8. Mayo: Rosario –

Compendio de todo el Evangelio

Don Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

  1. El Rosario, oración evangélica.

Así, por ejemplo, se ha puesto en más clara luz la índole evangélica del Rosario, en cuanto saca del Evangelio el enunciado de los misterios y las fórmulas principales; se inspira en el Evangelio para sugerir, partiendo del gozoso saludo del Ángel y del religioso consentimiento de la Virgen, la actitud con que debe recitarlo el fiel; y continúa proponiendo, en la sucesión armoniosa de las Avemarías, un misterio fundamental del Evangelio –la Encarnación del Verbo– en el momento decisivo de la Anunciación hecha a María. Oración evangélica por tanto el Rosario, como hoy día, quizá más que en el pasado, gustan definirlo los pastores y los estudiosos.

Se ha percibido también más fácilmente cómo el ordenado y gradual desarrollo del Rosario refleja el modo mismo en que el Verbo de Dios, insertándose con determinación misericordiosa en las vicisitudes humanas, ha realizado la redención: en ella, en efecto, el Rosario considera en armónica sucesión los principales acontecimientos salvíficos que se han cumplido en Cristo: desde la concepción virginal y los misterios de la infancia hasta los momentos culminantes de la Pascua –la pasión y la gloriosa resurrección– y a los efectos de ella sobre la Iglesia naciente en el día de Pentecostés y sobre la Virgen en el día en que, terminando el exilio terreno, fue asunta en cuerpo y alma a la patria celestial. Y se ha observado también cómo la triple división de los misterios del Rosario no sólo se adapta estrictamente al orden cronológico de los hechos, sino que sobre todo refleja el esquema del primitivo anuncio de la fe y propone nuevamente el misterio de Cristo de la misma manera que fue visto por San Pablo en el célebre himno de la Carta a los Filipenses: humillación, muerte y exaltación (Fil 2,6-11).
Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del Dios te salve, María – se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último de la anunciación del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: “Bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave María constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios; el Jesús que toda Ave María recuerda, es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen, nacido en una gruta de Belén; presentado por la Madre en el Templo; joven lleno de celo por las cosas de su Padre; Redentor agonizante en el huerto; flagelado y coronado de espinas; cargado con la cruz y agonizante en el calvario; resucitado de la muerte y ascendido a la gloria del Padre para derramar el don del Espíritu Santo. Es sabido que, precisamente para favorecer la contemplación y “que la mente corresponda a la voz”, se solía en otros tiempos –y la costumbre se ha conservado en varias regiones– añadir al nombre de Jesús, en cada Ave María, una cláusula que recordase el misterio anunciado.
Se ha sentido también con mayor urgencia la necesidad de recalcar, al mismo tiempo que el valor del elemento laudatorio y deprecatorio, la importancia de otro elemento esencial del Rosario: la contemplación. Sin ésta el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “cuando oréis no seáis charlatanes como los paganos que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad” (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza. (Marialis Cultus nn. 44-47).

  1. Los misterios luminosos

El Papa Juan Pablo II con la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” ha introducido en el rezo del Santo Rosario, los “Misterios luminosos”, afirmando que “pasando de la infancia y de la vida en Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que pueden llamarse, de modo especial, ‘misterios de luz’. En realidad todo el misterio de Cristo es luz. Él es la “luz del mundo” (Jn 8,12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el Evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –‘misterios luminosos’– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar:

1. su Bautismo en el Jordán;
2. su autorrevelación en las bodas de Caná;
3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión;
4. su Transfiguración;
5. y, finalmente, la institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.
Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los ‘misterios de luz’. (RVM, n. 21).

  1. Don Bosco y el Rosario

“Todos los que conocieron a Juan de niño, atestiguan su amor a la oración y su gran devoción a la Virgen Santísima. El santo Rosario debía serle familiar, puesto que desde los primeros tiempos del Oratorio hasta los últimos años de su vida quiso que indefectiblemente lo rezaran los jóvenes cada día: nunca admitió que pudiera haber una razón para dispensar a una comunidad de rezarlo. Para él era una práctica de piedad necesaria para llevar una vida virtuosa, como el pan cotidiano para conservarse fuerte y no morir”
Juanito Bosco aprendió a amar y a rezar el Rosario en la escuela de Mamá Margarita, como el mismo decía: “Su mayor preocupación (de Mamá Margarita) fue instruir a los hijos en la religión, enseñarles a obedecer y ocuparlos en cosas propias de su edad. Desde muy pequeño, ella misma me enseñó las oraciones; apenas fui capaz de unirme a mis hermanos me arrodillaba con ellos por la mañana y por la noche y, juntos, recitábamos las oraciones y la tercera parte del Rosario”
Mamá Margarita se distinguió como maestra de oración y la oración es un acto de familia, de compartir la fe.
Al describir las prácticas de piedad más comunes en el Oratorio se afirma: “Pero lo que más le interesaba a Don Bosco era el santo Rosario y por eso escribe unas brevísimas consideraciones para cada uno de los quince misterios. Hacía recitar la tercera parte del Rosario cada día de fiesta, animando fervorosamente a sus muchachos para que siguieran rezándolo en sus casas, a diario, a ser posible. Él, mientras estuvo solo, recitaba diariamente la tercera parte con su madre, después, al juntarse los primeros muchachos asilados, se rezaba diariamente durante la santa misa. Desde que se abrió el Oratorio de Valdocco hasta nuestros días, resonó esta oración tan querida de María y tan eficaz en las horas angustiosas de la Iglesia, dentro de su querido recinto, al despertar de cada aurora. Solo una vez al año, por la tarde de Todos los Santos, se recitó siempre, por entero, el Rosario en sufragio de las almas del purgatorio, y Don Bosco no dejó nunca de participar, arrodillado en el presbiterio y dirigiendo él mismo, a menudo, la plegaria”
Recordemos que en I Becchi, lugar donde nació Don Bosco, en el piso bajo de la casa de su hermano José, en la parte oeste de la habitación, había adaptado un pequeño espacio para capilla, y Don Bosco lo dedicó a la Virgen del Rosario. La capillita fue inaugurada el 8 de octubre de 1848 y hasta el 1869 el santo celebraba cada año la fiesta de la Virgen del Rosario solemnizándola con la banda musical de los muchachos de Valdocco. Este local fue el primer centro de culto mariano querido por Don Bosco y testigo privilegiado de los comienzos de la Congregación Salesiana. En efecto, aquí, el 3 de octubre de 1852, Miguel Rua y José Rocchietti se impusieron la sotana. También en esta capilla rezó ciertamente Domingo Savio, el 2 de octubre de 1854, con ocasión de su primer encuentro con Don Bosco y en los dos años sucesivos durante las vacaciones otoñales en I Becchi.

  1. Oración de la familia

Y ahora, en continuidad de intención con nuestros Predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del Santo Rosario en familia. El Concilio Vaticano II ha puesto en claro cómo la familia, célula primera y vital de la sociedad “por la mutua piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios se ofrece como santuario doméstico de la Iglesia”. La familia cristiana, por tanto, se presenta como una Iglesia doméstica cuando sus miembros, cada uno dentro de su propio ámbito e incumbencia, promueven juntos la justicia, practican las obras de misericordia, se dedican al servicio de los hermanos, toman parte en el apostolado de la comunidad local y se unen en su culto litúrgico; y más aún, se elevan en común plegarias suplicantes a Dios; porque si fallase este elemento, faltaría el carácter mismo de familia como Iglesia doméstica. Por eso debe esforzarse para instaurar en la vida familiar la oración en común.
Después de la celebración de la Liturgia de las Horas —cumbre a la que puede llegar la oración doméstica—, no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida. Sabemos muy bien que las nuevas condiciones de vida de los hombres no favorecen hoy momentos de reunión familiar y que, incluso cuando eso tiene lugar, no pocas circunstancias hacen difícil convertir el encuentro de familia en ocasión para orar. Difícil, sin duda. Pero es también una característica del obrar cristiano no rendirse a los condicionamientos ambientales, sino superarlo; no sucumbir ante ellos, sino hacerles frente. Por eso las familias que quieren vivir plenamente la vocación y la espiritualidad propia de la familia cristiana, deben desplegar toda clase de energías para marginar las fuerzas que obstaculizan el encuentro familiar y la oración en común (Marialis Cultus nn. 52.54).

  1. Modo de rezarlo

El Rosario, según la tradición admitida por nuestros Predecesor S. Pío V y por él propuesta autorizadamente, consta de varios elementos orgánicamente dispuestos:
a) la contemplación, en comunión con María, de una serie de misterios de la salvación, sabiamente distribuidos en tres ciclos que expresan el gozo de los tiempos mesiánicos, el dolor salvífico de Cristo, la gloria del Resucitado que inunda la Iglesia; contemplación que, por su naturaleza, lleva a la reflexión práctica y a estimulante norma de vida;
b) la oración dominical o Padrenuestro, que por su inmenso valor es fundamental en la plegaria cristiana y la ennoblece en sus diversas expresiones;
c) la sucesión litánica del Avemaría, que está compuesta por el saludo del Ángel a la Virgen (cfr. Lc 1,28) y la alabanza obsequiosa del santa Isabel (Cfr. Lc 1,42), a la cual sigue la súplica eclesial Santa María. La serie continuada de las Avemarías es una característica peculiar del Rosario y su número, en le forma típica y plenaria de ciento cincuenta, presenta cierta analogía con el Salterio y es un dato que se remonta a los orígenes mismos de este piadoso ejercicio. Pero tal número, según una comprobada costumbre, se distribuye —dividido en decenas para cada misterio— en los tres ciclos de los que hablamos antes, dando lugar a la conocida forma del Rosario compuesto por cincuenta Avemarías, que se ha convertido en la medida habitual de la práctica del mismo y que ha sido así adoptado por la piedad popular y aprobado por la Autoridad pontificia, que lo enriqueció también con numerosas indulgencias;
d) la doxología Gloria al Padre que, en conformidad con una orientación común de la piedad cristiana, termina la oración con la glorificación de Dios, uno y trino, “de quien, por quien y en quien subsiste todo” (Cf. Rom 11,36). (Marialis Cultus n. 49).

8. Mayo: Rosario –

Compendio di tutto quanto il Vangelo

Don Pierluigi Cameroni
Animatore spirituale mondiale

  1. Rosario preghiera evangelica.

Così, per esempio, è apparsa in più valida luce l’indole evangelica del Rosario, in quanto dal Vangelo esso trae l’enunciato dei misteri e le principali formule; al Vangelo si ispira per suggerire, movendo dal gioioso saluto dell’Angelo e dal religioso assenso della Vergine, l’atteggiamento con cui il fedele deve recitarlo; e del Vangelo ripropone, nel susseguirsi armonioso delle Ave Maria, un mistero fondamentale – l’Incarnazione del Verbo – contemplato nel momento decisivo dell’annuncio fatto a Maria. Preghiera evangelica è, dunque, il Rosario, come oggi forse più che nel passato amano definirlo i pastori e gli studiosi.

È stato, altresì, compreso più facilmente come l’ordinato e graduale svolgimento del Rosario rifletta il modo stesso con cui il Verbo di Dio, inserendosi per misericordiosa determinazione nella vicenda umana, ha operato la redenzione: di essa il rosario considera, infatti, in ordinata successione i principali eventi salvifici che si sono compiuti in Cristo: dalla concezione verginale e dai misteri dell’infanzia fino ai momenti culminanti della Pasqua – la beata Passione e la gloriosa Risurrezione – ed agli effetti che essa ebbe sia sulla Chiesa nascente nel giorno di Pentecoste, sia sulla Vergine Maria nel giorno in cui, dopo l’esilio terreno, ella fu assunta in corpo e anima alla patria celeste. Ed è stato ancora osservato come la triplice partizione dei misteri del Rosario non solo aderisca strettamente all’ordine cronologico dei fatti, ma soprattutto rifletta lo schema del primitivo annuncio della fede e riproponga il mistero di Cristo nel modo stesso in cui è visto da san Paolo nel celebre inno della Lettera ai Filippesi: umiliazione, morte, esaltazione (Fil 2,6-11).

Preghiera evangelica, incentrata nel mistero dell’Incarnazione redentrice, il Rosario è, dunque, preghiera di orientamento nettamente cristologico. Infatti, il suo elemento caratteristico – la ripetizione litanica del Rallegrati, Maria – diviene anch’esso lode incessante a Cristo, termine ultimo dell’annuncio dell’Angelo e del saluto della madre del Battista: Benedetto il frutto del tuo seno (Lc1,42). Diremo di più: la ripetizione dell’Ave, Maria costituisce l’ordito, sul quale si sviluppa la contemplazione dei misteri: il Gesù che ogni Ave, Maria richiama, è quello stesso che la successione dei misteri ci propone, di volta in volta, Figlio di Dio e della Vergine, nato in una grotta di Betlemme; presentato dalla madre al tempio; giovinetto pieno di zelo per le cose del Padre suo; Redentore agonizzante nell’orto; flagellato e coronato di spine; carico della croce e morente sul Calvario; risorto da morte e asceso alla gloria del Padre, per effondere il dono dello Spirito. È noto che, appunto per favorire la contemplazione e far corrispondere la mente alla voce, si usava un tempo – e la consuetudine si è conservata in varie regioni – aggiungere al nome di Gesù, in ogni «Ave Maria», una clausola che richiamasse il mistero enunciato.

Si è pure sentita con maggiore urgenza la necessità di ribadire, accanto al valore dell’elemento della lode e dell’implorazione, l’importanza di un altro elemento essenziale del Rosario: la contemplazione. Senza di essa il Rosario è corpo senza anima, e la sua recita rischia di divenire meccanica ripetizione di formule e di contraddire all’ammonimento di Gesù: Quando pregate, non siate ciarlieri come i pagani, che credono di essere esauditi in ragione della loro loquacità (Mt 6,7). Per sua natura la recita del Rosario esige un ritmo tranquillo e quasi un indugio pensoso, che favoriscano all’orante la meditazione dei misteri della vita del Signore, visti attraverso il cuore di colei che al Signore fu più vicina, e ne dischiudano le insondabili ricchezze. (Marialis Cultus nn. 44-47).

  1. I Misteri della luce

Il Papa Giovanni Paolo II con la Lettera apostolica “Rosarium Virginis Mariae” ha introdotto nella recita del S. Rosario anche i “Misteri della luce”, affermando che “passando dall’infanzia e dalla vita di Nazareth alla vita pubblica di Gesù, la contemplazione ci porta su quei misteri che si possono chiamare, a titolo speciale, ‘misteri della luce’. In realtà, è tutto il mistero di Gesù che è luce. Egli è “la luce del mondo” (Gv 8, 12). Ma questa dimensione emerge particolarmente negli anni della vita pubblica, quando Egli annuncia il Vangelo del Regno. Volendo indicare alla comunità cristiana cinque momenti significativi – misteri ‘luminosi’ – di questa fase della vita di Cristo, ritengo che essi possano essere opportunamente individuati:

1. nel suo Battesimo al Giordano
2. nella sua auto-rivelazione alle Nozze di Cana
3. nell’annuncio del Regno di Dio con l’invito alla conversione
4. nella sua Trasfigurazione
5. e, infine, nell’istituzione dell’Eucaristia, espressione sacramentale del mistero pasquale.

Ognuno di questi misteri è rivelazione del Regno ormai giunto nella persona stessa di Gesù. In questi misteri, tranne che a Cana, la presenza di Maria rimane sullo sfondo. I Vangeli accennano appena a qualche sua presenza occasionale in un momento o nell’altro della predicazione di Gesù (cfr. Mc 3, 31; Gv 2,12) e nulla dicono di un’eventuale presenza nel Cenacolo al momento dell’istituzione dell’Eucaristia. Ma la funzione che svolge a Cana accompagna, in qualche modo, tutto il cammino di Cristo. La rivelazione, che nel Battesimo al Giordano è offerta direttamente dal Padre ed è riecheggiata dal Battista, sta a Cana sulla sua bocca, e diventa la grande ammonizione materna che Ella rivolge alla Chiesa di tutti i tempi: “Fate quello che vi dirà”(Gv 2, 5). È ammonizione, questa, che ben introduce parole e segni di Cristo durante la vita pubblica, costituendo lo sfondo mariano di tutti i ‘misteri della luce’” (RVM, n. 21).

  1. Don Bosco e il Rosario

“Quanti conobbero Giovanni fanciullo, ci attestano questo suo amore alla preghiera e la sua grande divozione verso Maria SS. Il santo Rosario gli dovea essere famigliare, imperocchè dai primi tempi dell’Oratorio fino agli ultimi anni di sua esistenza, volle che impreteribilmente (senza eccezioni) fosse recitato dai giovani tutti i giorni: non ammise mai che ci potesse esser causa che dispensasse una comunità dalla recita di questo. Era per lui pratica di pietà necessaria per ben vivere, quanto il pane quotidiano per mantenersi in forze e non morire”.
Giovannino Bosco imparò ad amare e a pregare il Rosario alla scuola di Mamma Margherita, come lui stesso raccontò: “Sua massima cura [di Mamma Margherita] fu di istruire i suoi figli nella religione, avviarli all’ubbidienza ed occuparli in cose compatibili a quella età. Finché era piccolino mi insegnò ella stessa le preghiere; appena divenuto capace di associarmi co’ miei fratelli, mi faceva mettere con loro ginocchioni mattino e sera e tutti insieme recitavamo le preghiere in comune colla terza parte del Rosario”. Mamma Margherita eccelle come maestra di preghiera e la preghiera è un fatto di famiglia, di condivisione della fede.
Descrivendo quali erano le pratiche di pietà più comuni nell’Oratorio, si afferma: “soprattutto stava a cuore a D. Bosco il santo Rosario e per questo ond’è che aveva scritto con brevissime contemplazioni i quindici misteri. Una terza parte di Rosario la faceva recitare ogni festa, esortando con gran fervore i suoi giovani a continuare, potendolo, questa pia pratica, ogni giorno della settimana nelle loro case. Egli intanto finché fu solo ne recitava giornalmente una terza parte con sua madre e poi, aggiungendosi i giovani ricoverati, col Rosario si assisteva nei giorni feriali alla santa Messa. Dal punto che l’Oratorio fu aperto in Valdocco fino ai tempi presenti, ad ogni sorgere di aurora il suo caro recinto risuonò impreteribilmente di questa orazione, così cara al cuor di Maria e così efficace nelle angustie della Chiesa. Una sola volta all’anno in cappella nella sera di Ognissanti si recitò sempre intiero il Rosario in suffragio delle anime del purgatorio e D. Bosco non mancava mai di prendervi parte inginocchiato nel presbitero e guidando sovente egli stesso la preghiera”.
È bello ricordare che ai Becchi, borgata natia di don Bosco, al pian terreno della casa del fratello Giuseppe, nell’angolo a ponente dell’abitazione, era stato adattato un piccolo ambiente ad uso cappella, e don Bosco lo dedicò alla Madonna del Rosario. La chiesetta venne da lui inaugurata l’8 ottobre 1848 e fino al 1869 il santo vi celebrava ogni anno la festa della Madonna del Rosario, solennizzandola con la presenza della banda musicale e del coro dei ragazzi di Valdocco. Il locale fu il primo centro di culto mariano voluto da don Bosco e testimone privilegiato degli inizi della Congregazione salesiana. Qui infatti, il 3 ottobre 1852, Michele Rua e Giuseppe Rocchietti ricevettero l’abito chiericale. In questa cappella pregò certamente anche Domenico Savio, il 2 ottobre 1854, in occasione del suo primo incontro con don Bosco e nei due anni successivi durante le vacanze autunnali ai Becchi.

  1. Preghiera della famiglia

Vogliamo ora, in continuità di intendimenti con i Nostri Predecessori, raccomandare vivamente la recita del Rosario in famiglia. Il Concilio Vaticano II ha messo in luce come la famiglia, cellula prima e vitale della società, grazie all’amore scambievole dei suoi membri e alla preghiera a Dio elevata in comune, si riveli come il santuario domestico della Chiesa. La famiglia cristiana, quindi, si presenta come una Chiesa domestica, se i suoi membri, ciascuno nell’ambito e nei compiti che gli sono propri, tutti insieme promuovono la giustizia, praticano le opere di misericordia, si dedicano al servizio dei fratelli, prendono parte all’apostolato della più vasta comunità locale e si inseriscono nel suo culto liturgico; ed ancora, se innalzano in comune supplici preghiere a Dio: che, se non ci fosse questo elemento, le verrebbe a mancare il carattere stesso di famiglia cristiana. Perciò, al recupero della nozione teologica della famiglia come Chiesa domestica, deve coerentemente seguire un concreto sforzo per instaurare nella vita familiare la preghiera in comune.

Ma, dopo la celebrazione della Liturgia delle Ore – culmine a cui può giungere la preghiera domestica –, non v’è dubbio che la Corona della Beata Vergine Maria sia da ritenere come una delle più eccellenti ed efficaci «preghiere in comune», che la famiglia cristiana è invitata a recitare. Noi amiamo, infatti, pensare e vivamente auspichiamo che, quando l’incontro familiare diventa tempo di preghiera, il Rosario ne sia espressione frequente e gradita. Siamo ben consapevoli che le mutate condizioni della vita degli uomini non favoriscono, ai nostri giorni, la possibilità di riunione tra familiari e che, anche quando ciò avviene, non poche circostanze rendono difficile trasformare l’incontro della famiglia in occasione di preghiera. È cosa difficile, senza dubbio. Ma è pur caratteristico dell’agire cristiano non arrendersi ai condizionamenti ambientali, ma superarli; non soccombere, ma elevarsi. Perciò, le famiglie che vogliono vivere in pienezza la vocazione e la spiritualità propria della famiglia cristiana, devono dispiegare ogni energia per eliminare tutto ciò che ostacola gli incontri in famiglia e le preghiere in comune. (Marialis Cultus nn. 52.54).

  1. Modo di recitarlo

La Corona della Beata Vergine Maria, secondo la tradizione accolta dal Nostro Predecessore san Pio V e da lui autorevolmente proposta, consta di vari elementi, organicamente disposti:
a) la contemplazione in comunione con Maria di una serie di misteri della salvezza, sapientemente distribuiti in tre cicli, che esprimono il gaudio dei tempi messianici, il dolore salvifico di Cristo, la gloria del Risorto che inonda la Chiesa; contemplazione che, per sua natura, conduce a pratica riflessione e suscita stimolanti norme di vita;
b) l’orazione del Signore, o Padre nostro, che per il suo immenso valore è alla base della preghiera cristiana e la nobilita nelle sue varie espressioni;
c) la successione litanica dell’Ave, Maria, che risulta composta dal saluto dell’angelo alla Vergine (cfr Lc 1,28) e dal benedicente ossequio di Elisabetta (cfr Lc 1,42), a cui segue la supplica ecclesiale Santa Maria. La serie continuata delle Ave, Maria è caratteristica peculiare del Rosario, e il loro numero, nella forma tipica e plenaria di centocinquanta, presenta una certa analogia con il Salterio ed è un dato risalente all’origine stessa del pio esercizio. Ma tale numero, secondo una comprovata consuetudine, diviso in decadi annesse ai singoli misteri, si distribuisce nei tre cicli anzidetti, dando luogo alla Corona di cinquanta Ave, Maria, la quale è entrata nell’uso come misura normale del medesimo esercizio e, come tale, è stata adottata dalla pietà popolare e sancita dai Sommi Pontefici, che la arricchirono anche di numerose indulgenze;
d) la dossologia Gloria al Padre che, conformemente ad un orientamento comune alla pietà cristiana, chiude la preghiera con la glorificazione di Dio, Uno e Trino, dal quale, per il quale e nel quale sono tutte le cose (cfr Rm 11,36). (Marialis Cultus n. 49).

8. May: The Rosary –

A Compendium of the whole Gospel

Fr Pierluigi Cameroni
World spiritual animator

  1. The Rosary, a gospel prayer.

Thus, for instance, the Gospel inspiration of the Rosary has appeared more clearly: the Rosary draws from the Gospel the presentation of the mysteries and its main formulas. As it moves from the angel’s joyful greeting and the Virgin’s pious assent, the Rosary takes its inspiration from the Gospel to suggest the attitude with which the faithful should recite it. In the harmonious succession of Hail Mary’s the Rosary puts before us once more a fundamental mystery of the Gospel – the Incarnation of the Word, contemplated at the decisive moment of the Annunciation to Mary. The Rosary is thus a Gospel prayer, as pastors and scholars like to define it, more today perhaps than in the past.
It has also been more easily seen how the orderly and gradual unfolding of the Rosary reflects the very way in which the Word of God, mercifully entering into human affairs, brought about the Redemption. The Rosary considers in harmonious succession the principal salvific events accomplished in Christ, from His virginal conception and the mysteries of His childhood to the culminating moments of the Passover – the blessed passion and the glorious resurrection – and to the effects of this on the infant Church on the day of Pentecost, and on the Virgin Mary when at the end of her earthly life she was assumed body and soul into her heavenly home. It has also been observed that the division of the mysteries of the Rosary into three parts not only adheres strictly to the chronological order of the facts but above all reflects the plan of the original proclamation of the Faith and sets forth once more the mystery of Christ in the very way in which it is seen by Saint Paul in the celebrated “hymn” of the Letter to the Philippians – kenosis, death and exaltation (Phil. 2:6-11).
As a Gospel prayer, centred on the mystery of the redemptive Incarnation, the Rosary is therefore a prayer with a clearly Christological orientation. Its most characteristic element, in fact, the litany-like succession of Hail Mary’s, becomes in itself an unceasing praise of Christ, who is the ultimate object both of the angel’s announcement and of the greeting of the mother of John the Baptist: “Blessed is the fruit of your womb” (Lk. 1:42). We would go further and say that the succession of Hail Mary’s constitutes the warp on which is woven the contemplation of the mysteries. The Jesus that each Hail Mary recalls is the same Jesus whom the succession of the mysteries proposes to us – now as the Son of God, now as the Son of the Virgin – at His birth in a stable at Bethlehem, at His presentation by His Mother in the Temple, as a youth full of zeal for His Father’s affairs, as the Redeemer in agony in the garden, scourged and crowned with thorns, carrying the cross and dying on Calvary, risen from the dead and ascended to the glory of the Father to send forth the gift of the Spirit. As is well known, at one time there was a custom, still preserved in certain places, of adding to the name of Jesus in each Hail Mary reference to the mystery being contemplated.
And this was done precisely in order to help contemplation and to make the mind and the voice act in unison. There has also been felt with greater urgency the need to point out once more the importance of a further essential element in the Rosary, in addition to the value of the elements of praise and petition, namely the element of contemplation. Without this the Rosary is a body without a soul, and its recitation is in danger of becoming a mechanical repetition of formulas and of going counter to the warning of Christ: “And in praying do not heap up empty phrases as the Gentiles do; for they think that they will be heard for their many words” (Mt. 6:7). By its nature the recitation of the Rosary calls for a quiet rhythm and a lingering pace, helping the individual to meditate on the mysteries of the Lord’s life as seen through the eyes of her who was closest to the Lord. In this way the unfathomable riches of these mysteries are unfolded. (Marialis Cultus nn. 44-47).

  1. The Mysteries of Light

In his Apostolic Letter “Rosarium Virginis Mariae” Pope John Paul II introduced the “Mysteries of light” into the recitation of the Rosary, stating that “Moving on from the infancy and the hidden life in Nazareth to the public life of Jesus, our contemplation brings us to those mysteries which may be called in a special way “mysteries of light”. Certainly. the whole mystery of Christ is a mystery of light. He is the “light of the world” (Jn 8:12). Yet this truth emerges in a special way during the years of his public life, when he proclaims the Gospel of the Kingdom. In proposing to the Christian community five significant moments – “luminous” mysteries – during this phase of Christ’s life, I think that the following can be fittingly singled out:
(1) his Baptism in the Jordan,
(2) his self-manifestation at the wedding of Cana,
(3) his proclamation of the Kingdom of God, with his call to conversion,
(4) his Transfiguration,
and finally, (5) his institution of the Eucharist, as the sacramental expression of the Paschal Mystery.

Each of these mysteries is a revelation of the Kingdom now present in the very person of Jesus. “In these mysteries, apart from the miracle at Cana, the presence of Mary remains in the background. The Gospels make only the briefest reference to her occasional presence at one moment or other during the preaching of Jesus (cf. Mk 3:31-5; Jn 2:12), and they give no indication that she was present at the Last Supper and the institution of the Eucharist. Yet the role she assumed at Cana in some way accompanies Christ throughout his ministry. The revelation made directly by the Father at the Baptism in the Jordan and echoed by John the Baptist is placed upon Mary’s lips at Cana, and it becomes the great maternal counsel which Mary addresses to the Church of every age: “Do whatever he tells you” (Jn 2:5). This counsel is a fitting introduction to the words and signs of Christ’s public ministry, and it forms the Marian foundation of all the “mysteries of light”. (RVM, n. 21).

  1. Don Bosco and the Rosary

All who knew John as a child testify to his love for prayer and his great devotion to Mary. “John must have been very familiar with the holy rosary, because from the earliest days of the Oratory up to the last years of his life, he always insisted that his boys recite it every day. He never subscribed to the idea that a religious community could be exempt from reciting these prayers for any reason at all. In his view, it was a necessary practice of piety for proper living, as important as his daily bread in sustaining his strength and keeping him alive.”
Young John Bosco learned to love and pray the Rosary at the school of Mamma Margaret, as he himself recounted: “Her greatest care was given to instructing her sons in their religion, making them value obedience, and keeping them busy with tasks suited to their age. When I was still very small, she herself taught me to pray. As soon as I was old enough to join my brothers, she made me kneel with them morning and evening. We would all recite our prayers together, including the rosary.” Mamma Margherita excels as a teacher of prayer, and prayer is a matter of family, of sharing of faith.
Describing the most common practices of piety in the Oratory, it was said: ” … dearest to his heart was the holy rosary. For this reason, he had included [in the Companion of Youth] brief meditations for all fifteen mysteries. He had the boys recite a third part of the rosary every Sunday and holy day, and he exhorted them fervently to say it daily in their own homes, if at all possible. As long as he was the only priest at the Oratory, he would recite five decades with his mother every day; when boys began to board there, he had them recite it during Mass on weekdays. From the time the Oratory was established in Valdocco until the present day, its walls have echoed every morning to the words of this prayer so dear to the heart of Mary and so effective in times of trial for the Church. Only once a year, was the rosary recited in its entirety in the chapel, on the eve of All Souls’ Day, for the souls in purgatory. Don Bosco never failed to take part in it, kneeling in the sanctuary and often leading it himself.”

It is good to remember that in his native village, the Becchi, on the ground floor of the house belonging to his brother Joseph, a small corner was adapted for use as a chapel and Don Bosco dedicated it to Our Lady of the Rosary. This little chapel was inaugurated by him on 8 October 1848 and the saint celebrated the feast of Our Lady of the Rosary there every year until 1869, solemnizing it with the presence of the band and the choir of the boys from Valdocco. This little chapel was Don Bosco’s first centre of Marian devotion and it was to be a privileged witness of the beginnings of the Salesian Congregation. Here, in fact, on 3 October 1852, Michael Rua and Joseph Rocchietti received the clerical habit. Dominic Savio also prayed in this chapel on 2 October 1854, on the occasion of his first meeting with Don Bosco, and again in the next two years during the autumn holidays at the Becchi.

  1. Family prayer

We now desire, as a continuation of the thought of our predecessors, to recommend strongly the recitation of the family Rosary. The Second Vatican Council has pointed out how the family, the primary and vital cell of society, “shows itself to be the domestic sanctuary of the Church through the mutual affection of its members and the common prayer they offer to God.” The Christian family is thus seen to be a domestic Church” if its members, each according to his proper place and tasks, all together promote justice, practice works of mercy, devote themselves to helping their brethren, take part in the apostolate of the wider local community and play their part in its liturgical worship. This will be all the more true if together they offer up prayers to God. If this element of common prayer were missing, the family would lack its very character as a domestic Church. Thus there must logically follow a concrete effort to reinstate communal prayer in family life if there is to be a restoration of the theological concept of the family as the domestic Church.
But there is no doubt that, after the celebration of the Liturgy of the Hours, the high point which family prayer can reach, the Rosary should be considered as one of the best and most efficacious prayers in common that the Christian family is invited to recite. We like to think, and sincerely hope, that when the family gathering becomes a time of prayer, the Rosary is a frequent and favoured manner of praying. We are well aware that the changed conditions of life today do not make family gatherings easy, and that even when such a gathering is possible many circumstances make it difficult to turn it into an occasion of prayer. There is no doubt of the difficulty. But it is characteristic of the Christian in his manner of life not to give in to circumstances but to overcome them, not to succumb but to make an effort. Families which want to live in full measure the vocation and spirituality proper to the Christian family must therefore devote all their energies to overcoming the pressures that hinder family gatherings and prayer in common. (Marialis Cultus nn. 52.54).

  1. How to recite it

The Rosary of the Blessed Virgin Mary, according to the tradition accepted by our predecessor St. Pius V and authoritatively taught by him, consists of various elements disposed in an organic fashion:
a) Contemplation in communion with Mary, of a series of mysteries of salvation, wisely distributed into three cycles. These mysteries express the joy of the messianic times, the salvific suffering of Christ and the glory of the Risen Lord which fills the Church. This contemplation by its very nature encourages practical reflection and provides stimulating norms for living.
b) The Lord’s Prayer, or Our Father, which by reason of its immense value is at the basis of Christian prayer and ennobles that prayer in its various expressions.
c) The litany-like succession of the Hail Mary, which is made up of the angel’s greeting to the Virgin (cf. Lk. 1;28), and of Elizabeth’s greeting (cf. Lk. 1:42), followed by the ecclesial supplication, Holy Mary. The continued series of Hail Mary’s is the special characteristic of the Rosary, and their number, in the full and typical number of one hundred and fifty, presents a certain analogy with the Psalter and is an element that goes back to the very origin of the exercise of piety. But this number, divided, according to a well-tried custom, into decades attached to the individual mysteries, is distributed in the three cycles already mentioned, thus giving rise to the Rosary of fifty Hail Mary’s as we know it. This latter has entered into use as the normal measure of the pious exercise and as such has been adopted by popular piety and approved by papal authority, which also enriched it with numerous indulgences.
d) The doxology Glory be to the Father which, in conformity with an orientation common to Christian piety concludes the prayer with the glorifying of God who is one and three, from whom, through whom and in whom all things have their being. (cf. Rom. 11:36). (Marialis Cultus n. 49).

8. Maio: Rosário –

Compêndio de todo o Evangelho

Pe. Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

  1. Rosário oração evangélica.

Assim, por exemplo, apareceu numa luz mais viva a índole evangélica do mesmo Rosário, na medida em que se salientou que ele vai haurir ao Evangelho o enunciado dos mistérios e as fórmulas principais; no Evangelho se inspira, ainda, a sugestão para aquela atitude com que o fiel o deve recitar, a partir da jubilosa saudação do Anjo e do correspondente assentimento religioso da Virgem Maria; e do Evangelho, enfim, lembra, no suceder-se das Ave-Marias, um mistério fundamental, a Encarnação do Verbo, contemplado no momento decisivo da Anunciação feita a Maria. O Rosário, por conseguinte, é uma oração evangélica, como hoje em dia, talvez mais do que no passado, gostam de a definir os pastores e os estudiosos. Foi percebido com maior clareza, além disso, que o ordenado e gradual desenrolar-se do Rosário reflete aquele mesmo modo com que o Verbo de Deus, ao inserir-se por misericordiosa decisão, nas vicissitudes humanas, operou a Redenção. O Rosário, de fato, considera numa sucessão harmoniosa os principais eventos “salvíficos” da mesma Redenção, que se realizaram em Cristo: desde a concepção virginal, passando pelos mistérios da infância, até aos momentos culminantes da Páscoa, a bendita Paixão e gloriosa Ressurreição, e aos efeitos da mesma sobre a Igreja nascente, no dia de Pentecostes, e sobre a Virgem Maria, na altura em que, tendo terminado o exílio terreno, foi assumida em corpo e alma à pátria celestial. Foi observado, ademais, que a tríplice divisão dos mistérios do Rosário, não só coincide de maneira perfeita com a ordem cronológica dos fatos, mas sobretudo reflete também o esquema do primitivo anúncio da fé e evoca o mistério de Cristo, daquele mesmo modo como ele é visto por São Paulo, no célebre “hino” da Epístola aos Filipenses: despojamento, morte e exaltação (Fil. 2,6-11).
Oração evangélica, centrada sobre o mistério da Encarnação redentora, o Rosário é, por isso mesmo, uma prece de orientação profundamente cristológica. Na verdade, o seu elemento mais característico, a repetição litânica do “Alegra-te, Maria”, torna-se também ele, louvor incessante, a Cristo, objetivo último do anúncio do Anjo e da saudação da mãe do Batista: “bendito o fruto do teu ventre” (Lc 1,42). Diremos mais ainda: a repetição da Ave-Maria constitui a urdidura sobre a qual se desenrola a contemplação dos mistérios;
aquele Jesus que cada Ave-Maria relembra é o mesmo que a sucessão dos mistérios propõe, uma e outra vez, como Filho de Deus e da Virgem Santíssima; nascido numa gruta de Belém; apresentado pela mesma Mãe no Templo; um rapazinho ainda, a demonstrar-se
cheio de zelo pelas coisas de seu Pai; depois, Redentor, agonizante no horto, flagelado e coroado de espinhos; a carregar a cruz e a morrer sobre o Calvário; por fim, ressuscitado da morte e elevado à glória do Pai, para efundir o dom do Espírito. É coisa conhecida que, exatamente para favorecer a contemplação e para que a mente estivesse sempre em sintonia com as palavras, se costumava outrora, e tal costume conservou-se em diversas regiões, ajuntar ao nome de Jesus, em cada Ave-Maria, uma cláusula, que chamasse a atenção para o mistério enunciado. Depois, fizeram tais convênios e investigações com que se sentisse, com maior urgência, a necessidade de recordar, ao lado do elemento laudativo e deprecatório, a importância de outro elemento essencial do Rosário: a contemplação. Sem esta, o mesmo Rosário é um corpo sem alma e a sua recitação corre o perigo de tornar-se uma repetição mecânica de fórmulas e de vir a achar-se em contradição com a advertência de Jesus: “Nas vossas orações, não useis de vãs repetições, como os gentios, porque imaginam que é pelo palavreado excessivo que serão ouvidos” (Mt 6,7). Por sua natureza, a recitação do Rosário requer um ritmo tranqüilo e uma certa demora a pensar, que favoreçam, naquele que ora, a meditação dos mistérios da vida do Senhor, vistos através do coração daquela que mais de perto esteve em contacto com o mesmo Senhor, e que abram o acesso às suas insondáveis riquezas. (Marialis Cultus nn. 44-47).

  1. Os Mistérios da luz

O Papa João Paulo II, com a Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” introduziu também na recitação do Santo Rosário, os “Mistérios da luz”, afirmando que “passando da infância e da vida de Nazaré à vida pública de Jesus, a contemplação leva-nos aos mistérios que se podem chamar, por especial título, “mistérios da luz”. Na verdade, todo o mistério de Cristo é luz. Ele é a « luz do mundo » (Jo 8, 12). Mas esta dimensão emerge particularmente nos anos da vida pública, quando Ele anuncia o evangelho do Reino. Querendo indicar à comunidade cristã cinco momentos significativos – mistérios luminosos – desta fase da vida de Cristo, considero que se podem justamente individuar:

1. no seu Batismo no Jordão
2. na sua auto-revelação nas bodas de Caná
3. no seu anúncio do Reino de Deus com o convite à conversão
4. na sua Transfiguração
5. e, enfim, na instituição da Eucaristia, expressão sacramental do mistério pascal.

Cada um destes mistérios é revelação do Reino divino já personificado no mesmo Jesus. Nestes mistérios, à exceção de Caná, a presença de Maria fica em segundo plano. Os Evangelhos mencionam apenas alguma presença ocasional dela no tempo da pregação de Jesus (cf.Mc 3, 31-35; Jo 2, 12) e nada dizem de uma eventual presença no Cenáculo durante a instituição da Eucaristia. Mas, a função que desempenha em Caná acompanha, de algum modo, todo o caminho de Cristo. A revelação, que no Batismo do Jordão é oferecida diretamente pelo Pai e confirmada pelo Batista, está na sua boca em Caná, e torna-se a grande advertência materna que Ela dirige à Igreja de todos os tempos: « Fazei o que Ele vos disser » (Jo 2, 5). Advertência esta que introduz bem as palavras e os sinais de Cristo durante a vida pública, constituindo o fundo mariano de todos os “mistérios da luz” (RVM, n.21).

  1. Dom Bosco e o Rosário

“Todos que conheceram João quando criança, testemunham seu amor pela oração e sua grande devoção a Maria Santíssima. O Santo Rosário deve ter sido familiar para ele desde os primeiros dias do Oratório até os últimos anos de sua existência, ele queria que impreterivelmente (sem exceções), ele fosse recitado pelos jovens todos os dias: ele nunca admitiu que poderia haver uma causa que dispensasse uma comunidade de rezar o terço. Era para ele prática necessária para viver bem, tanto quanto o pão cotidiano para se manter forte e não morrer”.
Joãozinho Bosco aprendeu a amar e a rezar o Rosário na escola de Mamãe Margarida, como ele mesmo contou: “Seu maior cuidado foi instruir os filhos na religião, torná-los obedientes e ocupá-los em coisas compatíveis com a idade. Quando eu era pequenino, ela mesma me ensinou as orações; quando pude juntar-me aos meus irmãos, fazia-me ajoelhar com eles de manhã e de noite, e juntos rezávamos as orações e o terço”. Mamãe Margarida se destaca como mestra de oração e a oração é uma questão de família, de partilha de fé.
Descrevendo quais eram as práticas mais comuns de piedade no Oratório, afirma: “Acima de tudo, Dom Bosco tinha no coração o santo Rosário e por isso escreveu os quinze mistérios com breves contemplações. Em toda festa fazia com que rezassem a terceira parte do Rosário, exortando seus jovens com grande fervor a continuarem, se possível, essa prática piedosa, todos os dias da semana em suas casas. Quando sozinho, rezava a terceira parte diariamente com sua mãe, e depois, com os os menisno, juntos rezavam o Terço e participavam da santa missa durante a semana. Desde quando o Oratório foi aberto em Valdocco até os dias de hoje, a cada nascer do dia, ressoa esta oração impreterivelmente, oração esta tão cara ao coração de Maria e tão eficaz diante das angústias da Igreja. Uma vez ao ano, na capela, na noite do Dia de Todos os Santos, se rezava sempre o Rosário todo, em sufrágio das almas do purgatório, e Dom Bosco jamais deixava de participar de joelhos, no presbitério, e dirigindo frequentemente, ele próprio, a oração”.3
É bonito recordar que nos Becchi, aldeia natal de Dom Bosco, no piso térreo da casa de seu irmão José, no lado esquerdo da casa, foi adaptado um pequeno ambiente para ser usado como capela, e Dom Bosco a dedicou à Nossa Senhora do Rosário. A igrejinha foi inaugurada por ele dia 8 de outubro de 1848 e, até 1869 o santo aí celebrava, todo ano, a festa de Nossa Senhora do Rosário, solenemente, com a presença da banda musical e do coro dos meninos de Valdocco. O local foi o primeiro centro de culto mariano querido por Dom Bosco e testemunha privilegiada dos primórdios da Congregação salesiana. Aqui, de fato, dia 3 de outubro de 1852, Miguel Rua e José Rocchietti receberam o hábito clerical. Nesta capela, rezou certamente também Domingos Sávio, no dia 2 de outubro de 1854, na ocasião de seu primeiro encontro com Dom Bosco e nos dois anos seguintes durante as férias de outono nos Becchi.

  1. Oração da família

Queremos agora, em continuidade de pensamento com os Nossos Predecessores, recomendar vivamente a recitação do santo Rosário em família. O Concílio Vaticano II colocou bem em evidência que a mesma família, qual célula primeira e vital da sociedade, deve mostrar-se, pela mútua piedade dos membros e pela oração dirigida a Deus em comum, como um santuário familiar da Igreja. A família cristã, por conseguinte, apresentar-se-á assim como uma “Igreja doméstica”, na medida em que os seus membros, cada qual no seu lugar e dentro das suas atribuições próprias, se dão as mãos no promover a justiça, no praticar as obras de misericórdia, no dedicar-se ao serviço dos irmãos, tomando parte no apostolado da comunidade local mais ampla e inserindo-se no seu culto litúrgico; e, ainda, se elevarem a Deus orações suplicantes, em comum; se viesse a falhar este elemento no seio da família, então faltar-lhe-ia o próprio caráter de família cristã. Por isso, à recuperação da noção teológica da família, como Igreja doméstica, deve, coerentemente, seguir-se um esforço concreto por instaurar na vida da mesma família a oração em comum.
Mas, depois da celebração da Liturgia das Horas ponto culminante a que pode chegar a oração doméstica, não há dúvida de que o Rosário da Bem-Aventurada Virgem Maria deve ser considerado uma das mais excelentes e eficazes orações em comum, que a família cristã é convidada a recitar. Dá-nos gosto pensar e auspiciamos vivamente que, quando o encontro familiar se transforma em tempo de oração, seja o Rosário a sua expressão freqüente e preferida. Estamos bem conhecedor de que as mudadas condições da vida dos homens, nos nossos dias, não são favoráveis à possibilidade de momentos de reunião familiar; e de que, mesmo quando isso acontece, não poucas circunstâncias se conjugam para tornar difícil transformar o encontro da família em ocasião de oração. É uma coisa difícil, sem dúvida. No entanto, é também característico do agir cristão não se render aos condicionamentos do ambiente, mas superá-los; não sucumbir, mas sim elevar-se.
Portanto, aquelas famílias que queiram viver em plenitude a vocação e a espiritualidade própria da família cristã, devem envidar todos os esforços para eliminar tudo o que seja obstáculo para os encontros familiares e para a oração em comum. (Marialis Cultus nn. 52.54).

  1. Modo de rezá-lo

O Terço da Bem-Aventurada Virgem Maria, segundo a tradição que foi acolhida e autorizadamente proposta pelo nosso predecessor São Pio V, consta de vários elementos, dispostos de modo orgânico:

a) a contemplação, em comunhão com Maria, de uma série de mistérios da Salvação, sapientemente distribuídos em três ciclos que exprimem: o gozo dos tempos messiânicos; a dor “salvífica” de Cristo; e a glória do divino Ressuscitado que inunda a Igreja. Uma tal contemplação, pela sua natureza, conduz à reflexão prática e suscita estimulantes normas de vida;
b) a oração do Senhor, ou Pai-Nosso, que, pelo seu imenso valor, está na base da oração cristã e a enobrece nas suas diversas expressões;
c) a sucessão litânica das Ave-Marias, que resulta composta da saudação do Anjo à Virgem Santíssima (cf. Lc 1,28) e do bendizente obséquio de Isabel (cf. Lc 1,42), ao que se segue a súplica eclesial Santa Maria. A série continuada das Ave-Marias é uma característica peculiar do Rosário, e o seu número, na forma típica e plenária de cento e cinqüenta, apresenta uma certa analogia com o Saltério e é um dado que remonta à própria origem do piedoso exercício. Mas esse mesmo número, de acordo com um costume comprovado, dividido em dezenas coligadas a cada um dos mistérios, distribui-se nos três ciclos acima mencionados, dando lugar ao conhecido Terço, de cinqüenta Ave-Marias, o qual entrou em uso qual medida normal do mesmo exercício e, como tal, foi adotado pela piedade popular e sancionado pelos Sumos Pontífices, que o enriquecem com numerosas indulgências;
d) a doxologia Glória ao Pai, que, em conformidade com uma orientação generalizada da piedade cristã, encerra a oração com a glorificação de Deus, Uno e Trino, para o qual e no qual são todas as coisas (cf. Rom 11,36). (Marialis Cultus n. 49)