5. María, Virgen oferente

Don Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

María es la “Virgen oferente”. En el episodio de la Presentación de Jesús en el Templo (cfr. Lc 2, 22-35), la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado, más allá del cumplimiento de las leyes relativas a la oblación del primogénito (cfr. Ex 13, 11-16) y de la purificación de la madre (cfr. Lev 12, 6-8), un misterio de salvación relativo a la historia salvífica: esto es, ha notado la continuidad de la oferta fundamental que el Verbo encarnado hizo al Padre al entrar en el mundo (cfr. Heb 10, 5-7); ha visto proclamada la universalidad de la salvación, porque Simeón, saludando en el Niño la luz que ilumina las gentes y la gloria de Israel (cfr. Lc 2, 32), reconocía en Él al Mesías, al Salvador de todos; ha comprendido la referencia profética a la pasión de Cristo: que las palabras de Simeón, las cuales unían en un solo vaticinio al Hijo, “signo de contradicción”, (Lc 2, 34), y a la Madre, a quien la espada habría de traspasar el alma (cfr. Lc 2, 35), se cumplieron sobre el calvario. Misterio de salvación, pues, que el episodio de la Presentación en el Templo orienta en sus varios aspectos hacia el acontecimiento salvífico de la cruz. Pero la misma Iglesia, sobre todo a partir de los siglos de la Edad Media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (cfr. Lc 2, 22), una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito. De dicha intuición encontramos un testimonio en el afectuoso apóstrofe de S. Bernardo: “Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios” (Marialis Cultus 20).

  1. La salvación es para todos.

El fundamento de todo es la voluntad de Dios que quiere que todos los hombres se salven, como muy bien nos recuerda el anciano Simeón que acoge con ternura en sus brazos al Salvador. Toda generación, toda familia, toda persona está llamada a contemplar la salvación y a acoger la paz, que nace del encuentro ansiado y confiado en Jesús

El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente». El Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Por eso nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo. (Gaudete et Exsultate n. 6).

  1. El discernimiento en la vida cristiana

Además, este misterio salvífico nos invita a contemplar cómo el camino de fe de Jesús y María, y por lo mismo el de cada uno de nosotros, se desarrolla en una obediencia filial, que para Jesús, va del misterio de su encarnación a su cumplimiento en la cruz; para María, desde el “si” de la anunciación al stabat a los pies de la cruz; y para cada uno de nosotros en la disponibilidad a hacer de la voluntad de Dios el alimento cotidiano. Caminar en la fe no significa que se tenga todo claro o dar respuesta de una vez por todas a todos los problemas e interrogantes de la vida, sino ante todo individuar pasos concretos en la capacidad de dejarse poco a poco transformar por la Gracia y hacer un auténtico discernimiento en vista de la misión a la que se nos ha llamado. Y en un mundo complejo en el que, principalmente los jóvenes, al carecer de planos, tienen dificultad para a orientarse, es necesario caminar juntos practicando el discernimiento.

Hay una pluralidad de significados del término discernimiento, que no son opuestos, pero tampoco coinciden. En sentido más amplio, el discernimiento indica el proceso en el que se toman decisiones importantes; en un segundo sentido, más específico de la tradición cristiana, corresponde a las dinámicas espirituales a través de las cuales una persona, un grupo o una comunidad tratan de reconocer y aceptar la voluntad de Dios en su situación concreta. Además, el término se aplica a una pluralidad de situaciones y prácticas diferentes: «En efecto, existe un discernimiento de los signos de los tiempos, que trata de reconocer la presencia y la acción del Espíritu en la historia; un discernimiento moral, que distingue lo que es bueno de lo que es malo; un discernimiento espiritual, que tiene como objetivo reconocer la tentación para rechazarla y, en su lugar, seguir el camino de la plenitud de vida. Las conexiones entre estas diferentes acepciones son evidentes y no se pueden nunca separar completamente» (DP II, 2). (Instrumentum Laboris n. 108).

  1. Jesús, Siervo obediente

En la presentación de Jesús en el templo ya se descubre el misterio de Cristo, lazo de unión entre la Antigua y la Nueva Alianza que realizará la antigua promesa de salvación con su sacrificio en la cruz: mientras los varones primogénitos de Israel, en memoria de la liberación de Egipto, eran ofrecidos a Dios, pero rescatados con un pequeño sacrificio (cfr. Éx 13, 2-12; Lv 12, 1-8), Jesús será el único Primogénito en no ser rescatado, obediente en todo a la voluntad del Padre, para ofrecer mediante su sangre, la verdadera liberación del pecado y de la muerte.

  1. La obediencia de María

La profecía de Simeón explicita al mismo tiempo la comunión de la Madre con el sufrimiento del Hijo, “sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él” (Lumen Gentium, 56), expresión de la especial cooperación en el misterio salvífico del único Redentor, Jesucristo, resaltando la total obediencia de María a la voluntad divina, hasta el ofrecimiento de su amadísimo Jesús.
María, Madre atenta y tierna, vivió las esperanzas, los silencios, las alegrías y las pruebas por las que toda madre tiene que pasar: es significativo que no siempre comprenda todo de Él (v. en Lc 2,50, después de encontrar a Jesús y su respuesta). Pero continúa, fiándose de Dios, amando y protegiendo, a su manera, a aquel Hijo, tan pequeño y tan grande, con una mezcla de proximidad y dolorosos alejamientos, que la convierten en modelo de maternidad: ¡Los hijos son engendrados en el dolor y en el amor durante toda la vida! Así María es ejemplo de madre, capaz de una acción educativa compartiendo el tesoro del corazón, la paciencia, la firmeza, la acción continua y la confianza en el Altísimo.

  1. Nuestra obediencia

No se puede descuidar que cada camino vocacional, hundiendo sus raíces en la experiencia de filiación divina donada en el bautismo (cfr. Rom 6,4-5; 8,14-16), es un camino pascual, que implica el compromiso de negarse a uno mismo y de perder la propia vida para recibirla renovada. El Cristo que nos llama a seguirlo es aquel que «en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (Heb 12,2). El creyente, por lo tanto, incluso cuando experimenta que el discipulado implica renuncias y una sufrida fidelidad, no se desanima y continúa siguiendo al Señor que nos precedió a la derecha del Padre y nos acompaña con su Espíritu (Instrumentum Laboris n. 93).

Nos interrogamos: En nuestra responsabilidad de testigos y generadores de la vida que viene de lo alto, ¿nos esforzamos por ser como María en su relación con Jesús, cercanos y delicados con quienes nos han sido confiados, respetando su libertad y su misterio? ¿Estamos dispuestos a confiar todo a Dios, sin esquivar ninguna de nuestras responsabilidades? ¿Somos capaces de escuchar a todos, sin descuidar el deber de dar testimonio?
Convencidos de que los jóvenes son la verdadera reserva para el “rejuvenecimiento” de los dinamismos eclesiales, preguntémonos: ¿Somos verdaderamente sensibles a los jóvenes? ¿Comprendemos sus necesidades y esperanzas? ¿Sabemos comprender su exigencia de tener experiencias significativas? ¿Somos capaces de superar las distancias que nos separan de su mundo? Donde se ofrecen a los jóvenes acogida y testimonio en modo creativo y dinámico, nacen sintonías o simpatías que dan su fruto.

 

Ofrecimiento de la jornada a María
¡Oh María. Madre del Verbo encarnado y Madre nuestra dulcísima!
Estamos a tus pies, al nacer un nuevo día, otro gran don del Señor.
Ponemos en tus manos y en tu Corazón, todo nuestro ser.
Tuya es nuestra voluntad, nuestro pensamiento, nuestro corazón y nuestro cuerpo.
Con tu materna bondad forma hoy en nosotros una vida nueva, la vida de Jesús.
Reina del Cielo, prevé y acompaña, con tu inspiración materna,
hasta nuestras más pequeñas acciones,
para que todo sea puro y aceptable en el momento del Sacrificio Santo e Inmaculado.
¡Oh Madre amantísima!
Haznos santos como Jesús nos ha mandado,
como tu Corazón ardientemente nos pide y desea.
Amén.

5. Maria Vergine offerente

Don Pierluigi Cameroni
Animatore spirituale mondiale

Nell’episodio della presentazione di Gesù al tempio (cfr Lc 2,22- 35), la Chiesa, guidata dallo Spirito, ha scorto, al di là dell’adempimento delle leggi riguardanti l’oblazione del primogenito (cfr Es 13,11-16) e la purificazione della madre (cfr Lv 12,6-8), un mistero salvifico, relativo appunto alla storia della salvezza: ha rilevato, cioè, la continuità dell’offerta fondamentale che il Verbo incarnato fece al Padre, entrando nel mondo (cfr Eb 10,5-7); ha visto proclamata l’universalità della salvezza poiché Simeone, salutando nel Bambino la luce per illuminare le genti e la gloria di Israele (cfr Lc 2,32), riconosceva in lui il Messia, il Salvatore di tutti; ha inteso il riferimento profetico alla Passione di Cristo: che le parole di Simeone, le quali congiungevano in un unico vaticinio il Figlio segno di contraddizione (Lc 2,34) e la Madre, a cui la spada avrebbe trafitto l’anima (cfr Lc 2,35), si avverarono sul Calvario. Mistero di salvezza, dunque, che nei suoi vari aspetti orienta l’episodio della presentazione al tempio verso l’evento salvifico della croce. Ma la Chiesa stessa, soprattutto a partire dai secoli del medioevo, ha intuito nel cuore della Vergine, che porta il Figlio a Gerusalemme per presentarlo al Signore (cfr Lc 2,22), una volontà oblativa, che superava il senso ordinario del rito. Di tale intuizione abbiamo testimonianza nell’affettuosa apostrofe di san Bernardo: Offri il tuo Figlio, o Vergine santa, e presenta al Signore il frutto benedetto del tuo seno. Offri per la riconciliazione di noi tutti la vittima santa, a Dio gradita.56 (Marialis Cultus 20).

  1. La salvezza è per tutti.

All’origine di tutto c’è la volontà di Dio che tutti gli uomini siano salvi, come ben viene richiamato dal vecchio Simeone che accoglie con tenerezza tra le sue braccia il Salvatore. Ogni generazione, ogni famiglia, ogni persona è chiamata contemplare la salvezza e ad accogliere la pace, quella che nasce nell’incontro atteso e fiducioso con Gesù.

Lo Spirito Santo riversa santità dappertutto nel santo popolo fedele di Dio, perché «Dio volle santificare e salvare gli uomini non individualmente e senza alcun legame tra loro, ma volle costituire di loro un popolo, che lo riconoscesse secondo la verità e lo servisse nella santità». Il Signore, nella storia della salvezza, ha salvato un popolo. Non esiste piena identità senza appartenenza a un popolo. Perciò nessuno si salva da solo, come individuo isolato, ma Dio ci attrae tenendo conto della complessa trama di relazioni interpersonali che si stabiliscono nella comunità umana: Dio ha voluto entrare in una dinamica popolare, nella dinamica di un popolo. (Exsultate et Gaudete n. 6).

  1. Il discernimento nella vita cristiana

Inoltre questo mistero salvifico ci invita a contemplare come il cammino di fede di Gesù e di Maria, e quindi di ciascuno di noi, si sviluppi in un’obbedienza filiale, che per Gesù va dal mistero della sua incarnazione fino al compimento sulla croce, per Maria dal “sì” all’annunciazione allo stabat ai piedi della croce, per ciascuno di noi nella disponibilità a fare della volontà di Dio l’alimento quotidiano. Camminare nella fede non è avere tutto chiaro o dare risposte una volta per tutte ai problemi e alle domande della vita, ma innanzi tutto individuare passi concreti nella capacità di lasciarsi poco a poco trasformare dalla Grazia e compiere un autentico discernimento in vista della missione a cui si è chiamati. E in un mondo complesso in cui soprattutto i giovani, non avendo la mappa, faticano ad orientarsi occorre camminare insieme nella pratica del discernimento.

C’è una pluralità di accezioni del termine discernimento, che non si contrappongono ma nemmeno coincidono. In un senso più ampio discernimento indica il processo in cui si prendono decisioni importanti; in un secondo, più proprio della tradizione cristiana, corrisponde alla dinamica spirituale attraverso cui una persona, un gruppo o una comunità cercano di riconoscere e di accogliere la volontà di Dio nel concreto della loro situazione. Inoltre, il termine si applica a una pluralità di situazioni e pratiche diverse: «Vi è infatti un discernimento dei segni dei tempi, che punta a riconoscere la presenza e l’azione dello Spirito nella storia; un discernimento morale, che distingue ciò che è bene da ciò che è male; un discernimento spirituale, che si propone di riconoscere la tentazione per respingerla e procedere invece sulla via della pienezza di vita. Gli intrecci tra queste diverse accezioni sono evidenti e non si possono mai sciogliere completamente» (DP II, 2). (Instrumentum Laboris n. 108).

  1. Gesù Servo obbediente

Nella presentazione di Gesù al tempio già si scorge il mistero di Cristo, anello di congiunzione tra l’Antica e la Nuova Alleanza, che realizzerà l’antica promessa di salvezza con il suo sacrificio sulla croce: mentre i maschi primogeniti d’Israele, in ricordo della liberazione dall’Egitto, venivano offerti a Dio ma riscattati con un piccolo sacrificio (cfr. Es 13, 2-12; Lv 12, 1-8), Gesù sarà l’unico Primogenito a non essere risparmiato, obbediente in tutto alla volontà del Padre, per offrire attraverso il suo sangue la vera liberazione dal peccato e dalla morte.

  1. L’obbedienza di Maria

La profezia di Simeone, esplicita allo stesso tempo la comunione della Madre con la sofferenza del Figlio, “servendo al mistero della redenzione in dipendenza da Lui e con Lui” (Lumen Gentium, 56), espressione della speciale cooperazione al mistero salvifico dell’unico Redentore, Gesù Cristo, mettendo in risalto la totale obbedienza di Maria alla volontà divina, fino all’offerta del suo amatissimo Gesù.
Maria Madre attenta e tenera, vive le attese, i silenzi, le gioie e le prove che ogni mamma è chiamata ad attraversare: è significativo che non sempre comprenda tutto di lui (così in Lc 2,50, dopo il ritrovamento di Gesù e la sua risposta). Avanza, però, fidandosi di Dio, amando e proteggendo a modo suo quel Figlio, così piccolo e così grande, con una mescolanza di prossimità e di dolorosi distacchi, che la rendono modello di maternità: i figli vengono generati nel dolore e nell’amore per tutta la vita! Così Maria è esempio di madre, capace di un’azione educativa fatta di condivisione del tesoro del cuore, di pazienza e di fermezza, di progressività e di fiducia nell’Altissimo.

  1. La nostra obbedienza

Non si può trascurare poi che ogni percorso vocazionale, affondando le sue radici nell’esperienza di filiazione divina donata nel battesimo (cfr. Rm 6,4-5; 8,14-16), è un cammino pasquale, che implica l’impegno a rinnegare se stessi e a perdere la vita, per riceverla rinnovata. Il Cristo che ci chiama a seguirlo è Colui che «di fronte alla gioia che gli era posta dinanzi, si sottopose alla croce, disprezzando il disonore, e siede alla destra del trono di Dio» (Eb 12,2). Il credente dunque, anche quando sperimenta che il discepolato implica rinunce e una sofferta fedeltà, non si perde d’animo e continua a seguire il Signore, che ci ha preceduti alla destra del Padre e ci accompagna con il suo Spirito. (Instrumentum Laboris n. 93).

Ci chiediamo allora: nella nostra responsabilità di testimoni e generatori della vita che viene dall’alto ci sforziamo di essere come Maria nel suo rapporto con Gesù, vicini con tenerezza a chi ci è affidato e rispettosi della sua libertà e del suo mistero? Siamo pronti ad affidare tutto a Dio senza sottrarci ad alcuna delle nostre responsabilità? Siamo capaci di ascolto verso tutti, senza venir meno al dovere di testimoniare
In particolare convinti che i giovani sono la vera risorsa per il “ringiovanimento” dei dinamismi ecclesiali, chiediamoci: siamo veramente sensibili ai giovani? Comprendiamo le loro necessità ed attese? Sappiamo capire la loro esigenza di fare esperienze significative? Siamo capaci di superare le distanze che ci separano dal loro mondo? Dove ai giovani viene offerto ascolto, accoglienza e testimonianza in modo creativo e dinamico, nascono sintonie e simpatie che portano frutto.

 

Offerta della giornata a Maria
O Maria, Madre del Verbo incarnato e Madre nostra dolcissima,
siamo qui ai Tuoi Piedi mentre sorge un nuovo giorno,
un altro grande dono del Signore.
Deponiamo nelle Tue mani e nel Tuo Cuore tutto il nostro essere.
Noi saremo Tuoi nella volontà, nel pensiero, nel cuore, nel corpo.
Tu forma in noi con materna bontà in questo giorno una vita nuova, la vita del Tuo Gesù.
Previeni e accompagna o Regina del Cielo,
anche le nostre più piccole azioni con la Tua ispirazione materna,
affinché ogni cosa sia pura e accetta al momento del Sacrificio Santo e immacolato.
Rendici santi, o Madre buona; santi come Gesù ci ha comandato,
come il Tuo cuore ci chiede e ardentemente desidera.
Amen!

5. Mary, the Virgin presenting offerings

Don Pierluigi Cameroni
World Spiritual Animator

In the episode of the Presentation of Jesus in the Temple (cf. Lk. 2:22-35), the Church, guided by the Spirit, has detected, over and above the fulfilment of the laws regarding the offering of the firstborn (cf. Ex. 13:11-16) and the purification of the mother (cf. Lv. 12:6-8), a mystery of salvation related to the history of salvation. That is, she has noted the continuity of the fundamental offering that the Incarnate Word made to the Father when He entered the world (cf. Heb. 15:5-7). The Church has seen the universal nature of salvation proclaimed, for Simeon, greeting in the Child the light to enlighten the peoples and the glory of the people Israel (cf. Lk. 2:32), recognized in Him the Messiah, the Saviour of all. The Church has understood the prophetic reference to the Passion of Christ: the fact that Simeon’s words, which linked in one prophecy the Son as “the sign of contradiction” (Lk. 2:34) and the Mother, whose soul would be pierced by a sword (cf. Lk. 2:35), came true on Calvary. A mystery of salvation, therefore, that in its various aspects orients the episode of the Presentation in the Temple to the salvific event of the cross. But the Church herself, in particular from the Middle Ages onwards, has detected in the heart of the Virgin taking her Son to Jerusalem to present Him to the Lord (cf. Lk. 2:22) a desire to make an offering, a desire that exceeds the ordinary meaning of the rite. A witness to this intuition is found in the loving prayer of Saint Bernard “Offer your Son, holy Virgin, and present to the Lord the blessed fruit of your womb. Offer for the reconciliation of us all the holy Victim which is pleasing to God.” (Marialis Cultus 20).

  1. Salvation is for everyone.

At the origin of everything there is God’s will that all people be saved, as was said by the elderly Simeon who welcomed the Saviour in his arms with tenderness. Every generation, every family, every person is called to contemplate salvation and to welcome the peace which is born in the trusting encounter with Jesus that we are longing for.

The Holy Spirit bestows holiness in abundance among God’s holy and faithful people, for “it has pleased God to make men and women holy and to save them, not as individuals without any bond between them, but rather as a people who might acknowledge him in truth and serve him in holiness”. In salvation history, the Lord saved one people. We are never completely ourselves unless we belong to a people. That is why no one is saved alone, as an isolated individual. Rather, God draws us to himself, taking into account the complex fabric of interpersonal relationships present in a human community. God wanted to enter into the life and history of a people. (Gaudete et Exsultate No. 6).

  1. Discernment in the Christian life

Moreover, this saving mystery invites us to contemplate how the journey of faith of Jesus and Mary, and therefore of each one of us, develops in filial obedience, which for Jesus goes from the mystery of his incarnation to its fulfilment on the cross, for Mary from her “yes” at the annunciation to the stabat at the foot of the cross, and for each one of us in our readiness to make the will of God our daily food. Journeying in the faith does not mean having everything clear or giving answers once and for all to the problems and questions of life. It means first of all identifying concrete steps in the ability to allow ourselves to be gradually transformed by grace and to carry out a genuine discernment in view of the mission to which we are called. In a complex world where young people especially are struggling to find their way, we need to journey together in the practice of discernment.

Actually, the term discernment can mean many different things, that are not in conflict with each other but are also not the same. In a broader sense, discernment refers to a process in which important decisions are made; a second meaning, that is more typical of Christian tradition, refers to the spiritual dynamics through which individuals, groups or communities try to recognize and accept God’s will in their actual situation. Furthermore, as the Preparatory Document mentioned already, the term applies to a plurality of different practices and situations: «Indeed, one form of discernment is exercised in reading the signs of the times which leads to recognizing the presence and action of the Spirit in history. Moral discernment, instead, distinguishes what is good from what is bad. Still another form, spiritual discernment, aims to recognize temptation so as to reject it and proceed on the path to fullness of life. The overlapping of the various meanings of these forms is evident, and they can never be completely separated one from the other» (Preparatory Document II, 2). (Instrumentum Laboris No. 108).

  1. Jesus the obedient Servant

In the presentation of Jesus in the temple we see already the mystery of Christ, the link between the Old and the New Covenant, who will fulfil the ancient promise of salvation by his sacrifice on the cross. The first-born males of Israel, in memory of the liberation from Egypt, were offered to God but redeemed with a small sacrifice (see Ex 13, 2-12; Lv 12, 1-8). Jesus will be the only Firstborn who was not spared. He was obedient in everything to the will of the Father and offered through his blood the true liberation from sin and death.

  1. Mary’s obedience

Simeon’s prophecy makes clear reference to the Mother’s sharing in the suffering of the Son. “In subordination to him and along with him […] she served the mystery of redemption.” (Lumen Gentium, 56). This is an expression of her special cooperation in the saving mystery of the one Redeemer, Jesus Christ, highlighting Mary’s total obedience to the divine will, even to the point of offering her beloved Jesus.
As an attentive and tender Mother, Mary experienced the same expectations, the silence, the joys and the trials that every mother meets. It is significant that she does not always understand everything about him (as for example in Lk 2.50, after the loss and recovery of Jesus and his answer to her question). However, she continues trusting God, loving and protecting her Son in her own way, both small and great, being close to him at times and distant at other times. She is a model of motherhood: children are born in pain and loved for the whole of their lives! Mary is an example of a mother, capable of an educative approach that consists of sharing the treasure in her heart, together with patience and firmness, progressiveness and trust in the Most High.

  1. Our obedience

We cannot forget that every vocational path, being deeply rooted in the experience of divine filiation given to us in baptism, (cf. Rm 6:4-5; 8:14-16), is a paschal journey. It implies a commitment to self-denial and to losing one’s life, in order to receive it back renewed. Christ, who calls us to follow him, is the one who «for the joy that was set before him endured the cross, disregarding the shame, and has taken his seat at the right hand of the throne of God» (Heb 12:2). Therefore, even when believers realize that their discipleship requires renunciations and the suffering brought by faithfulness, they do not lose heart and they keep choosing the Lord, who went before us to the right hand of the Father and accompanies us with His Spirit. (Instrumentum Laboris No. 93).

We ask ourselves then: in our responsibility as witnesses and generators of the life that comes from above, we try to be like Mary in her relationship with Jesus, tenderly close to those entrusted to us and respectful of their freedom and their mystery? Are we ready to entrust everything to God without evading any of our responsibilities? Are we capable of listening to everyone, without neglecting our duty to give witness?
In particular, convinced that young people are the real resource for the “rejuvenation” of the Church, we ask ourselves: do we really care for young people? Do we understand their needs and expectations? Do we understand their need for meaningful experiences? Are we able to overcome the distances that separate us from their world? Where young people are welcomed and listened to, and given creative and dynamic witness, it will give rise to harmony and sympathy that bear fruit.
 

Offering our day to Mary
O Mary, Mother of the Incarnate Word and our most sweet Mother,
we are here at your feet at the beginning of a new day,
another great gift from the Lord.
We place our whole being in your hands and in your heart.
We will be yours in will, in thought, in heart, in body.
With your motherly goodness,
form in us today a new life, the life of Your Son Jesus.
Queen of Heaven, accompany even our smallest actions with your maternal inspiration,
so that everything may be pure and acceptable as a holy and immaculate sacrifice.
Make us holy, oh good Mother – holy as Jesus has commanded us
and as you ask of us and ardently desire.
Amen!

5. Maria, Virgem oferente

Don Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

“No episódio da apresentação de Jesus no Templo (cf. Lc 2,22-35), a Igreja, guiada pelo Espírito Santo, descobriu, para além do cumprimento das leis respeitantes a oblação do primogênito (cf. Ex 13,11-16) e à purificação da mãe (cf. Lv 12,68), um mistério “salvífico” relativo à história da Salvação, precisamente: e em tal mistério realçou a continuidade da oferta fundamental que o Verbo encarnado fez ao Pai, ao entrar no mundo (cf. Hb 10,5-7); viu nele proclamada a universalidade da Salvação, porque Simeão, ao saudar no menino a luz para iluminar as nações e a glória de Israel (cf. Lc 2,32), reconhecia n’Ele o Messias, o Salvador de todos; entendeu aí uma referência profética à Paixão de Cristo: é que as palavras de Simeão, as quais uniam num único vaticínio o Filho, “sinal de contradição” (Lc 2,34), e a Mãe, a quem a espada haveria de trespassar a alma (cf. Lc 2,35), verificaram-se no Calvário. Mistério de salvação, portanto, que nos seus vários aspectos, orienta o episódio da apresentação no Templo para o acontecimento “salvífico” da Cruz.
Mas a mesma Igreja, sobretudo a partir dos séculos da Idade Média, entreviu no coração da Virgem Maria, que leva o Filho a Jerusalém “para o oferecer ao Senhor” (cf. Lc 2,22), uma vontade oblativa, que transcendia o sentido ordinário do rito. Dessa intuição temos um testemunho na afetuosa apóstrofe de São Bernardo: “Oferece, Virgem santa, o teu Filho e apresenta ao Senhor o fruto bendito do teu ventre. Sim! Oferece a hóstia santa e agradável a Deus, para reconciliação de todos nós!”. (Marialis Cultus 20).

  1. A salvação é para todos.

Na origem de tudo há a vontade de Deus de que todos os homens sejam salvos, como foi bem lembrado pelo velho Simeão, que acolhe o Salvador entre os braços, com ternura. Toda geração, toda família, toda pessoa é chamada a contemplar a salvação e a acolher a paz, aquela que nasce no encontro esperado e confiante com Jesus.

O Espírito Santo derrama a santidade, por toda a parte, no santo povo fiel de Deus, porque «aprouve a Deus salvar e santificar os homens, não individualmente, excluída qualquer ligação entre eles, mas constituindo-os em povo que O conhecesse na verdade e O servisse santamente». O Senhor, na história da salvação, salvou um povo. Não há identidade plena, sem pertença a um povo. Por isso, ninguém se salva sozinho, como indivíduo isolado, mas Deus atrai-nos tendo em conta a complexa rede de relações interpessoais que se estabelecem na comunidade humana: Deus quis entrar numa dinâmica popular, na dinâmica dum povo. (Exsultate et Gaudete n. 6).

  1. O discernimento na vida cristã

Também este mistério salvífico nos convida a contemplar como o caminho de fé de Jesus e de Maria, e, logo, de cada um de nós, se desenvolve em uma obediência filial, que para Jesus vai do mistério de sua encarnação até a conclusão sobre a cruz; para Maria, do seu “sim” na Anunciação até o stabat aos pés da cruz; para cada um de nós, na disponibilidade de fazer da vontade de Deus, o alimento cotidiano. Caminhar na fé não é ter tudo claro ou dar resposta de uma vez por todas aos problemas e aos questionamentos da vida, mas, antes de mais nada é, identificar medidas concretas na capacidade de se deixar pouco a pouco transformar pela Graça e realizar um autêntico discernimento tendo em conta a missão a qual se é chamado. E, em um mundo complexo, no qual, sobretudo os jovens, não tendo o mapa, têm dificuldade para se orientar, é preciso caminhar juntos na prática do discernimento.

“Há uma pluralidade de acepções do termo discernimento, que não se contrapõe, mas nem sequer coincidem. Num sentido mais amplo, o discernimento indica o processo no qual decisões importantes são tomadas; num segundo, mais inerente à tradição cristã, corresponde à dinâmica espiritual pela qual uma pessoa, um grupo ou uma comunidade tenta reconhecer e acolher a vontade de Deus na realidade da sua situação. Além disso, como já lembrava o Documento preparatório, o termo aplica-se a uma pluralidade de situações e práticas diversas: «Com efeito, existe um discernimento dos sinais dos tempos, que aposta no reconhecimento da presença e da ação do Espírito na história; um discernimento moral, que distingue o que é bom daquilo que é mau; um discernimento espiritual, que se propõe reconhecer a tentação para a rejeitar e, ao contrário, proceder pelo caminho da plenitude da vida. As tramas entre estas diferentes interpretações são evidentes e nunca se conseguem desatar completamente” (Instrumentum Laboris n. 108).

  1. Jesus, Servo obediente

Na apresentação de Jesus no templo já se percebe o mistério de Cristo, anel de ligação entre a Antiga e a Nova Aliança, que realizará a antiga promessa de salvação com o seu sacrifício na cruz: enquanto os primogênitos masculinos de Israel, em memória da libertação do Egito, eram ofertados a Deus, mas remidos com um pequeno sacrifício (cf. Ex 13, 2-12; Lv 12, 1-8), Jesus será o único Primogênito a não ser poupado, obediente em tudo à vontade do Pai, para oferecer, através de seu sangue, a verdadeira libertação do pecado e da morte.

  1. A obediência de Maria

A profecia de Simeão explicita ao mesmo tempo a comunhão da Mãe com o sofrimento do Filho, “subordinada a Ele e juntamente com Ele, servindo pela graça de Deus onipotente o mistério da Redenção” (Lumen Gentium, 56), expressão da especial cooperação no mistério salvífico do único Redentor, Jesus Cristo, destacando a total obediência de Maria à vontade divina, até a oferta de seu amado Jesus.
Maria, Mãe atenta e carinhosa, vive as expectativas, os silêncios, as alegrias e as provações que toda mãe é chamada a atravessar: é significativo que ela nem sempre entenda tudo sobre ele (como em Lc 2,50, após o reencontro de Jesus e sua resposta). Avança, no entanto, confiando em Deus, amando e protegendo à sua maneira, aquele Filho, tão pequeno e tão grande, com uma mistura de proximidade e distanciamentos dolorosos, que fazem dela um modelo de maternidade: os filhos são gerados na dor e no amor por toda a vida! Assim Maria é exemplo de mãe, capaz de uma ação educativa feita de partilha do tesouro do coração, de paciência e firmeza, de progressividade e de confiança no Altíssimo.

  1. A nossa obediência

Não se pode ignorar, então, que cada caminho vocacional, afundando suas raízes na experiência da filiação divina dada no batismo (cf. Rm 6, 4-5; 8, 14-16), seja um caminho pascal, que requer um compromisso de negar a si mesmo e perder a própria vida, para então recebê-la renovada. O Cristo que nos chama a segui-lo é aquele que «pela alegria que lhe fora proposta, suportou a cruz, desprezando a ignomínia, e está agora sentado à direita do trono de Deus» (Hb 12, 2). O fiel, portanto, mesmo quando experimenta que o discipulado envolve renúncias e fidelidade sofrida, não se desanima e continua a seguir o Senhor, que nos antecedeu à direita do Pai e nos acompanha com o seu Espírito. (Instrumentum Laboris n. 93).

Perguntemo-nos, então: em nossa responsabilidade como testemunhas e geradores da vida que vem do alto, nos esforçamos para ser como Maria em seu relacionamento com Jesus, com ternura sendo próximos aos que nos são confiados e respeitosos para com sua liberdade e seu mistério? Estamos prontos para confiar tudo a Deus sem fugir de nossas responsabilidades? Somos capazes de ouvir a todos, sem perder o dever de testemunhar?
Em particular, convencidos de que os jovens são o verdadeiro recurso para o “rejuvenescimento” dos dinamismos eclesiais, perguntemo-nos: somos realmente sensíveis aos jovens? Compreendemos as suas necessidades e expectativas? Sabemos entender sua necessidade de fazer experiências significativas? Somos capazes de superar as distâncias que nos separam do mundo deles? Onde são oferecidos aos jovens, escuta, acolhida e testemunho, de maneira criativa e dinâmica, nascem harmonia e simpatia que dão frutos.

 

Oferecimento do dia a Maria
Ó Maria, Mãe do Verbo encarnado e nossa Mãe dulcíssima,
estamos aqui a Vossos Pés enquanto surge um novo dia,
um outro grande presente do Senhor.
Colocamos todo o nosso ser em Vossas mãos e em Vosso coração.
Seremos Vossos na vontade, no pensamento, no coração, no corpo.
Com bondade materna, formai em nós neste dia, uma nova vida, a vida de Vosso Jesus.
Precedei e acompanhai, Ó Rainha do Céu,
com a Vossa intuição materna, até mesmo as nossas menores ações,
para que tudo seja puro e aceito no tempo do Sacrifício Santo e imaculado.
Fazei-nos santos, ó boa Mãe; santos como Jesus nos ordenara,
como o Vosso coração nos pede e ardentemente deseja.
Amém!