1. María, Virgen oyente

Don Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

El camino de preparación al VIII Congreso Internacional de María Auxiliadora que se celebrará en Buenos Aires (Argentina) del 7 al 10 de noviembre de 2019 y que tendrá como lema “Con María, mujer creyente”, se inspira en la exhortación apostólica Marialis cultus de Pablo VI (1897 – 1978), proclamado santo el 14 de octubre de 2018, y quiere ayudar a comprender la experiencia de la fe como don que se recibe y que hay que trasmitir de generación en generación bajo la protección y ayuda de María, Auxiliadora y Madre de la Iglesia.

María es la “Virgen oyente”, que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S. Agustín: “la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo”; en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su duda (cfr. Lc 1,34-37) “Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno”, dijo: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) (46); fe, que fue para ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor” (Lc 1, 45): fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc 2, 19. 51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia (Marialis Cultus n.17).

  1. María sabe escuchar a Dios.

El escuchar de María no es un simple “oír”, un oír superficial, sino una “escucha” hecha de atención, de acogida, de disponibilidad para con Dios. No es ese modo distraído con el que, a veces, nos ponemos ante Dios o ante los demás: oímos las palabras, pero no escuchamos de verdad. María está atenta a Dios, escucha a Dios, escucha temerosa, percibe al mismo tiempo la inmensa grandeza del Altísimo y su profunda pequeñez: pero ante esta distancia, no se cierra en ella y se abre a la acogida de la Palabra.

María escucha también los hechos, lee los acontecimientos de su vida, vive atenta a la realidad concreta, no se detiene en la superficie y profundiza para captar el significado.

Esto vale también para nuestra vida: escuchar a Dios que nos habla, y escuchar también a la realidad cotidiana, atendiendo a las personas y a los hechos porque el Señor está a la puerta de nuestra vida, llama de mil maneras, y pone señales en nuestro camino; a nosotros nos da la capacidad de percibirlas. María es la madre de la escucha, atenta a Dios y a los acontecimientos de la vida.

María, como Virgen oyente de la Palabra de Dios ha vivido totalmente en la fe su consagración a Dios. La fe es la respuesta a la Palabra de Dios y por tanto la fe nace de la escucha, como parte de la estructura esencial de la existencia creyente

Y puesto que el Dios en el que creemos:

– es personal, y no simplemente un misterio o un destino anónimo;

– es un Dios que se ha revelado históricamente en acontecimientos, y no en primer lugar en ideas;

– es un Dios con el que estamos llamados a vivir una relación de comunión (Dios quiere que los hombres sean partícipes de su vida); por todos estos motivos, en la base de nuestra relación con Dios solo puede darse la escucha. Solo la escucha respeta la dimensión personal y la revelación de Dios.

La maternidad divina de María va precedida y realizada mediante la fe. Esta es la idea de San Agustín y de todos los Padres de la Iglesia: María ha concebido al Verbo, a la Palabra de Dios, en primer lugar en la fe y después en la carne. Pero la concepción en la carne es consecuencia que se hace historia (en acontecimiento) de una concepción realizada primero en la fe: en la escucha y en el “sí” dado a la Palabra de Dios. La concepción del Verbo no es solo un hecho biológico o antropológico, sino que es ante todo un hecho espiritual y divino: es el ingreso de Dios en la historia humana, y de la criatura humana (del hombre) en el proyecto de Dios. En la encarnación la criatura humana se hace partícipe del proyecto divino.

  1. También nosotros estamos llamados a escuchar creyendo

¿Cómo podemos ser partícipes en el proyecto divino? Únicamente escuchando en la fe. Esto debe entenderse en sentido profundo. La fe no hace al hombre menos responsable o menos partícipe en los acontecimientos. En la base se halla la conciencia de ser creatura amada, deseada, pero creatura: Dios, Padre amante, nos invita a la existencia con un proyecto de amor para cada uno de nosotros: la fe, es pues, obediencia y adhesión a ese proyecto divino. Esto no priva a hombre de su libertad, sino todo lo contrario: la fe hace  al hombre verdaderamente hombre, porque le revela su verdadera naturaleza y realidad de ser plenamente responsable y libre: no  existe la posibilidad de vivir la  fe al margen del contexto de la libertad. La fe o es una adhesión libre o no es fe.

Por tanto la participación en los acontecimientos de salvación se convierte en algo extraordinariamente personal, responsable y libre, precisamente desde el momento en que se hace  escucha, obediencia y docilidad porque se convierte en descubrimiento de la propia verdad personal. El acto de fe es profundamente personal y comprometido, es un acto de humildad y al mismo tiempo de grandeza.

Comprender lo que Dios quiere de nosotros y llevarlo a la práctica en obediencia al Espíritu  requiere capacidad de escucha, palabra clave en la experiencia del creyente. La escucha en la perspectiva de la fe es también fuerza encaminada a la acción, capacidad de fidelidad creativa a la llamada recibida

La escucha es mirada atenta, capacidad de reconocimiento de la voluntad de Dios que se manifiesta en las diversas circunstancias  de la vida, en la diversidad de condiciones y contextos en los que vivimos. Esto requiere humildad, dejando que, como María, la mirada de Dios se pose sobre nosotros, requiere proximidad y empatía, capacidad de entrar en sintonía y darse cuenta de las necesidades de los hermanos, las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias de quien está a nuestro lado o que, de algún modo, se nos ha confiado

María nos ofrece un ejemplo eficaz de disponibilidad, de escucha y de voluntad al emprender un camino de obediencia a la voluntad de Dios que no se reduce a un hecho puntual, sino que se convierte en recorrido existencial, cotidiano y habitual, acompañado de docilidad al Espíritu al que ella se confía y se abandona.

“En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado […] Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS 22). En Jesús descubrimos que estamos llamados a llegar a la verdad más profunda de nosotros mismos; la escucha de su Palabra invita, en efecto, a ir “mar adentro” (cfr. Lc 5,4)  y a abrirse a horizontes que con solo las propias fuerzas no se podrían ni siquiera imaginar.

  1. La fe y las relaciones intergeneracionales

La presente generación adulta se encuentra con un gran desafío: saber engendrar en la fe a las nuevas generaciones, a una fe viva que dé respuesta a los grandes interrogantes de los jóvenes y que sea camino de plenitud en la vida del hombre

Entre los rasgos de nuestro tiempo, encontramos una especie de cambio en la relación entre las generaciones: con frecuencia hoy son los adultos quienes toman a los jóvenes como punto de referencia para el propio estilo de vida, en una cultura global dominada  por un énfasis individualista sobre el propio yo… Hoy, entre jóvenes y adultos no existe un verdadero y propio conflicto generacional, sino una especie de “recíproco extrañamiento”: los adultos no están interesados en trasmitir los valores fundamentales de la existencia a las jóvenes generaciones, a quienes consideran más como competidores que como posibles aliados. De esta forma la relación entre jóvenes y adultos corre el riesgo de quedarse solamente en el aspecto afectivo, sin interesare por la dimensión educativa y cultural (Istrumentum Laboris n. 14).

Incluso desde un punto de vista antropológico, la irrupción de las tecnologías digitales está comenzando a causar impactos profundísimos sobre la noción del tiempo y del espacio, sobre la percepción de sí, de los otros y del mundo, sobre el modo de comunicar, de aprender y de informarse. Un acercamiento a la realidad que privilegia la imagen respecto a la escucha y la lectura está transformando el modo de aprender y el desarrollo del sentido crítico. Todo esto influye también en la trasmisión de la fe que se basa en la escucha de la Palabra de Dios y en la lectura de la Sagrada Escritura, e interpela a todas las generaciones: estar disponibles para la escucha tanto para acompañar como para ser acompañados.

El tiempo de la juventud es el tiempo de escucha, pero también el de la incapacidad para comprender por sí mismos la palabra de la vida y la misma Palabra de Dios. Comparado con un adulto, al joven le falta la experiencia: de hecho, los adultos deberían ser aquellos que “por la práctica, tienen la sensibilidad adiestrada para distinguir el bien del mal” (Heb 5,14).  Ellos deberían, pues, brillar sobre todo por su recta conciencia, que procede del ejercicio continuo de elegir el bien y evitar el mal. El acompañamiento de las jóvenes generaciones no es algo opcional respecto a la tarea de educar y evangelizar a los jóvenes, sino un deber eclesial y un derecho de todo joven. Solo la presencia prudente y sabia de Elí permite a Samuel interpretar correctamente la palabra que Dios le está dirigiendo. En este sentido los sueños de los ancianos y las profecías de los jóvenes ocurren solo juntos (cfr. Jl 3,1),  confirmando la bondad de las alianzas intergeneracionales (Instrumentum Laboris n. 81).

  1. En escucha y diálogo con el Señor

La primera escucha, aquella a la que debemos educarnos, es la escucha al Señor de la vida: entre las  “buenas prácticas” que ayudar a escuchar y a dialogar con el Señor, sugerimos:

– todos los días por la mañana 5/10 minutos de escucha de la Palabra: dejarse  tocar por una Palabra, una imagen, que nos acompañe durante toda la jornada, clave para interpretar las situaciones que vamos a vivir y fuerza en los momentos de prueba y de tentación.

– al final del día un breve examen de conciencia para agradecer las muestras de amor de Dios y para reordenar nuestra vida según la voluntad de Dios y nuestra vocación;

– un día de retiro mensual y los ejercicios espirituales anuales, como tempos privilegiados de escucha de la Palabra, de purificación del corazón, de discernimiento de la voluntad de Dios, de compartir la fe;

– prepararse para celebrar la escucha de la Palabra en la celebración eucarística dominical.

 

Oración a María, la mujer oyente

María, mujer oyente, mantén abiertos nuestros oídos;
haz que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo, entre los miles de palabras de este mundo;
haz que sepamos escuchar la realidad en que vivimos,
en cada persona que encontramos, especialmente si es pobre, necesitada o en dificultad.
María, mujer de la decisión, ilumina nuestra mente y nuestro corazón,
para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús, sin titubeos;
danos la fuerza para decidir, para no dejarnos arrastrar y no dejar que otros  orienten nuestra vida.
María, mujer de la acción, haz que nuestros pies y nuestras manos se muevan “presurosas” hacia los demás, para llevar el amor y la caridad de tu Hijo Jesús,
para llevar al mundo, como tú, la luz del Evangelio. Amén (Papa Francisco).

Crónica de familia

1. Maria Vergine dell’ascolto

Don Pierluigi Cameroni
Animatore spirituale mondiale

Il cammino in preparazione all’VIII Congresso Internazionale di Maria Ausiliatrice che si terrà a Buenos Aires (Argentina) dal 7 al 10 novembre 2019 e che avrà come titolo Con Maria donna credente, si ispira all’esortazione apostolica Marialis Cultus di Paolo VI (1897-1978), dichiarato santo il 14 ottobre 2018, e vuole aiutare a comprendere l’esperienza della fede come dono da ricevere e trasmettere di generazione in generazione sotto la guida e l’aiuto di Maria Ausiliatrice e Madre della Chiesa.

Maria è la Vergine in ascolto, che accoglie la parola di Dio con fede; e questa fu per lei premessa e via alla maternità divina, poiché, come intuì sant’Agostino, la beata Maria colui (Gesù) che partorì credendo, credendo concepì. Infatti, ricevuta dall’Angelo la risposta al suo dubbio (cfr Lc 1,34-37) essa, piena di fede e concependo il Cristo prima nella sua mente che nel suo grembo, Ecco – disse – la serva del Signore, sia fatto di me secondo la tua parola (Lc 1,38); fede, che fu per lei causa di beatitudine e certezza circa l’adempimento della promessa: E beata colei che ha creduto nell’adempimento delle parole del Signore (Lc 1,45); fede con la quale ella, protagonista e testimone singolare della Incarnazione, ritornava sugli avvenimenti dell’infanzia di Cristo, raffrontandoli tra loro nell’intimo del suo cuore (cfr Lc 2,19. 51). Questo fa anche la Chiesa, la quale, soprattutto nella sacra Liturgia, con fede ascolta, accoglie, proclama, venera la parola di Dio, la dispensa ai fedeli come pane di vita e alla sua luce scruta i segni dei tempi, interpreta e vive gli eventi della storia. (Marialis Cultus n.17).

  1. Maria sa ascoltare Dio.

L’ascolto di Maria non è un semplice “udire”, un udire superficiale, ma è l’“ascolto” fatto di attenzione, di accoglienza, di disponibilità verso Dio. Non è il modo distratto con cui a volte noi ci mettiamo di fronte al Signore o agli altri: udiamo le parole, ma non ascoltiamo veramente. Maria è attenta a Dio, ascolta Dio, ascolta con timore, percepisce al contempo l’immensa grandezza dell’Altissimo e la sua profonda piccolezza: di fronte a questa distanza, però, non si chiude nella sua inadeguatezza, ma si apre all’accoglienza della Parola
Maria ascolta anche i fatti, legge cioè gli eventi della sua vita, è attenta alla realtà concreta e non si ferma alla superficie, ma va nel profondo, per coglierne il significato.
Questo vale anche nella nostra vita: ascolto di Dio che ci parla, e ascolto anche della realtà quotidiana, attenzione alle persone, ai fatti perché il Signore è alla porta della nostra vita e bussa in molti modi, pone segni nel nostro cammino; a noi dà la capacità di vederli. Maria è la madre dell’ascolto, ascolto attento di Dio e ascolto altrettanto attento degli avvenimenti della vita.
Maria come Vergine nell’ascolto della Parola di Dio ha vissuto totalmente nella fede la sua consacrazione a Dio. La fede è la risposta alla Parola di Dio e quindi la fede nasce dall’ascolto, quale parte della struttura essenziale dell’esistenza credente.

Siccome il Dio nel quale noi crediamo:

– è personale, e non semplicemente un mistero o un destino anonimo;

– è un Dio che si è rivelato storicamente in avvenimenti, e non prima di tutto in idee;

– è un Dio col quale siamo chiamati a vivere un rapporto di comunione (Dio vuole che gli uomini siano partecipi della sua vita); per tutti questi motivi, alla base del nostro rapporto con Dio non può che esserci l’ascolto. Solo l’ascolto rispetta la dimensione personale e la rivelazione di Dio.

La maternità divina di Maria è preceduta e realizzata attraverso la fede. Questa è la concezione di sant’Agostino e di tutti i Padri della Chiesa: Maria ha concepito il Verbo, la Parola di Dio, prima di tutto nella fede e poi nella carne. Ma il concepimento nella carne è conseguenza che si fa storia (in avvenimento) di un concepimento avvenuto prima nella fede: nell’ascolto e nel “sì” dato alla Parola di Dio. Il concepimento del Verbo non è un fatto solo biologico o antropologico, ma è anzitutto un fatto spirituale e divino: è l’ingresso di Dio nella storia umana, e della creatura umana (dell’uomo) nel progetto di Dio. Nell’incarnazione la creatura umana diventa partecipe del progetto divino.

  1. Anche noi siamo chiamati ad ascoltare credendo

Come si diventa partecipi del progetto divino? Unicamente con l’ascolto nella fede.
Questo deve essere inteso in senso profondo. La fede non rende l’uomo meno responsabile o meno partecipe degli eventi. Alla base vi è la consapevolezza di essere creatura amata, desiderata, ma creatura: Dio, Padre amorevole ci invita all’esistenza con un progetto d’amore per ciascuno di noi: la fede è quindi obbedienza e adesione a quel progetto divino. Questo non priva l’uomo della sua libertà anzi è vero il contrario: la fede rende l’uomo veramente uomo, perché gli rivela la sua vera natura e realtà di essere pienamente responsabile e libero: non c’è una possibilità di vivere la fede al di fuori del contesto della libertà. O la fede è un’adesione libera o non è fede.
Allora la partecipazione agli eventi di salvezza diventa straordinariamente personale, responsabile e libera, proprio nel momento in cui diventa ascolto, obbedienza e docilità perché diventa scoperta di sé e della propria verità personale. L’atto di fede è profondamente personale e impegnativo, è atto di umiltà e di grandezza insieme.

Comprendere ciò che Dio vuole da noi e compierlo in obbedienza allo Spirito richiede capacità di ascolto, parola chiave dell’esperienza credente. L’ascolto nella prospettiva della fede diventa anche spinta propulsiva all’azione, capacità di fedeltà creativa alla chiamata ricevuta.
L’ascolto è sguardo attento, capacità di riconoscimento della volontà di Dio che si manifesta nelle diverse circostanze della vita, nella diversità di condizioni e di contesti in cui viviamo. Ciò richiede umiltà, lasciando che come a Maria lo sguardo di Dio si ponga su di noi, prossimità ed empatia, capacità di entrare in sintonia e percepire quali sono le necessità dei fratelli, le gioie e le speranze, le tristezze e le angosce di chi ci passa accanto o in qualche modo ci è affidato.
Maria ci offre un esempio efficace di disponibilità all’ascolto e di volontà nell’intraprendere un cammino di obbedienza alla volontà di Dio che non si compie in un atto puntuale, ma diventa un percorso esistenziale, quotidiano e feriale, accompagnato dalla docilità allo Spirito a cui ella si affida e si abbondona.
«Solamente nel mistero del Verbo incarnato trova vera luce il mistero dell’uomo […] Cristo, che è il nuovo Adamo, proprio rivelando il mistero del Padre e del suo amore svela anche pienamente l’uomo a se stesso e gli manifesta la sua altissima vocazione» (GS 22). In Gesù ci si scopre chiamati ad andare alla più profonda verità di noi stessi; l’ascolto della Sua parola invita, infatti, a «prendere il largo» (cfr. Lc 5,4) e ad aprirsi a orizzonti che con le proprie sole forze non si potrebbero nemmeno immaginare.

  1. La fede e i rapporti intergenerazionali

C’è una grande sfida che tocca la presente generazione adulta: saper generare alla fede le nuove generazioni, ad una fede viva che dia risposta ai grandi interrogativi dei giovani e che sia strada di riuscita della vita dell’uomo.

Tra i tratti del nostro tempo, vi è una sorta di rovesciamento nel rapporto tra le generazioni: spesso oggi sono gli adulti a prendere i giovani come riferimento per il proprio stile di vita, all’interno di una cultura globale dominata da un’enfasi individualista sul proprio io… Oggi tra giovani e adulti non vi è un vero e proprio conflitto generazionale, ma una “reciproca estraneità”: gli adulti non sono interessati a trasmettere i valori fondanti dell’esistenza alle giovani generazioni, che li sentono più come competitori che come potenziali alleati. In questo modo il rapporto tra giovani e adulti rischia di rimanere soltanto affettivo, senza toccare la dimensione educativa e culturale (Istrumentum Laboris n. 14).

Anche da un punto di vista antropologico, l’irruzione delle tecnologie digitali sta cominciando ad avere impatti profondissimi sulla nozione di tempo e di spazio, sulla percezione di sé, degli altri e del mondo, sul modo di comunicare, di apprendere, di informarsi. Un approccio alla realtà che privilegia l’immagine rispetto all’ascolto e alla lettura sta modificando il modo di imparare e lo sviluppo del senso critico. Tutto questo incide anche sulla trasmissione della fede che si basa sull’ascolto della Parola di Dio e sulla lettura della Sacra Scrittura.
Tutto questo interpella tutte le generazioni: essere disponibili all’ascolto sia per accompagnare sia per essere accompagnati:

Il tempo della giovinezza è il tempo dell’ascolto, ma insieme anche quello dell’incapacità di comprendere da soli la parola della vita e la stessa Parola di Dio. Rispetto a un adulto, al giovane manca l’esperienza: gli adulti infatti, dovrebbero essere coloro che «mediante l’esperienza, hanno le facoltà esercitate a distinguere il bene e il male» (Eb 5,14). Essi dovrebbero quindi brillare soprattutto per la loro retta coscienza, che viene dall’esercizio continuo di scegliere il bene ed evitare il male. L’accompagnamento delle giovani generazioni non è un optional rispetto al compito di educare ed evangelizzare i giovani, ma un dovere ecclesiale e un diritto di ogni giovane. Solo la presenza prudente e saggia di Eli permette a Samuele di dare la corretta interpretazione alla parola che Dio gli sta rivolgendo. In questo senso i sogni degli anziani e le profezie dei giovani accadono solo insieme (cfr. Gl 3,1), confermando la bontà delle alleanze intergenerazionali (Instrumentum Laboris n. 81).

  1. In ascolto e in dialogo con il Signore

Il primo ascolto, quello a cui dobbiamo educarci, è quello del Signore della vita: tra le “buone pratiche” che aiutano l’ascolto e il dialogo con Dio suggeriamo:
– ogni giorno al mattino 5/10 minuti di ascolto della Parola; lasciarsi colpire da una Parola, da un’immagine, che ci accompagni per tutta la giornata, chiave di interpretazione delle situazioni che dovremo vivere e forza nei momenti di prova e di tentazione;
– alla sera un breve esame di coscienza per riconoscere i segni dell’amore di Dio e per riordinare la vita secondo la volontà di Dio e la nostra vocazione;
– una giornata di ritiro mensile e gli esercizi spirituali annuali, come tempi privilegiati di ascolto della Parola, di purificazione del cuore, di discernimento della volontà di Dio, di condivisione della fede;
– preparare e celebrare l’ascolto della Parola nella celebrazione eucaristica domenicale.

 

Preghiera a Maria, donna dell’ascolto

Maria, donna dell’ascolto, rendi aperti i nostri orecchi;
fa’ che sappiamo ascoltare la Parola del tuo Figlio Gesù tra le mille parole di questo mondo;
fa’ che sappiamo ascoltare la realtà in cui viviamo,
ogni persona che incontriamo, specialmente quella che è povera, bisognosa, in difficoltà.
Maria, donna della decisione, illumina la nostra mente e il nostro cuore,
perché sappiamo obbedire alla Parola del tuo Figlio Gesù, senza tentennamenti;
donaci il coraggio della decisione, di non lasciarci trascinare perché altri orientino la nostra vita.
Maria, donna dell’azione, fa’ che le nostre mani e i nostri piedi si muovano “in fretta” verso gli altri, per portare la carità e l’amore del tuo Figlio Gesù,
per portare, come te, nel mondo la luce del Vangelo. Amen. (Papa Francesco)

Cronaca di famiglia

1. Mary the Virgin who listens

Fr Pierluigi Cameroni
World spiritual animator

The journey of preparation for the 8th International Congress of Mary Help of Christians to be held in Buenos Aires (Argentina) from 7 to 10 November 2019 and titled With Mary who Believes, is inspired by the apostolic exhortation Marialis Cultus of Pope Paul VI (1897 -1978). He will be proclaimed saint on 14 October 2018. He will help us to understand the experience of faith as a gift to be received and transmitted from generation to generation with the guidance and help of Mary Help of Christians and Mother of the Church.

Mary is the attentive Virgin, who receives the word of God with faith, that faith which in her case was the gateway and path to divine motherhood, for, as Saint Augustine realized, “Blessed Mary by believing conceived Him (Jesus) whom believing she brought forth.” In fact, when she received from the angel the answer to her doubt (cf. Lk. 1:34-37), “full of faith, and conceiving Christ in her mind before conceiving Him in her womb, she said, ‘I am the handmaid of the Lord, let what you have said be done to me’ (Lk. 1:38).” It was faith that was for her the cause of blessedness and certainty in the fulfilment of the promise: “Blessed is she who believed that the promise made her by the Lord would be fulfilled” (Lk. 1:45). Similarly, it was faith with which she, who played a part in the Incarnation and was a unique witness to it, thinking back on the events of the infancy of Christ, meditated upon these events in her heart (cf. Lk. 2:19,51). The Church also acts in this way, especially in the liturgy, when with faith she listens, accepts, proclaims and venerates the word of God, distributes it to the faithful as the bread of life and in the light of that word examines the signs of the times and interprets and lives the events of history. (Marialis Cultus no. 17)

  1. Mary knows how to listen to God.

For Mary, listening is not a simple “hearing”, a superficial hearing. It is a “listening” that includes attention, acceptance and availability to God. It is not the distracted way we sometimes listen to the Lord or to others: we hear words, but we do not really listen. Mary is attentive to God. She listens to God. She listens with fear. She perceives at one and the same time the immense greatness of the most high and her own profound smallness. Faced with this distance, however, she is not closed in her inadequacy, but open to receive the Word.
Mary also listens to what is happening. She reads the events of her life. She is attentive to the concrete reality. She does not stop at the surface, but goes deeper in order to grasp its meaning.
This is true also in our life. We listen to God who speaks to us, and we also listen to everyday reality, paying attention to people and to events because the Lord stands at the door of our life and knocks in many ways. He places signposts on our journey and he gives us the ability to see them. Mary is the mother of listening, attentive listening to God and listening equally attentively to the events of life.
As the Virgin who listens to the Word of God, Mary lived her consecration to God totally in faith. Faith is the answer to the Word of God and faith arises from listening, as part of the essential structure of our existence as believers.
Since the God we believe in:

– is a personal God, and not merely an anonymous mystery or destiny;

– is a God who has been revealed historically in events, and not primarily in ideas;

– is is a God with whom we are called to live in a relationship of communion (God wants human beings to be part of his life).

For all these reasons, our relationship with God can have no basis other than listening. Only by listening we respect the personal dimension and the revelation of God.
The divine motherhood of Mary is preceded by faith and realized through faith. This is the understanding of St. Augustine and of all the Fathers of the Church: Mary conceived the Word of God, first in faith and then in the flesh. But conception in the flesh is a consequence that becomes history (an event) as the result of a conception that occurred first in faith, through Mary’s listening and in her “yes” given to the Word of God. The conception of the Word is not only biological or anthropological. It is above all a spiritual and divine reality. It is the entry of God into human history, and of the human creature into God’s plan. In the incarnation the human creature becomes a participant in the divine plan.

  1. We too are called to listen and believe

How do we become participants in the divine project? Only by listening in faith.
This must be understood in a profound sense. Faith does not make man less responsible or less involved in events. The basis of faith is the awareness of being a creature who is loved and desired, but still a creature: God, the loving Father calls us into existence with a plan of love for each one of us. Faith is therefore obedience and adherence to that divine plan. This does not deprive the human person of freedom – quite the opposite. Faith makes a person truly human, because it reveals his or her true nature and the reality of being fully responsible and free. It is not possible to live the faith outside the context of freedom. Either faith is a free choice or it is not faith.
Then participation in the events of salvation becomes extraordinarily personal, responsible and free, precisely when it becomes listening, obedience and docility because it becomes the discovery of oneself and one’s own personal truth. The act of faith is profoundly personal and demanding. It is, at the same time, an act of humility and greatness.
Listening skills are required if we are to understand what God wants of us and do it in obedience to the Spirit. Listening is the key word in the experience of believing. Listening in the perspective of faith also becomes a motivating force that drives us to action, and a capacity for creative fidelity to God’s call.
Listening means careful attention and an ability to recognize the will of God that manifests itself in the different circumstances of life, in the diversity of conditions and contexts in which we live. This requires humility, allowing God to look on us as he looked on Mary. It requires closeness to others and empathy, an ability to recognize and be in tune with the needs of our brothers and sisters, their joys and hopes, their sorrows and the anguish of those we meet or those who are in some way entrusted us.
Mary offers us a practical example of willingness to listen and willingness to undertake a journey of obedience to the will of God that is not accomplished in a precise act. It becomes an ongoing journey day by day, accompanied by docility to the Spirit to whom she entrusts and abandons herself.
“The truth is that only in the mystery of the incarnate Word does the mystery of man take on light. […] Christ, the final Adam, by the revelation of the mystery of the Father and His love, fully reveals man to man himself and makes his supreme calling clear.” (GS 22). In Jesus we find ourselves called to go to the deepest truth of ourselves. Listening to His word invites us to “launch out into the deep” (see Lk 5: 4) and to be open to horizons that we could not even imagine with our own strength.

  1. Faith and intergenerational relationships

There is a great challenge facing the present adult generation: knowing how to bring new generations to the faith, a living faith that answers the great questions of the young and that is the path to success in life.

“Amongst the features of our time, there is a kind of reversal in the relationship between generations: today, adults often refer to young people as role models for their lifestyle, within a global culture that is dominated by an individualistic focus on the self… there is not so much a generational conflict between young people and adults nowadays, but rather a “mutual alien-ness”: adults are not interested in conveying the founding values of our existence to younger generations, who view them more as competitors than potential allies. In this way, the relationship between young people and adults risks being purely affective, without involving any educational and cultural dimension.” (Instrumentum Laboris n.14).

Even from an anthropological point of view, the growth in digital technologies is beginning to have a very profound impact on the notion of time and space, on the perception of oneself, of others and of the world, and on the way of communicating, learning and informing oneself. The approach to reality is influenced more by images than by listening and reading. This is changing the way of learning and the development of the critical sense. All this also affects the transmission of faith based on listening to the Word of God and reading the Holy Scriptures.
All of this challenges all generations to be willing to listen, both to accompany and to be accompanied:

“The time of youth is the time for listening, but also the time when people are unable to understand the word of life and the Word of God on their own. Compared to adults, the young lack experience: it is adults who should «by constant use have trained themselves to distinguish good from evil» (Heb 5:14). Therefore, they are supposed to shine mostly for their righteous conscience, which comes from their constant practice of choosing between good and evil. The accompaniment of younger generations is not an optional element in the task of educating and evangelizing young people, but an ecclesial duty and a right of every young person. Only the cautious and wise presence of Eli allows Samuel to correctly interpret the word that God is addressing to him. In this respect, the dreams of the elders and the prophecies of young people only happen together (cf. Joel 3:1), thus confirming the validity of intergenerational alliances.” (Instrumentum Laboris No. 81).

  1. Listening and dialoguing with the Lord

The first listening we must train ourselves in is listening to the Lord of life: among the “good practices” that help us to listen and dialogue with God we suggest:
– every morning 5-10 minutes listening to the Word allowing ourselves to be struck by a Word or an image that accompanies us throughout the day as a key to interpreting the situations we will have to face in moments of trial and temptation;
– in the evening a brief examination of conscience to recognize the signs of God’s love and to reorganize our lives according to the will of God and our vocation;
– a monthly day of retreat and annual spiritual exercises, as privileged times of listening to the Word, purifying the heart, discerning the will of God and sharing the faith;
– preparing and celebrating our listening to the Word in the Sunday Eucharistic celebration.

 

Prayer of Pope Francis to Mary, woman of listening

Mary, woman of listening, open our ears;
grant us to know how to listen to the word of your Son Jesus
among the thousands of words of this world;
grant that we may listen to the reality in which we live,
to every person we encounter, especially those who are poor, in need, in hardship.
Mary, woman of decision, illuminate our mind and our heart,
so that we may obey, unhesitating, the word of your Son Jesus;
give us the courage to decide, not to let ourselves be dragged along, letting others direct our life.
Mary, woman of action, obtain that our hands and feet move “with haste” toward others, to bring them the charity and love of your Son Jesus, to bring the light of the Gospel to the world, as you did.
Amen.

Family Chronicle

1. Maria, Virgem da escuta

Pe. Pierluigi Cameroni
Animador espiritual mundial

O caminho de preparação ao VIII Congresso Internacional de Maria Auxiliadora que acontecerá em Buenos Aires (Argentina) de 7 a 10 de novembro de 2019 e que terá como tema com Maria, Mulher de Fé, inspira-se na exortação apostólica Marialis Cultus de Paulo VI (1897-1978), declarado santo em 14 de outubro de 2018, e quer ajudar a compreender a experiência da fé, como dom para se receber e transmitir de geração em geração sob a guia e o auxílio de Maria Auxiliadora e Mãe da Igreja.

Maria é a Virgem que sabe ouvir, que acolhe a palavra de Deus com fé; fé, que foi para ela prelúdio e caminho para a maternidade divina, pois, como intuiu Santo Agostinho, a bem-aventurada Maria, acreditando, deu à luz Aquele (Jesus) que, acreditando, concebera. Na verdade, recebida do Anjo a resposta à sua dúvida (cf. Lc 1,34-37), Ela, cheia de fé e concebendo Cristo na sua mente, antes de o conceber no seu seio, disse: “Eis a serva do Senhor! Faça-se em mim segundo a tua palavra (Lc 1,38); fé, ainda, que foi para Ela motivo de beatitude e de segurança no cumprimento da promessa: “Feliz aquela que creu, pois o que lhe foi dito da parte do Senhor será cumprido” (Lc 1,45); fé, enfim, com a qual ela, protagonista e testemunha singular da Encarnação, reconsiderava os acontecimentos da infância de Cristo, confrontando-os entre si, no íntimo do seu coração (cf. Lc 2,19.51). É isto que também a Igreja faz; na sagrada Liturgia, sobretudo, ela escuta com fé, acolhe, proclama e venera a Palavra de Deus, distribui-a aos fiéis como pão de vida, à luz da mesma, perscruta os sinais dos tempos, interpreta e vive os acontecimentos da história.
(Marialis Cultus n.17)

  1. Maria sabe escutar a Deus.

A escuta de Maria não é um simples “ouvir”, um ouvir superficial, mas é a “escuta” feita de atenção, de acolhimento, de disponibilidade para Deus. Não é a maneira distraída com a qual às vezes nos colocamos diante do Senhor ou diante dos outros: ouvimos as palavras, mas não escutamos de verdade. Maria está atenta a Deus, escuta a Deus, escuta com temor, percebe ao mesmo tempo a imensa grandeza do Altíssimo e a sua profunda pequenez: frente a esta distância, no entanto, não se fecha em sua inadequação, mas se abre na acolhida da Palavra.
Maria escuta também os fatos, lê os eventos de sua vida, está atenta à realidade concreta e não fica na superfície , mas vai ao fundo, para acolher seu significado.
Isto é válido também em nossa vida: a escuta de Deus que nos fala, e a escuta também da realidade cotidiana, atenção às pessoas, aos fatos, porque o Senhor está às portas de nossa vida, e busca de muitos modos, colocar sinais em nossos caminhos, a nós, dá a capacidade de vê-los. Maria é a mãe da escuta, escuta atenta de Deus e ao mesmo tempo, escuta atenta dos acontecimentos da vida.
Maria como Virgem, na escuta da Palavra de Deus viveu a sua consagração a Deus totalmente na fé. A fé é a resposta à Palavra de Deus, então a fé nasce da escuta, como parte da estrutura essencial da existência de fé.
Considerando que o Deus no qual nós cremos:

– é pessoal, e não simplesmente um mistério ou um destino anônimo;

– é um Deus que é revelado historicamente em acontecimentos, e não em primeiro lugar em ideias;

– é um Deus com o qual somos chamados a viver um relacionamento de comunhão (Deus quer que os homens sejam partícipes de sua vida); por todos estes motivos, na base de nosso relacionamento com Deus só pode haver escuta. Somente a escuta respeita a dimensão pessoal e a revelação de Deus.

A maternidade divina de Maria é precedida e realizada através da fé. Esta é a concepção de Santo Agostinho e de todos os Pais da Igreja: Maria concebeu o Verbo, a Palavra de Deus, antes de tudo na fé, e depois, na carne. Mas a concepção na carne é consequência que se faz história (em acontecimento) de uma concepção acontecida em primeiro lugar na fé: na escuta e no “sim” dado à Palavra de Deus. A concepção do Verbo não é um fato só biológico ou antropológico, mas é, em primeiro lugar, um fato espiritual e divino: é o ingresso de Deus na história humana, e da criatura humana (do homem) no projeto de Deus. Na encarnação, a criatura humana se torna partícipe do projeto divino.

  1. Também nós, somos chamados a escutar, acreditando

Como se torna partícipe do projeto divino? Unicamente com a escuta na fé.
Isto deve ser pretendido em termos profundos. A fé não torna o homem menos responsável ou menos partícipe dos eventos. À base, está a consciência de ser a criatura amada, desejada, mas criatura: Deus, Pai amável, convida-nos à existência, com um projeto de amor para cada um de nós: a fé é, então, obediência e adesão àquele projeto divino. Isto não priva o homem de sua liberdade, mas é justamente o contrário: a fé torna o homem verdadeiramente homem, porque lhe revela a sua verdadeira natureza e realidade de ser plenamente responsável e livre: não há possibilidade de viver a fé fora do contexto da liberdade. Ou a fé é uma adesão livre, ou não é fé.
Então a participação nos eventos da salvação tornam-se extraordinariamente pessoal, responsável e livre, justamente no momento no qual se torna escuta, obediência e docilidade, porque se torna descoberta de si e da própria verdade pessoal. O ato de fé é profundamente pessoal e desafiador, é ato ao mesmo tempo, de humildade e de grandeza.

Compreender o que Deus quer de nós, e cumpri-lo em obediência ao Espírito, requer capacidade de escuta, palavra chave da experiência de fé. A escuta, na perspectiva da fé, torna-se também impulso à ação, capacidade de fidelidade criativa ao chamado recebido.
A escuta é olhar atento, capacidade de reconhecimento da vontade de Deus que se manifesta nas diversas circunstâncias da vida, na diversidade de condições e de contextos nos quais vivemos. Isto requer humildade, deixando que como em Maria, o olhar de Deus venha sobre nós, proximidade e empatia, capacidade de entrar em sintonia e perceber quais são as necessidades dos irmãos, as alegrias e as esperanças, as tristezas e as angústias de quem passa por perto de nós ou de qualquer forma nos é confiado.
Maria nos oferece um exemplo eficaz de disponibilidade à escuta e de vontade em tomar um caminho de obediência à vontade de Deus, que não se cumpre em um ato pontual, mas se torna um percurso existencial, cotidiano e semanal, acompanhado pela docilidade ao Espírito a quem ela se entrega e se abandona.
“Na realidade, o mistério do homem só no mistério do Verbo encarnado se esclarece verdadeiramente […] Cristo, novo Adão, na própria revelação do mistério do Pai e do seu amor, revela o homem a si mesmo e descobre-lhe a sua vocação sublime” (GS 22). Em Jesus, descobrimos sermos chamados a ir à mais profunda verdade de nós mesmos; a escuta de sua Palavra convida, de fato, a ” ir para onde as águas são mais profundas” (cf. Lc 5,4) e se abrir a horizontes que só com as próprias forças, nem poderíamos imaginar.

  1. A fé e os relacionamentos intergeracionais

Há um grande desafio que tange à geração adulta: saber gerar para a fé, as novas gerações, a uma fé viva, que dê resposta às grandes interrogações dos jovens e que seja caminho de reencontro da vida do homem.

Entre as características do nosso tempo, há uma espécie de inversão na relação entre as gerações: muitas vezes hoje são os adultos a considerar os jovens como uma referência para o próprio estilo de vida, dentro de uma cultura global dominada por uma ênfase individualista no próprio eu… Hoje não há um verdadeiro conflito geracional entre jovens e adultos, mas uma “estranheza mútua”: os adultos não estão interessados em transmitir os valores fundadores da existência, para as gerações mais jovens, pois as sentem mais como concorrentes do que como potenciais aliados. Dessa forma, a relação entre jovens e adultos corre o risco de permanecer apenas afetiva, sem chegar na dimensão educativa e cultural (Instumentum Laboris n.14).

Também, por um ponto de vista antropológico, a invasão das tecnologias digitais está começando ter impactos profundos sobre a noção de tempo e de espaço sobre a percepção de si, dos outros e do mundo, sobre o modo de se comunicar, de aprender e de se informar. Uma abordagem da realidade que favorece a imagem comparado à escuta, e à leitura, está modificando o modo de aprender e o desenvolvimento do senso crítico. Tudo isto também incide na transmissão da fé que se baseia na escuta da Palavra de Deus e na leitura das Sagradas Escrituras. Tudo isto questiona todas as gerações: ser disponíveis à escuta, quer para acompanhar quer para ser acompanhados:

O tempo da juventude é o tempo da escuta, bem como o tempo da incapacidade de compreender sozinhos a palavra da vida e a Palavra de Deus. Em comparação com um adulto, falta experiência ao jovem: os adultos, de fato, deveriam ser aqueles que “têm, pela prática, as faculdades exercitadas para discernir tanto o bem como o mal” (Heb 5:14). Deveriam, portanto, brilhar sobretudo pela sua consciência certa, que vem do exercício continuo de escolher o bem e evitar o mal. O acompanhamento das gerações mais jovens não é uma opção em relação à tarefa de educar e evangelizar a juventude, mas um dever eclesial e um direito de cada jovem. Somente a presença prudente e sábia de Eli permite que Samuel dê a correta interpretação à palavra que Deus está a dizer-lhe. Neste sentido, os sonhos dos idosos e as profecias dos jovens só acontecem juntos (cf. Jl 3,1), confirmando a bondade das alianças intergeracionais (Instrumentum Laboris n.81).

  1. À escuta e em diálogo com o Senhor

À primeira escuta, aquela à qual devemos nos educar, é a do Senhor da vida: entre as “boas práticas” que ajudam a escuta e o diálogo com Deus, sugerimos:

– cada dia, de manhã, 5 a 10 minutos da escuta da Palavra; deixar-se atingir por uma Palavra, por uma imagem que nos acompanhe por todo o dia, chave de interpretações das situações que deveremos viver, e força nos momentos de provações e de tentações;

– à noite, um breve exame de consciência, para reconhecer os sinais do amor de Deus e para reorganizar a vida segundo a vontade de Deus e a nossa vocação;

– um dia de retiro mensal e os exercícios espirituais anuais, como tempos privilegiados da escuta da Palavra, de purificação do coração, de discernimento da vontade de Deus, da partilha da fé;

– preparar e celebrar a escuta da Palavra na celebração eucarística dominical.

 

Oração a Maria, mulher da escuta

Maria, Mulher da escuta, abre os nossos ouvidos;
faz com que saibamos ouvir a Palavra do teu Filho Jesus, no meio das mil palavras deste mundo;
faz com que saibamos ouvir a realidade em que vivemos,
cada pessoa que encontrarmos, especialmente quem é pobre e necessitado, quem se encontra em dificuldade.
Maria, Mulher da decisão, ilumina a nossa mente e o nosso coração,
a fim de que saibamos obedecer à Palavra do teu Filho Jesus, sem hesitações;
concede-nos a coragem da decisão,
de não nos deixarmos arrastar para que outros orientem a nossa vida.
Maria, Mulher da ação, faz com que as nossas mãos e os nossos pés se movam “apressadamente” rumo aos outros, para levar a caridade e o amor do teu Filho Jesus,
para levar ao mundo, como tu, a luz do Evangelho. Amém. (Papa Francisco)

CRÔNICA DE FAMÍLIA