of which we are masters and of which we hold the key, so that we can foresee all the details. It becomes apparent in the gaze of faith which “‘sees’ to the extent that it journeys, to the extent that it chooses to enter into the horizons opened up by God’s word.” (Lumen Fidei n.9).

It was only at the end of his life that Don Bosco was able to understand the dream he had at the age of nine. During the only Mass he celebrated in the Basilica of the Sacred Heart in Rome, at the altar of Mary Help of Christians, he was able to grasp the meaning of those prophetic words: “In due time you will understand everything.” And the saint of joy burst into a long and irrepressible cry of intimate emotion, and heartfelt gratitude in the awareness of God’s fidelity to his promise. Now he was ready to sing his “Nunc dimittis“, because with the eyes of faith he had seen the salvation prepared for so many young people and others to whom the Lord had sent him.

  1. A family experience of Church

The family plays an indispensable role in the journey of faith. Vocational discernment becomes fruitful especially when parents represent a model of faith and dedication and a source of inspiration. Parents are always the first witnesses. Unfortunately, the opposite can also happen, when the emphasis that the family places on success in economic or career terms ends up hindering the possibility of a serious journey in faith. Sometimes family failure, difficulties, divisions and the fragility of families are a source of suffering for many young people and make them disillusioned regarding the possibility of looking at the future in terms of long-term hope. Finally, young people expect to be accompanied not by inflexible judges, nor by fearful and overprotective parents who generate dependence, but by someone who is not afraid of their weakness and knows how to let the treasure shine that he keeps inside like a clay vase (cf. 2 Cor 4).

One of the most fruitful outcomes of the renewed pastoral attention to the family that has emerged over the last few years has been the rediscovery of the Church’s family-oriented nature. The statement that the Church and parishes are a «family of families» (cf. AL 87.202) is powerful and guides us in understanding her form. This image refers to relational styles, where the family becomes the matrix for the Church’s own experience; to formative models of a spiritual nature that involve affections, generate ties and convert the heart; to educational pathways that engage people in the difficult and exciting art of accompanying young generations and families themselves; to the manner of celebrations, because in the liturgy the style of a Church that is summoned by God to be his family is manifested… One Episcopal Conference states that “in the midst of their noisy and chaotic lives, many young people are asking the Church to be a spiritual home”. Helping young people unify their lives, constantly threatened by uncertainty, fragmentation and fragility, is decisive nowadays. To many young people who live in fragile or broken families, it is important to perceive the Church as a true family that is able to “adopt” them as her own children. (Instrumentum Laboris n. 178).

 

Prayer to Mary Mother and Teacher of the Spiritual Life
O Father, we praise you, we bless you, we glorify you,
as we remember the Blessed ever Virgin Mary,
Mother and Teacher of the Spiritual Life.
Intimately associated with the mystery of Christ the Redeemer
she continues to generate new children with the Church.
She attracts them to you by her example
and by the power of her love she leads them to perfect love.
At her school we rediscover the model of evangelical life.
We learn to love you above everything else
and to serve you in our brothers with the same solicitude.
Grant that, inspired by her example and protected by her help,
we may be faithful to our Baptismal commitments and serve you wholeheartedly
in order to witness to the world the wonders of your love.
Through Christ our Lord.
Amen!

 

4. Maria Mestra de vida espiritual

Don Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

Exemplar de toda a Igreja, no exercício do culto divino, Maria é também, evidentemente, mestra de vida espiritual para cada um dos cristãos. Assim, bem cedo os fiéis começaram a olhar para Maria, a fim de, como ela, fazerem da própria vida um culto a Deus, e do seu culto um compromisso vital. Já no século IV Santo Ambrósio, ao falar aos fiéis, lhes auspiciava que em cada um deles houvesse a alma de Maria, para glorificarem a Deus: Que em cada um de vós haja a alma de Maria para bendizer o Senhor; e em cada um de vós esteja o seu espírito, para exultar em Deus! Mas Maria é modelo, sobretudo, daquele culto que consiste em fazer da própria vida uma oferenda a Deus: doutrina antiga e perene, esta, que cada um de nós pode ouvir repetir, se prestar atenção aos ensinamentos da Igreja; mas que poderá entrever também, se der ouvidos à palavra da mesma Virgem Santíssima, quando ela, antecipando em si a estupenda petição da Oração Dominical, “seja feita a vossa vontade” (Mt 6,10), respondeu ao mensageiro de Deus: “Eis a serva do Senhor! Faça-se em mim segundo a tua palavra” (Lc
1,38). E o “sim” de Maria é para todos os cristãos lição e exemplo, para fazerem da obediência à vontade do Pai o caminho e o meio da própria santificação. (Marialis Cultus n.21).

  1. Caminhar no espírito e se confiar a Maria.

Os títulos de Mãe e Mestra de vida espiritual referindo-se a Maria Santíssima, resumem as características essenciais de ser ela um ícone espiritual da Igreja e de cada fiel em particular. Dois títulos conotados por uma referência específica à espiritualidade, que dizem o papel essencial de Maria para a vida espiritual dos cristãos. De fato, o ápice da vida espiritual é a conformação a Jesus Cristo, e Maria guia-nos a nos conformar ao seu Filho, para assegurar que, em nós, se delineie o rosto do Mestre, que O façamos transparecer na cotidianidade da nossa vida. É uma questão para todo discípulo estar com o Mestre, ouvi-lo, aprender dele, aprender sempre. Tal discipulado se traduz no fazer da própria vida uma oferta agradável a Deus, na obediência filial à vontade de Deus e no exercício das obras corporais e espirituais de Misericórdia, nas maneiras que o Espírito Santo indicará, também, através das mediações humanas (a esposa, o esposo, os pais, o diretor espiritual, os amigos no Senhor). Também nós, a exemplo de Maria, somos chamados a ser educadores e guias dos jovens no caminho de busca e de adesão à vontade de Deus.

Na fase da juventude, toma forma a construção da própria identidade. Neste momento, marcado pela complexidade, fragmentação e incerteza em relação ao futuro, planejar a vida torna-se cansativo, se não impossível. Nesta situação de crise, o compromisso eclesial é, muitas vezes, orientado para apoiar um bom planejamento. Nos casos mais afortunados e nos quais os jovens estão mais disponíveis, este tipo de pastoral os ajuda a descobrir a própria vocação, que permanece, afinal, uma palavra para poucos eleitos e representa o culminar de um projeto. Mas esse modo de proceder não arrisca reduzir e comprometer toda a verdade do termo “vocação”?
A esse respeito, é muito útil chamar a atenção para o encontro entre Jesus e o jovem rico (Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22; Lc 10, 25-28). Aqui vemos que o Mestre de Nazaré não apoia projeto de vida do jovem e nem propõe a sua coroação; não aconselha um esforço a mais e nem, realmente, quer preencher uma lacuna do jovem, que também lhe perguntou: «Que me falta ainda?»; pelo menos, ele não quer preenchê-la, confirmando a lógica projetual do jovem. Jesus não preenche um vazio, mas pede ao jovem para esvaziar-se, para dar lugar a uma nova perspectiva orientada no dom de si mesmo por meio de uma nova abordagem da própria vida gerada pelo encontro com aquele que é «o caminho, a verdade e a vida» (cf. Jo 14,6). Dessa forma, por meio de uma verdadeira desorientação, Jesus pede ao jovem uma reconfiguração de sua própria existência. É uma chamada a arriscar, a perder o que já foi adquirido, a confiar. É uma provocação para romper com a mentalidade dos projetos que, se exasperada, leva ao narcisismo e ao fechamento de si mesmo. Jesus convida o jovem a entrar numa lógica de fé, que arrisca a própria vida ao segui-lo, precedida e acompanhada por um olhar intenso de amor: «Jesus, olhando para ele, o amou e lhe disse: “Falta-te uma coisa: vai, e vende tudo quanto tens, e dá-o aos pobres, e terás um tesouro no céu; e vem! Segue-me”» (Mc 10,21). (Instrumentum Laboris n. 84).

  1. Maria, a mestra de Dom Bosco

Desde o sonho dos nove anos, a Virgem Maria é indicada e dada a Joãozinho Bosco como “mestra sob cuja disciplina você pode se tornar sábio e sem a qual toda sabedoria se torna loucura”. Maria é guia eficaz e auxílio seguro no aprender e exercitar a disponibilidade para ouvir e empreender um caminho de fé e de discernimento vocacional.

Na Bíblia, um homem sábio é a pessoa que tem foco no objetivo de sua vida, que deposita sua confiança em Deus, que edifica a sua casa sobre a firme rocha da Palavra e da vontade de Deus. Tolo é o homem que coloca a si mesmo no centro, que depende do julgamento dos homens e não se coloca sob o olhar de Deus, como Maria se colocava sob o olhar de Deus, humilde serva do senhor. A sabedoria dá sabor e orientação à vida, a loucura a esvazia, a torna maçante. No início de cada jornada autêntica de fé, de toda busca vocacional, há a consciência do próprio limite, da própria inadequação e pobreza, que só o amor de Deus pode preencher. Trata-se de percorrer um caminho cujo meta se revela no cerne da caminhada, no diálogo e no relacionamento com o Mestre. A meta não fica clara desde o início, como se fosse o resultado de um projeto do qual nós somos os mestres e do qual temos a chave e somos capazes de prever todos os detalhes. A meta aparece pelo olhar da fé que, “« vê » na medida em que caminha, em que entra no espaço aberto pela Palavra de Deus.” (Lumen Fidei n.9).

Também Dom Bosco compreenderá o sonho dos nove anos apenas no fim da sua vida, quando na única missa celebrada na Basílica do S. Coração em Roma, no altar de Maria Auxiliadora, colherá o sentido das palavras proféticas: “A seu tempo, tudo compreenderás!” E o Santo da alegria se derrete em um longo e incontrolável pranto de profunda comoção, de reconhecida gratidão, na consciência da fidelidade do Deus da promessa e na disponibilidade para cantar o seu “Nunc dimittis”, porque os olhos da fé viram a salvação preparada para tantos jovens e muitas pessoas do povo a quem o Senhor o enviara.

  1. Uma experiência familiar de Igreja

A família desempenha um papel indispensável no caminho da fé e no discernimento vocacional, que se torna fecundo principalmente quando os pais representam um modelo de fé e de dedicação e fonte de inspiração: os pais são sempre os primeiros testemunhos. Infelizmente não faltam os casos opostos, em que a ênfase que a família dá ao sucesso em termos econômicos ou profissionais acaba dificultando a possibilidade de um sério caminho na fé. Às vezes, o fracasso familiar, as dificuldades, as divisões e a fragilidade das famílias são fonte de sofrimento para muitos jovens e os deixam desiludidos quanto à possibilidade de olhar para o futuro em termos de esperança a longo prazo. Os jovens, enfim, esperam ser acompanhados não por juízes inflexíveis, nem por pais temerosos e superprotetores que geram dependência, mas por alguém que não tem medo de sua fraqueza e sabe como resplandecer o tesouro que, como um vaso de barro, guarda em seu interior (cf 2Cor 4,7).

Um dos resultados mais frutíferos da renovada atenção pastoral à família vivida nos últimos anos foi a redescoberta do caráter familiar da Igreja. A afirmação de que Igreja e paróquia são «família de famílias» (cf. AL 87.202) é forte e indicativa em relação à sua forma. Referimo-nos aos estilos relacionais, nos quais a família é a matriz da própria experiência da Igreja; a modelos formativos de natureza espiritual que tocam os afetos, criam vínculos e convertem o coração; a percursos educativos que envolvem a difícil e entusiasmante arte do acompanhamento das jovens gerações e das próprias famílias; à qualificação das celebrações, porque na liturgia se manifesta o estilo de uma Igreja convocada por Deus para ser sua família… Uma Conferência Episcopal afirma que «em meio a uma vida barulhenta e caótica, muitos jovens pedem à Igreja que seja uma casa espiritual». Ajudar os jovens a unificar suas vidas continuamente ameaçadas pela incerteza, pela fragmentação e pela fragilidade é hoje decisivo. Para muitos jovens que vivem em famílias frágeis e desfavorecidas, é importante que eles percebam a Igreja como uma verdadeira família capaz de “adotá-los” como seus próprios filhos. (Instrumentum Laboris n. 178).

 

Oração a Maria Mãe e Mestra de vida espiritual
Ó Pai, nós Vos louvamos, Vos bendizemos, Vos glorificamos,
na memória da Bem-Aventurada sempre Virgem Maria, Mãe e Mestra de vida espiritual.
Intimamente associada ao mistério de Cristo Redentor,
continua a gerar com a Igreja novos filhos,
que atrai a Vós com o seu exemplo
e com a força do seu amor conduz à caridade perfeita.
À sua escola redescobrimos o modelo da vida evangélica;
aprendemos a amar Vos sobre todas as coisas com o seu coração
para servi-Lo com a mesma solicitude nos irmãos.
Fazei com que iluminados por seu exemplo e protegidos por seu auxílio,
sejamos fiéis aos compromissos do Batismo
e sirvamos a Vós com todo o coração,
para testemunhar ao mundo as maravilhas do Vosso amor.
Por Cristo Nosso Senhor.
Amém!