2. María, Virgen orante

Don Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

Así aparece Ella en la visita a la madre del Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza: tal es el “Magnificat”(cfr. Lc 1, 46-55), la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exultación del antiguo y del nuevo Israel, porque —como parece sugerir S. Ireneo— en el cántico de María fluyó el regocijo de Abrahán que presentía al Mesías (cfr. Jn 8, 56) y resonó, anticipada proféticamente, la voz de la Iglesia: “Saltando de gozo, María proclama proféticamente en nombre de la Iglesia: ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor…'” . En efecto, el cántico de la Virgen, al difundirse, se ha convertido en oración de toda la Iglesia en todos los tiempos.
“Virgen orante” aparece María en Caná, donde, manifestando al Hijo con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene además un efecto de la gracia: que Jesús, realizando el primero de sus “signos”, confirme a sus discípulos en la fe en Él (cfr. Jn 2, 1-12).
También el último trazo biográfico de María nos la describe en oración: los Apóstoles, en efecto, “perseveraban unánimes en la oración, juntamente con las mujeres y con María, Madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1, 14): presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación. “Virgen orante” es también la Iglesia, que cada día presenta al Padre las necesidades de sus hijos, “alaba incesantemente al Señor e intercede por la salvación del mundo” (Marialis Cultus 18).

  1. María, Mujer del Magnificat.

En el Magnificat (Lc 1,46-55), María celebra las intervenciones salvíficas de Dios.; enumera siete (número que en la Biblia indica perfección, totalidad), para indicar todas las obras de salvación realizadas por Dios en la historia de los hombres. María nos enseña que la oración es en primer lugar, alabanza y agradecimiento a Dios, por todo lo que ha obrado en la historia universal de los hombres y en nuestra historia personal. María es la mujer de la alegría, que muestra cantando el Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su sierva” (Lc 2,46-48). Su actitud interior está bien expresada en este canto, que remite a los Salmos de los “anawim”, los “pobres” que confían solamente en Dios, y el cántico de Ana (1 Sam 2,1-10), que se abre con docilidad a la sorpresa de Dios, pero que no con menor fuerza revela la profunda fe de esta mujer hebrea, capaz de confiarse totalmente al Eterno. En la escuela de María aprendemos el primado de la dimensión contemplativa de la vida, la continua acogida de la iniciativa del Señor, que consiste en dejarse amar y conducir dócilmente por Él.
Nos preguntamos: ¿Es Dios, de verdad, el Señor de mi vida, como lo fue para María? ¿Soy dócil a su acción, a su Palabra, a su silencio? ¿Me dejo guiar por Él, meditando en todo lo que me da para vivir a la luz de las Escrituras, para discernir su voluntad y realizar con Él su designio de amor para conmigo y para cuantos me confía, incluso en los momentos difíciles, como, por ejemplo, en los que nuestra sociedad está viviendo?

  1. María, mujer que intercede

Interviniendo en las Bodas de Caná, en un momento en el que la fiesta corría el riesgo de echarse a perder, porque llegaba a faltar el vino, María con fina discreción hace presente al Hijo la situación, diciéndole: “No tienen vino” (Jn 2,1-12). María nos da a entender la importancia de la oración de intercesión; oración a la que la misma liturgia nos educa (cfr. la oración de los fieles); oración que nos permite abrazar al mundo entero y llevar ante Dios los deseos y súplicas de toda la humanidad y que, muchas veces, se convierte en el único camino para amar a los hermanos.

María está atenta, está atenta en aquellas bodas ya iniciadas, se muestra solícita ante las necesidades de los esposos. No se aísla en sí misma, ni se centra en el propio mundo, sino todo lo contrario, el amor la hace “salir hacia” los otros. Ni siquiera busca a las amigas para comentar lo que está sucediendo y criticar la deficiente preparación de la fiesta. Y por estar atenta, con su discreción, se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. ¡Cuántos jóvenes y adolescentes perciben que, desde hace ya tiempo, en sus casas se carece de ese vino! ¡Cuántas mujeres solas y tristes se preguntan cuándo han perdido el amor, cuándo el amor ha desaparecido de su vida! ¡Cuántos ancianos se sienten excluidos de las fiestas de sus familias, abandonados en un rincón y sin el alimento del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos y biznietos! La falta de ese vino puede ser también consecuencia de la falta de trabajo, de enfermedades, de situaciones problemáticas que nuestras familias sufren en todo el mundo. María no es una madre que “pretende”, ni una suegra que vigila para divertirse con nuestras inexperiencias, nuestros errores o nuestros descuidos. ¡María es simplemente Madre! Está presente, atenta y premurosa. En hermoso oír esto: ¡María es Madre! Repetidlo todos conmigo. Vamos: ¡María es Madre!
Pero María, en aquel momento en que se da cuenta de que falta el vino, se dirige confiada a Jesús. Esto nos está diciendo que María ruega. No acude al mayordomo, sino que presenta directamente la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: “¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora” (v. 4). Pero mientras tanto ha puesto el problema en las manos de Dios. Su premura por las necesidades de los demás anticipa “la hora” de Dios. Y María forma parte de aquella hora, desde el pesebre hasta la cruz. Ella que supo “transformar una cueva para animales en casa para Jesús con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (Exhort, apost. Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada la estaba traspasando el corazón—. Ella nos enseña a poner nuestras familias en las manos de Dios; nos enseña a orar, alimentando la esperanza para indicarnos que nuestras preocupaciones son también preocupaciones de Dios.
Rezar siempre nos hace salir del recinto de nuestras preocupaciones, nos hace ir más allá de lo que nos hace sufrir, de lo que nos inquieta o nos falta, y nos ayuda a ponernos en la situación del otro. La familia es una escuela donde rezar nos recuerda que existe un “nosotros”, que existe un vecino cercano, evidente, que vive bajo el mismo techo, que comparte con nosotros la vida y tiene necesidades. (Papa Francisco – Guayaquil – Ecuador – 5 de julio de 2015).

  1. María, mujer perseverante en la oración

Finalmente, mientras los Apóstoles esperaban el cumplimiento de la promesa de Jesús, también María perseveró en la oración, en espera del Espíritu Santo (Hch 1,14). De este modo Ella nos enseña que la oración es espera vigilante del Señor que viene a acompañarnos, cada día, en los momentos tristes y alegres de la vida, espera y capacidad de aceptar todas las sorpresas que el Señor nos reserva en nuestro camino.
También nosotros zarandeados por los vientos y tempestades, necesitamos orar. Es un medio imprescindible para entrar en verdadero diálogo, en relación filial con el Dios cercano, con el Dios que nos salva de nuestra soledad, de nuestro egoísmo, de nuestros pecados. También por este motivo dirigimos la mirada a nuestra Madre del Cielo. La Virgen es mujer y maestra de oración.
La sola contemplación de la Virgen en oración y de toda su vida como vida de oración, debería bastar para convencernos de la belleza de cultivar una sólida vida interior, de relación personal con el Dios Uno y Trino, aprendiendo a dirigirnos al Padre, fuente inagotable y eterna de todo bien, identificándonos con el Hijo amado mediante una contemplación cada vez más viva de su Vida y de sus enseñanzas, con la asistencia constante del Espíritu Santo, soplo e intimidad viva de Dios, el único que, como dice san Pablo, “escruta las profundidades de Dios”.

  1. En oración constante

La vida cristiana es vida de oración; el hombre orante vive en relación con Dios, abierto a Él y a su voluntad, en la oración y en la adoración. La oración se convierte entonces en el modo de vivir en la presencia de Dios en la vida cotidiana, cultivando aquella unión con Dios típica de Don Bosco y de su espíritu; nos sumerge en la gozosa presencia de Dios, que viviremos en el paraíso, ya en la vida de cada día, en las ocupaciones cotidianas, sin perder el contacto con Dios, elevando a Él el pensamiento, la súplica, con el empleo también de sencillas jaculatorias. Para santa Teresa de Ávila la oración es “una íntima relación de amistad con Aquel que sabemos nos ama”.

Dedicar diariamente un tiempo para un silencio orante, de escucha de la Palabra, de intimidad en adoración con Jesús: espacios de oración confiada en el que el corazón se abre a Dios de tú a tú, en el que se hacen callar las voces para escuchar la voz suave del Señor que resuena en el silencio. La lectura orante de la Palabra de Dios, más dulce que la miel (cfr. Sal 119,103) y “espada de doble filo” (Heb 4,12), nos permite permanecer a la escucha del Maestro para que la lámpara para nuestros pasos, alumbre en nuestro camino (cfr. Sal 119,105).

En ese silencio es posible discernir, a la luz del Espíritu, los caminos de santidad que el Señor nos propone. De otro modo, todas nuestras decisiones podrán ser solamente «decoraciones» que, en lugar de exaltar el Evangelio en nuestras vidas, lo recubrirán o lo ahogarán. Para todo discípulo es indispensable estar con el Maestro, escucharle, aprender de él, siempre aprender. Si no escuchamos, todas nuestras palabras serán únicamente ruidos que no sirven para nada (Gaudete et Exsultate n. 150).

Dedicar por la mañana un tiempo para orientar toda la jornada a Él y al caer de la tarde un tiempo para darle gracias es reconocer su amor, los signos de su presencia y de su Providencia en nuestra vida diaria, en la vida de las personas con quienes nos hemos relacionado durante el día, en la vida de la Iglesia. Y al mismo tiempo pedir al Señor que ilumine la propia vida, las opciones y decisiones que nos vemos obligados a tomar.

Cultivar, con corazón de hijos amados, la oración de súplica con fe y confianza en Dios Padre.

La súplica es expresión del corazón que confía en Dios, que sabe que solo no puede. En la vida del pueblo fiel de Dios encontramos mucha súplica llena de ternura creyente y de profunda confianza… La realidad es que la oración será más agradable a Dios y más santificadora si en ella, por la intercesión, intentamos vivir el doble mandamiento que nos dejó Jesús. La intercesión expresa el compromiso fraterno con los otros cuando en ella somos capaces de incorporar la vida de los demás, sus angustias más perturbadoras y sus mejores sueños. De quien se entrega generosamente a interceder puede decirse con las palabras bíblicas: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo» (2 Mac 15,14). (Gaudete et Exsultate n. 154).

Celebrar la Eucaristía culmen y fuente de nuestra vida. La Eucaristía celebrada, adorada y vivida es el corazón de la fe y de la vida cristiana. Don Bosco la ha querido como primera columna, de las dos que constituyen el fundamento de su sistema educativo y de la identidad de la Asociación de María Auxiliadora:

El encuentro con Jesús en las Escrituras nos lleva a la Eucaristía, donde esa misma Palabra alcanza su máxima eficacia, porque es presencia real del que es la Palabra viva. Allí, el único Absoluto recibe la mayor adoración que puede dársele en esta tierra, porque es el mismo Cristo quien se ofrece. Y cuando lo recibimos en la comunión, renovamos nuestra alianza con él y le permitimos que realice más y más su obra transformadora (Gaudete et Exsultate n. 157).

 

Salve, estrella de mar, /augusta madre de Dios, siempre Virgen, María, bienaventurada puerta del cielo.

Al recibir el Ave de la boca de Gabriel, cambia la suerte de Eva y trae al mundo la paz.

Rompe las ataduras de los oprimidos, da luz a los ciegos, líbranos de todo mal, y alcánzanos todo bien.

Muestra que eres Madre, presenta nuestras oraciones a Aquel que nacido por nosotros, quiso ser hijo tuyo

Virgen la más santa, humilde más que todas, a nosotros, libres de culpa, haznos limpios y puros y de corazón

Danos una vida pura, guíanos por camino seguro para que, gozando de la vista de tu Hijo nos alegremos por toda la eternidad

Gloria a Dios Padre, Gloria a Cristo el Señor y al Espíritu Santo, y a los tres nuestro canto de alabanza y amor. Amén.

Crónica de familia

2. Maria Vergine in preghiera

Don Pierluigi Cameroni
Animatore spirituale mondiale

Così essa appare nella Visita alla madre del Precursore, in cui effonde il suo spirito in espressioni di glorificazione a Dio, di umiltà, di fede, di speranza: tale è il cantico L’anima mia magnifica il Signore (cfr Lc 1,46-55), la preghiera per eccellenza di Maria, il canto dei tempi messianici nel quale confluiscono l’esultanza dell’antico e del nuovo Israele, poiché – come sembra suggerire sant’Ireneo – nel cantico di Maria confluì il tripudio di Abramo che presentiva il Messia (cfr Gv 8,56) e risuonò, profeticamente anticipata, la voce della Chiesa: Nella sua esultanza Maria proclamava profeticamente a nome della Chiesa: L’anima mia magnifica il Signore. Infatti, il cantico della Vergine, dilatandosi, è divenuto preghiera di tutta la Chiesa in tutti i tempi.
Vergine in preghiera appare Maria a Cana dove, manifestando al Figlio con delicata implorazione una necessità temporale, ottiene anche un effetto di grazia: che Gesù, compiendo il primo dei suoi «segni», confermi i discepoli nella fede in lui (cfr Gv 2,1-12).
Anche l’ultimo tratto biografico su Maria ce la presenta Vergine orante. Infatti gli Apostoli erano assidui e concordi nella preghiera, insieme con alcune donne e con Maria, la Madre di Gesù, e con i fratelli di lui (At 1,14): presenza orante di Maria nella Chiesa nascente e nella Chiesa di ogni tempo, poiché ella, assunta in cielo, non ha deposto la sua missione di intercessione e di salvezza. Vergine in preghiera è anche la Chiesa, che ogni giorno presenta al Padre le necessità dei suoi figli, loda il Signore incessantemente e intercede per la salvezza del mondo. (Marialis Cultus 18).

  1. Maria Donna del Magnificat.

Nel Magnificat (Lc 1,46-55), Maria celebra gli interventi salvifici di Dio; ne elenca sette (un numero che nella Bibbia esprime perfezione, totalità), per dire tutte le opere di salvezza compiute da Dio nella storia degli uomini. Maria ci insegna che la preghiera è in primo luogo lode e ringraziamento a Dio, per tutto quello che ha operato nella storia universale degli uomini e nella nostra storia personale. Maria è la donna della gioia, che testimonia cantando il Magnificat: “L’anima mia magnifica il Signore e il mio spirito esulta in Dio, mio salvatore, perché ha guardato l’umiltà della sua serva” (Lc 2,46-48). Il suo atteggiamento interiore è ben espresso da questo canto, che richiama i Salmi degli “anawim”, i “poveri” che confidano solamente in Dio, e il cantico di Anna (1 Sam 2,1-10), che si apre con docilità alla sorpresa di Dio, ma non di meno rivela la profonda fede di questa donna ebrea, capace di consegnarsi totalmente all’Eterno. Alla scuola di Maria impariamo il primato della dimensione contemplativa della vita, quel continuo accogliere l’iniziativa del Signore, che consiste nel lasciarci amare e condurre docilmente da Lui.

Ci chiediamo: è veramente Dio il Signore della mia vita, come lo fu per Maria? Sono docile alla Sua azione, alla Sua Parola, al Suo silenzio? Mi lascio guidare da Lui, meditando quanto mi dà di vivere alla luce delle Scritture, per discernere la Sua volontà e realizzare con Lui il Suo disegno d’amore per me e per quanti mi affida anche di fronte a momenti difficili, come ad esempio quelli che la nostra società sta vivendo?

  1. Maria Donna che intercede

Partecipando alle nozze di Cana, in un momento in cui la festa correva il rischio di guastarsi, perché era venuto a mancare il vino, Maria con netta discrezione fece presente al Figlio la situazione, dicendogli: “Non hanno più vino” (Gv 2,1-12). Maria ci fa capire che è importante anche la preghiera di intercessione; preghiera alla quale la stessa liturgia ci educa (vedi la preghiera dei fedeli); preghiera che ci permette di abbracciare il mondo e di portare davanti a Dio le attese e le suppliche dell’intera umanità e che a volte rappresenta l’unica strada per amare i fratelli.

Maria è attenta, è attenta in quelle nozze già iniziate, è sollecita verso le necessità degli sposi. Non si isola in sé stessa, centrata nel proprio mondo, al contrario, l’amore la fa “essere verso” gli altri. Nemmeno cerca le amiche per commentare quello che sta succedendo e criticare la cattiva preparazione delle nozze. E perché sta attenta, con la sua discrezione, si rende conto che manca il vino. Il vino è segno di gioia, di amore, di abbondanza. Quanti adolescenti e giovani percepiscono che nelle loro case ormai da tempo non c’è più di quel vino! Quante donne sole e rattristate si domandano quando l’amore se n’è andato, quando l’amore è colato via dalla loro vita! Quanti anziani si sentono lasciati fuori dalle feste delle loro famiglie, abbandonati in un angolo e ormai senza il nutrimento dell’amore quotidiano dei loro figli, dei loro nipoti, pronipoti! La mancanza di quel vino può essere anche la conseguenza della mancanza di lavoro, delle malattie, delle situazioni problematiche che le nostre famiglie in tutto il mondo attraversano. Maria non è una madre che “pretende”, nemmeno è una suocera che vigila per divertirsi delle nostre inesperienze, dei nostri errori o delle disattenzioni. Maria, semplicemente, è Madre! È presente, attenta e premurosa. È bello ascoltare questo: Maria è Madre. Provate a dirlo tutti insieme con me? Forza: Maria è Madre! Ancora: Maria è Madre! Ancora: Maria è Madre!
Maria però, in quel momento in cui si accorge che manca il vino, si rivolge con fiducia a Gesù. Questo significa che Maria prega. Non va dal maggiordomo, ma presenta direttamente la difficoltà degli sposi a suo Figlio. La risposta che riceve sembra scoraggiante: «Che ho da fare con te, o donna? Non è ancora giunta la mia ora». (v. 4). Ma intanto lei ha posto il problema nelle mani di Dio. La sua premura per le necessità degli altri anticipa “l’ora” di Dio. E Maria è parte di quell’ora, dal presepe fino alla croce. Lei, che seppe «trasformare una grotta per animali nella casa di Gesù, con alcune povere fasce e una montagna di tenerezza» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 286), e ci ricevette come figli quando una spada le trafiggeva il cuore. Ella ci insegna a porre le nostre famiglie nelle mani di Dio; ci insegna a pregare, alimentando la speranza che ci indica che le nostre preoccupazioni sono anche preoccupazioni di Dio.
E pregare ci fa sempre uscire dal recinto delle nostre preoccupazioni, ci fa andare oltre quello che ci fa soffrire, quello che ci agita o che ci manca, e ci aiuta a metterci nei panni degli altri. La famiglia è una scuola dove il pregare ci ricorda anche che c’è un “noi”, che esiste un prossimo vicino, evidente, che vive sotto lo stesso tetto, che condivide con noi la vita e ha delle necessità. (Papa Francesco – Guayaquil – Ecuador – 5 luglio 2015).

  1. Maria Donna perseverante nella preghiera

Infine, mentre gli Apostoli attendevano il compimento della promessa di Gesù, anche Maria perseverò, in preghiera, in attesa dello Spirito Santo (At 1,14). In tal modo Ella ci insegna che la preghiera è attesa vigilante del Signore che viene per accompagnarci, ogni giorno, nei momenti lieti e tristi della vita; attesa e capacità di accettare ogni sorpresa che il Signore ci riserva nel nostro cammino.
Anche noi, sballottati dal vento e dalle tempeste, abbiamo bisogno della preghiera. È un mezzo imprescindibile per entrare in dialogo vero, in rapporto filiale con il Dio vicino, con il Dio che ci salva dalla nostra solitudine, dal nostro egoismo, dai nostri peccati. Anche per questo volgiamo lo sguardo alla nostra Madre del Cielo. La Madonna è donna e maestra di preghiera.
Già la sola contemplazione della Madonna in preghiera e della sua vita intera come vita di preghiera dovrebbe convincerci della bellezza di coltivare una solida vita interiore, di rapporto personale con il Dio Uno e Trino, imparando a rivolgerci al Padre, fonte inesauribile ed eterna di ogni bene, identificandoci con il Figlio amato attraverso una contemplazione sempre più viva della Sua Vita e dei suoi insegnamenti, con il sostegno costante dello Spirito Santo, soffio e intimità viva di Dio, l’unico che, come dice san Paolo, “scruta le profondità di Dio”.

  1. In preghiera costante

La vita cristiana è vita di preghiera, l’uomo orante vive in relazione con Dio, aperto a Lui e alla sua volontà, nella preghiera e nell’adorazione. La preghiera diventa allora il modo per vivere alla presenza di Dio nella vita di ogni giorno, coltivando quell’unione con Dio tipica di don Bosco e del suo spirito. Ci immerge nella gioiosa presenza di Dio, che in pienezza vivremo in paradiso, già nella vita di tutti i giorni, nelle occupazioni quotidiane della vita, senza perdere il contatto con Dio, innalzando a lui il ricordo, l’invocazione, la lode, la supplica, usando anche piccole giaculatorie. Per santa Teresa d’Avila la preghiera è «un intimo rapporto di amicizia, un frequente trattenimento da solo a solo con Colui da cui sappiamo d’essere amati».

Dedicare ogni giorno un tempo di silenzio orante, di ascolto della Parola, di intimità adorante con Gesù: spazi di preghiera fiduciosa dove il cuore si apre a Dio a tu per tu, dove si fanno tacere tutte le voci per ascoltare la soave voce del Signore che risuona nel silenzio. La lettura orante della Parola di Dio, più dolce del miele (cfr Sal 119,103) e «spada a doppio taglio» (Eb 4,12), ci permette di rimanere in ascolto del Maestro affinché sia lampada per i nostri passi, luce sul nostro cammino (cfr Sal 119,105).

In tale silenzio è possibile discernere, alla luce dello Spirito, le vie di santità che il Signore ci propone. Diversamente, tutte le nostre decisioni potranno essere soltanto “decorazioni” che, invece di esaltare il Vangelo nella nostra vita, lo ricopriranno e lo soffocheranno. Per ogni discepolo è indispensabile stare con il Maestro, ascoltarlo, imparare da Lui, imparare sempre. Se non ascoltiamo, tutte le nostre parole saranno unicamente rumori che non servono a niente. (Gaudete et Exsultate n. 150).

– Dedicare al mattino un tempo per orientare tutta la giornata a Lui e alla sera un tempo per ringraziarlo e fare memoria del suo amore, riconoscere i segni della sua presenza e della sua Provvidenza nella nostra vita quotidiana, nella vita delle persone che abbiamo incontrato durante il giorno, nella vita della Chiesa. Insieme chiedere al Signore che illumini la propria vita, le scelte e le decisioni che siamo chiamati a prendere.

Coltivare, con cuore di figli amati, la preghiera di supplica fiduciosa e confidente a Dio Padre.

La supplica è espressione del cuore che confida in Dio, che sa che non può farcela da solo. Nella vita del popolo fedele di Dio troviamo molte suppliche piene di tenerezza credente e di profonda fiducia… la realtà è che la preghiera sarà più gradita a Dio e più santificatrice se in essa, con l’intercessione, cerchiamo di vivere il duplice comandamento che ci ha lasciato Gesù. L’intercessione esprime l’impegno fraterno con gli altri quando in essa siamo capaci di includere la vita degli altri, le loro angosce più sconvolgenti e i loro sogni più belli. Di chi si dedica generosamente a intercedere si può dire con le parole bibliche: «Questi è l’amico dei suoi fratelli, che prega molto per il popolo» (2 Mac 15,14). (Gaudete et Exsultate n. 154).

– Celebrare l’Eucaristia culmine e fonte della nostra vita. L’Eucaristia celebrata, adorata e vissuta è il cuore della fede e della vita cristiana. Don Bosco l’ha voluta come prima colonna, delle due che costituiscono il fondamento del suo sistema educativo e dell’identità dell’Associazione di Maria Ausiliatrice:

L’incontro con Gesù nelle Scritture ci conduce all’Eucaristia, dove la stessa Parola raggiunge la sua massima efficacia, perché è presenza reale di Colui che è Parola vivente. Lì l’unico Assoluto riceve la più grande adorazione che si possa dargli in questo mondo, perché è Cristo stesso che si offre. E quando lo riceviamo nella comunione, rinnoviamo la nostra alleanza con Lui e gli permettiamo di realizzare sempre più la sua azione trasformante. (Gaudete et Exsultate n. 157)

 

Ave, o stella del mare,
madre gloriosa di Dio, vergine sempre, Maria,
porta felice del cielo.

l’Ave del messo celeste
reca l’annunzio di Dio, muta la sorte di Eva,
dona al mondo la pace.

Spezza i legami agli oppressi,
rendi la luce ai ciechi, scaccia da noi ogni male,
chiedi per noi ogni bene.

Mostrati Madre per tutti,
offri la nostra preghiera, Cristo l’accolga benigno,
lui che si è fatto tuo Figlio.

Vergine santa tra tutte,
dolce regina del cielo, rendi innocenti i tuoi figli,
umili e puri di cuore.

Donaci giorni di pace,
veglia sul nostro cammino, fa’ che vediamo il tuo Figlio,
pieni di gioia nel cielo.

Lode all’altissimo Padre,
gloria al Cristo Signore, salga allo Spirito Santo
l’inno di lode e d’amore. Amen

Cronaca di famiglia

2. The Virgin Mary at prayer

Fr Pierluigi Cameroni
World Spiritual Animator

In her visit to the mother of the Precursor Mary expresses her spirit, giving glory to God, in words of humility, of faith and of hope: The Magnificat My soul magnifies the Lord (cf. Lk 1,46- 55) is the prayer par excellence of Mary, the song of the Messianic times in which the exultation of the ancient and the new Israel converge. St. Irenaeus seems to suggest that in the canticle of Mary the triumph of Abraham that foretold the Messiah (cf. Jn 8:56) and the voice of the Church resounded prophetically in anticipation: In her exultation Mary proclaimed prophetically in the name of the Church: My soul magnifies the Lord. In fact, the canticle of the Virgin Mary has become a prayer of the whole Church for all times.
The prayer of the Virgin Mary is seen at Cana where she brings a temporal necessity to the attention of her Son with a delicate entreaty. In response to her prayer Jesus worked the first of his “signs,” confirming the disciples’ faith in him (cf. Jn 2, 1-12).
The last biographical detail on Mary also presents her as the Virgin at prayer. The Apostles were assiduous and united in prayer, together with some women and with Mary, the Mother of Jesus, and with his brothers (Acts 1:14). Mary is present at prayer in the early Church and in the Church of every age. When she was assumed into heaven she did not abandon her mission of intercession and salvation. The Church is also the Virgin at prayer as she presents the needs of her children to the Father every day, praises the Lord incessantly, and intercedes for the salvation of the world. (Marialis Cultus 18).

  1. Mary Woman of the Magnificat.

In the Magnificat (Lk 1,46-55), Mary celebrates God’s saving interventions. She lists seven (a number that in the Bible expresses totality and perfection) to include all the works of salvation accomplished by God in the history of mankind. Mary teaches us that prayer is first of all praise and thanksgiving to God for all that he has done in the universal history of mankind and in our personal history.
Mary is the woman of joy, who testifies by singing the Magnificat: “My soul magnifies the Lord and my spirit rejoices in God my Saviour, because he has looked at the humility of his servant” (Lk 2,46-48). Her interior attitude is well expressed in this song, which recalls the Psalms of the “anawim”, the “poor” who trust only in God, and the song of Anna (1 Sam 2: 1-10). It opens with docility to the surprising action of God, but nevertheless reveals the profound faith of this Jewish woman, capable of surrendering herself totally to the Eternal. At the school of Mary, we learn the primacy of the contemplative dimension of life, that continuous acceptance of the initiative of the Lord which consists in letting ourselves be loved and led docilely by him.
We ask ourselves: is God really the Lord of my life, as he was for Mary? Am I docile to his action, to his Word and to his silence? Do I let myself be guided by him, meditating on what he gives me in life in the light of the Scriptures, to discern his will and to realize his plan of love for me and for those whom he entrusts to me even in difficult moments, such as those that our society is living?

  1. Mary the Woman who Intercedes

At the wedding at Cana, when the party ran the risk of becoming a disaster because the wine had run short, Mary very discreetly brought the situation to the attention of her Son. She said simply: “They have no wine” (Jn 2, 1-12). Mary teaches us that prayer of intercession is also important. The liturgy teaches the same in the prayer of the faithful which allows us to embrace the world and to bring before God the expectations and supplications of the whole of humanity. Sometimes it is the only way to love our brothers and sisters.

Mary is attentive. She is still attentive to marriages already begun and looks after the needs of the spouses. She does not isolate herself in her own world. On the contrary, love makes her reach out towards others. She does not even look for her friends to comment on what is happening and to criticize the poor preparation for the wedding.
And because she is attentive she notices that there is no wine. Wine is a symbol of joy, of love and of abundance. How many teenagers and young people feel that for some time there has been no wine in their homes! How many sad lonely women ask themselves if love has gone, if the love in their lives has run out! How many elderly people feel left out of family feasts, abandoned in a corner, deprived of the nourishment of the daily love of their children, their grandchildren, and great-grandchildren! The lack of wine can also be the consequence of the lack of work, of sickness or of the problematic situations that families all over the world are going through. Mary is not a mother who “pretends”. She is not like a mother-in-law who watches to make fun of our inexperience, our carelessness and our mistakes. Mary is simply our Mother! She is ever present, attentive and thoughtful. It is good to hear this: Mary is our Mother. Let’s say it all together. Mary is our Mother! Again: Mary is our Mother! And again: Mary is our Mother!
When Mary realized that there was no wine she turned confidently to Jesus. This means that Mary prayed. She did not go to the steward but presented the problem directly to her Son. The answer she received seems off-putting: “Woman, what do you want from me? My hour has not come yet. ” (v. 4). But in the meantime, she has placed the problem in God’s hands. Her concern for the needs of others anticipates the “hour” of God. And Mary is part of that hour, from the nativity to the cross. She was able to turn a stable into a home for Jesus, with poor swaddling clothes and an abundance of love. (Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium, 286), and she received us as sons and daughters when a sword pierced her heart. She teaches us to place our families in the hands of God. She teaches us to pray, nurturing the hope that our concerns are also the concerns of God.
Prayer always makes us move out of the world of our own concerns. It makes us go beyond what causes us suffering, the things that worry us or the things we need. Prayer helps us to put ourselves in other people’s shoes. “The family is a school where prayer also reminds us that we are not isolated individuals; we are one and we have a neighbour close at hand: he or she is living under the same roof, is a part of our life, and is in need.” (Pope Francis – Guayaquil – Ecuador – 5 July 2015).

  1. Mary, the Woman who Perseveres in Prayer

Finally, while the Apostles were waiting for the fulfilment of the promise made by Jesus, Mary persevered in prayer awaiting the Holy Spirit (Acts 1: 14). In this way she teaches us that prayer is the vigilant expectation of the Lord who comes to accompany us, every day, in the happy and sad moments of life. She teaches us to wait and to be able to accept every surprise that the Lord has for us on our journey.
We too need prayer, tossed as we are by the wind and storms. It is an indispensable means for entering into true dialogue, in a filial relationship with the God who is ever close to us, the God who saves us from our loneliness, from our egoism and from our sins. For this also we turn our gaze to our Mother of Heaven. Our Lady is a woman of prayer and a teacher of prayer.
Contemplation of Our Lady in prayer and her whole life as a life of prayer should convince us of the beauty of cultivating a solid inner life of personal relationship with the One and Triune God. We learn to turn to the Father, the inexhaustible and eternal source of every good. We identify with the beloved Son through an ever more lively contemplation of his life and his teaching, and with the constant support of the Holy Spirit, the living breath and intimacy of God, the only one who, as Saint Paul says, “searches the depths of God”.

  1. In Constant Prayer

The Christian life is a life of prayer. The praying person lives in relationship with God, open to him and his will, in prayer and adoration. Prayer then becomes the way to live in the presence of God in everyday life, cultivating that union with God which is typical of Don Bosco and his spirit. We will share in the fullness of God’s life in paradise. Prayer immerses us in the joyful presence of God here and now in the daily occupations of everyday life. We remain in contact with God, raising our mind and memory to him in short prayers of invocation, praise and supplication. For St Teresa of Avila, prayer is “an intimate relationship of friendship, a frequent presence alone with the One by whom we know we are loved”.

Devote time every day to prayerful silence, listening to the Word, in intimate adoration with Jesus. Create spaces of trusting prayer where the heart is open to God face to face, where all other voices are silenced in order to hear the gentle voice of the Lord which resounds in silence. The prayerful reading of the Word of God, which is sweeter than honey (see Psalm 119.103) and “a double-edged sword” (Heb 4:12), allows us to listen to the Master so that it becomes a lamp for our steps and light for our journey (see Ps 119.105).

“In that silence, we can discern, in the light of the Spirit, the paths of holiness to which the Lord is calling us. Otherwise, any decisions we make may only be window-dressing that, rather than exalting the Gospel in our lives, will mask or submerge it. For each disciple, it is essential to spend time with the Master, to listen to his words, and to learn from him always. Unless we listen, all our words will be nothing but useless chatter.” (Gaudete et Exultate No. 150).

Take time every morning to direct the whole day to God and time every evening to thank him and remember his love, to recognize the signs of his presence and his providence in our daily lives, in the lives of the people we met during the day and in the life of the Church. We ask the Lord to enlighten our lives and the choices and decisions that we are called to make.

With the heart of children loved by God, cultivate the prayer of trust and confident supplication to God the Father.

Supplication is an expression of the heart that trusts in God, of one who knows that he cannot make it alone. In the life of the faithful people of God we find many supplications full of tenderness and deep trust. “In reality, our prayer will be all the more pleasing to God and more effective for our growth in holiness if, through intercession, we attempt to practise the twofold commandment that Jesus left us. Intercessory prayer is an expression of our fraternal concern for others, since we are able to embrace their lives, their deepest troubles and their loftiest dreams. Of those who commit themselves generously to intercessory prayer we can apply the words of Scripture: “This is a man who loves the brethren and prays much for the people” (2 Mac 15:14).14). (Gaudete et Exultate No. 154).

Celebrate the Eucharist as the culmination and source of our life. The Eucharist celebrated, adored and lived, is the heart of faith and of the Christian life. Don Bosco saw it as the first column of the two that constitute the foundation of his educational system and the identity of the Association of Mary Help of Christians.

Meeting Jesus in the Scriptures leads us to the Eucharist, where the written word attains its greatest efficacy, for there the living Word is truly present. In the Eucharist, the one true God receives the greatest worship the world can give him, for it is Christ himself who is offered. When we receive him in Holy Communion, we renew our covenant with him and allow him to carry out ever more fully his work of transforming our lives. (Gaudete et Exultate # 157)

 

HAIL, thou Star of Ocean,
⁠Portal of the sky,
Ever Virgin Mother
⁠Of the Lord most high!
Oh, by Gabriel’s Ave,
⁠Utter’d long ago,
Eva’s name reversing,
⁠’Stablish peace below.
Break the captive’s fetters,
⁠Light on darkness pour;
All our ills expelling,
⁠Every bliss implore.
Show thyself a mother,
⁠Offer Him our sighs;
Who for us incarnate
⁠Did not thee despise.
Virgin of all virgins,
⁠To thy shelter take us;
Gentlest of the gentle,
⁠Chaste and gentle make us.
Still as on we journey,
⁠Help our weak endeavour;
Till with thee and Jesus
⁠We rejoice for ever.
Through the highest heaven,
⁠To the all-holy Three,
Father, Son, and Spirit,
⁠One same glory be.

Family chronicle

2. Virgem Maria em oração

Pe. Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

Assim nos aparece ela, de fato, na visita à mãe do Precursor, quando o seu espírito se efunde em expressões de glorificação a Deus, de humildade, de fé e de esperança: tal é o “Magnificat” A minha alma glorifica ao Senhor (cf. Lc 1,46-55), a oração por excelência de Maria, o cântico dos tempos messiânicos no qual confluem a exultação do antigo e do novo Israel, pois, conforme parece querer sugerir Santo Ireneu, no cântico de Maria convergiu o júbilo de Abraão, que pressentia o Messias (cf: Jo 8,56) (36) e ressoou, profeticamente antecipada, a voz da Igreja: “exultante, Maria clamava, em lugar da Igreja, profetizando: a minha alma glorifica o Senhor…”.(37) Este cântico da Virgem Santíssima, na verdade, prolongando-se, tornou-se oração da Igreja inteira, em todos os tempos.
Virgem em oração aparece Maria, também, em Caná, onde, ao manifestar ao Filho, com imploração delicada, uma necessidade temporal, obteve também um efeito de graça: que Jesus, ao realizar o primeiro dos seus “sinais”, confirmasse os discípulos na fé n’Ele (cf. Jo 2,1 12). Por fim, ainda a última passagem biográfica relativa a Maria no-la descreve orante:
os Apóstolos “perseveravam unânimes na oração, com algumas mulheres, entre as quais Maria, a mãe de Jesus, e com os irmãos dele” (At 1,14). Presença orante de Maria na Igreja nascente, pois, e na Igreja de todos os tempos; porque ela, assumida ao céu, não depôs a sua missão de intercessão e de salvação (LG 62).
Virgem dada à oração e também a Igreja, a qual todos os dias apresenta ao Pai as necessidades dos seus filhos, e “louva o Senhor sem cessar e intercede pela salvação de todo o mundo” (SC 83).

  1. Maria, Mulher do Magnificat.

No Magnificat (Lc1,46-45), Maria celebra as intervenções salvíficas de Deus; refere sete (um número que na Bíblia exprime perfeição, totalidade), para dizer todas as obras de salvação realizadas por Deus na história dos homens. Maria nos ensina que a oração, é, em primeiro lugar, louvor e agradecimento a Deus, por tudo que fez na história universal dos homens e na nossa história pessoal. Maria é a mulher da alegria, que testemunha cantando o Magnificat: “Minha alma engrandece o Senhor e meu espírito se alegra em Deus, meu Salvador, porque Ele olhou para a humildade de sua serva” (Lc 1, 46-48). A sua atitude interior é bem expressa por este canto, que recorda os Salmos dos “anawim”, os “pobres” que confiam somente em Deus, e o cântico de Ana (1, Sam 2,1-10), que se abre à docilidade da surpresa de Deus, mas não menos revela a profunda fé desta mulher hebraica, capaz de entregar-se profundamente ao Eterno. Na escola de Maria aprendemos o primado da dimensão contemplativa da vida, aquele contínuo acolher a iniciativa do Senhor que consiste no deixar-nos amar e conduzir docilmente por Ele.
Perguntemo-nos: é realmente Deus, o Senhor da minha vida, como o foi para Maria? Sou dócil à sua ação, à Sua Palavra, ao Seu silêncio?
Deixo-me guiar por Ele, meditando o quanto posso para viver à luz das Escrituras, para discernir a Sua vontade e realizar com Ele, o Seu projeto de amor para mim e por quanto me desafia também em momentos difíceis, como por exemplo, os que a nossa sociedade está vivendo?

  1. Maria, Mulher que intercede

Participando das Bodas de Caná, em um momento no qual a festa corria o risco de falhar, porque havia faltado o vinho, Maria, com clara discrição mostrou a situação ao Filho, dizendo-lhe: “Não têm mais vinho” (Jo 2,1-12). Maria nos faz compreender que é importante também a oração de intercessão, oração à qual a própria liturgia nos educa (veja a oração dos fiéis); oração que nos permite abraçar o mundo e levar para diante de Deus os pedidos e as súplicas da inteira humanidade e que às vezes representa o único caminho para amar os irmãos.

Maria está atenta, está atenta naquelas bodas já iniciadas, é solícita pelas necessidades dos esposos. Não Se fecha em Si mesma, não Se encerra no seu mundo; o seu amor fá-La «ser para» os outros. Nem procura as amigas para comentar o que se está a passar e criticar a má preparação das bodas. E como está atenta, com a sua discrição dá-Se conta de que falta o vinho. O vinho é sinal de alegria, de amor, de abundância. Quantos dos nossos adolescentes e jovens percebem que, em suas casas, há muito que não existe desse vinho! Quantas mulheres, sozinhas e tristes, se interrogam quando foi embora o amor, quando o amor se diluiu da sua vida! Quantos idosos se sentem deixados fora da festa das suas famílias, abandonados num canto e já sem beber do amor diário dos seus filhos, dos seus netos, dos seus bisnetos. A falta desse vinho pode ser efeito também da falta de trabalho, das doenças, situações problemáticas que as nossas famílias atravessam em todo o mundo. Maria não é uma mãe «reclamadora», nem uma sogra que espia para se consolar com as nossas inexperiências, os nossos erros ou descuidos. Maria, simplesmente, é mãe! Permanece ao nosso lado, atenta e solícita. É belo escutar isto: Maria é mãe! Tendes coragem para o dizer todos juntos comigo? Então: Maria é mãe! Outra vez: Maria é mãe! Outra vez: Maria é mãe!
Maria, porém, no momento em que constata que falta o vinho, dirige-Se com confiança a Jesus: isto significa que Maria reza. Vai ter com Jesus, reza. Não vai ao chefe de mesa; apresenta a dificuldade dos esposos diretamente a seu Filho. A resposta que recebe parece desalentadora: «E que tem isso a ver contigo e comigo? Ainda não chegou a minha hora» (v. 4). Mas, entretanto, já deixou o problema nas mãos de Deus. A sua aflição com as necessidades dos outros apressa a «hora» de Jesus. E Maria é parte desta hora, desde o presépio até à cruz – Ela soube «transformar um curral de animais na casa de Jesus, com uns pobres paninhos e uma montanha de ternura» (EG 286), e recebeu-nos como filhos quando uma espada Lhe trespassava o coração. Maria ensina-nos a deixar as nossas famílias nas mãos de Deus; ensina-nos a rezar, acendendo a esperança que nos indica que as nossas preocupações também preocupam a Deus.
E, rezar, sempre nos arranca do perímetro das nossas preocupações, fazendo-nos transcender aquilo que nos magoa, o que nos agita ou o que nos faz falta a nós mesmos, e nos ajuda a colocarmo-nos na pele dos outros, calçarmos os seus sapatos. A família é uma escola onde a oração também nos lembra que há um nós, que há um próximo vizinho, parente: que vive sob o mesmo teto, que compartilha a vida e está necessitado.

  1. Maria, Mulher perseverante na oração

Enfim, enquanto os Apóstolos esperavam o cumprimento da promessa de Jesus, também Maria perseverou, em oração, na espera do Espírito Santo (At1,14). Assim Ela nos ensina que a oração é espera vigilante do Senhor que vem para nos acompanhar, a cada dia, nos momentos alegres e tristes da vida; espera e capacidade de aceitar toda surpresa que o Senhor nos reserva em nosso caminho.
Também nós, tombados pelo vento e tempestades, precisamos da oração. É um meio imprescindível para entrar em diálogo verdadeiro, e, relação filial com o Deus próximo, com o Deus que nos salva de nossa solidão, de nosso egoísmo, de nossos pecados. Também por isto, volvemos o nosso olhar à nossa Mãe do Céu. Nossa Senhora é mulher e mestra da oração.
Só a contemplação de Nossa Senhora em oração e de sua vida inteira como vida de oração deveria nos convencer da beleza de cultivar uma sólida vida interior, de relacionamento pessoal com o Deus Uno e Trino, aprendendo a se voltar ao Pai, fonte inexaurível e eterna de todo o bem, identificando-nos com o Filho amado através de uma contemplação cada vez mais viva de Sua Vida e de seus ensinamentos, com o apoio constante do Espírito Santo, sopro e intimidade viva de Deus, o único que, como diz São Paulo, “examina com atenção e minúcia a profundidade de Deus”.

  1. Em oração constante

A vida cristã é vida de oração, o homem orante vive se relacionando com Deus, aberto a Ele e à sua vontade, na oração e na adoração. A oração, torna-se, então, o modo para se viver na presença de Deus na vida de cada dia, cultivando a típica união com Deus de Dom Bosco e do seu espírito. Colocando-nos na alegre presença de Deus, vivemos no paraíso, em plenitude, já na vida de todos os dias, nas ocupações cotidianas da vida, sem perder o contato com Deus; elevando a ele a lembrança, a invocação, o louvor, a súplica, usando também pequenas jaculatórias. Para Santa Teresa D’Ávila, a oração é “um íntimo relacionamento de amizade, um frequente estar com aquele por quem sabemos que somos amados”.

Dedicar cada dia um tempo de silêncio orante, de escuta da Palavra, de intimidade adorante com Jesus: espaços de oração confiante onde o coração se abre frente a frente para com Deus, onde todas as vozes são silenciadas para ouvir a suave voz do Senhor que ressoa no silêncio. A leitura orante da Palavra de Deus, mais doce que o mel (cf. Sal 119,103) e “espada de dois gumes” (Heb 4,12), permite-nos permanecer na escuta do Mestre para que seja luz para os nossos passos, luz em nosso caminho (cf. Sal 119, 105).

Neste silêncio, é possível discernir, à luz do Espírito, os caminhos de santidade que o Senhor nos propõe. Caso contrário, todas as nossas decisões não passarão de «decorações», que, em vez de exaltar o Evangelho na nossa vida, acabarão por o recobrir e sufocar. Para todo o discípulo, é indispensável estar com o Mestre, escutá-Lo, aprender d’Ele, aprender sempre. Se não escutarmos, todas as nossas palavras serão apenas rumores que não servem para nada. (Gaudete et Exsultate n.150)

Dedicar pela manhã, um tempo para dirigir todo o dia a Ele, e, à noite, um tempo para agradecê-lo e se lembrar de seu amor, reconhecer os sinais da sua presença e da sua providência, na nossa vida cotidiana, na vida das pessoas que encontramos durante o dia, na vida da Igreja. Juntos pedir ao Senhor que ilumine a própria vida, as escolhas e as decisões que somos chamados a tomar.

Cultivar com coração de filhos amados, a oração de súplica confiante e confidente a Deus Pai.

A súplica é expressão do coração que confia em Deus, pois sabe que sozinho não consegue. Na vida do povo fiel de Deus, encontramos muitas súplicas cheias de ternura crente e de profunda confiança. Não desvalorizemos a oração de petição, que tantas vezes nos tranquiliza o coração e ajuda a continuar a lutar com esperança. A súplica de intercessão tem um valor particular, porque é um ato de confiança em Deus e, ao mesmo tempo, uma expressão de amor ao próximo. Alguns, por preconceitos espiritualistas, pensam que a oração deveria ser uma pura contemplação de Deus, sem distrações, como se os nomes e os rostos dos irmãos fossem um distúrbio a evitar. Ao contrário, a verdade é que a oração será mais agradável a Deus e mais santificadora, se nela procurarmos, através da intercessão, viver o duplo mandamento que Jesus nos deixou. A intercessão expressa o compromisso fraterno com os outros, quando somos capazes de incorporar nela a vida deles, as suas angústias mais inquietantes e os seus melhores sonhos. A quem se entrega generosamente à intercessão, podem-se aplicar estas palavras bíblicas: «Eis o amigo dos seus irmãos, aquele que reza muito pelo povo» (2 Mac 15, 14). (Gaudete et exsultate n.154)

Celebrar a Eucaristia, cume e fonte da nossa vida. A Eucaristia celebrada, adorada e vivida é o coração da fé e da vida cristã. Dom Bosco a quis como primeira coluna, das duas que constituem o fundamento de seu sistema educativo e da identidade da Associação de Maria Auxiliadora:

O encontro com Jesus nas Escrituras conduz-nos à Eucaristia, onde essa mesma Palavra atinge a sua máxima eficácia, porque é presença real d’Aquele que é a Palavra viva. Lá o único Absoluto recebe a maior adoração que se Lhe possa tributar neste mundo, porque é o próprio Cristo que Se oferece. E, quando O recebemos na Comunhão, renovamos a nossa aliança com Ele e consentimos-Lhe que realize cada vez mais a sua obra transformadora. (Gaudete et Exsultate n.157)

 

Salve, ó estrela do mar,
gloriosa mãe de Deus, sempre
Virgem, Maria,
feliz porta do céu

a Ave do mensageiro celestial
traz o anúncio de Deus, muda o destino de Eva,
dá paz ao mundo.

Quebra os laços dos oprimidos,
dá luz para os cegos, livra-nos do mal, pede para nós todo o bem.

Mostra-se a mãe para todos, oferece a nossa oração,
que Cristo a acolha benigno,
ele que se tornou seu Filho.

Santa Virgem entre todas,
doce rainha dos céus, torna
os teus filhos
inocentes, humildes e puros de coração.

Dá-nos dias de paz,
vigia o nosso caminho, deixa-nos
ver o teu Filho,
cheio de alegria no céu.

Louvor ao Pai Altíssimo,
glória a Cristo, o Senhor,
ascenda ao Espírito Santo
hino de louvor e amor.

Amém

Crônica de família